Lolita y Marta Guerras se ponen al frente de una adaptación algo complaciente que firma Magüi Mira
No paramos de encontrarnos versiones teatrales de obras que se han hecho verdaderamente populares en el cine. Este es otro caso más de aquella cinta tan oscarizada que dirigió James L. Brooks en 1983 (con un guion que él mismo realizó a partir de la novela de Larry McMurtry). Es luego cuando el dramaturgo Dan Gordon, en 2007, la convierte en libreto. En el imaginario y en el recuerdo de muchos espectadores estará la mentada película, y rápidamente considerarán que la intervención de Magüi Mira adquiere otro cariz muy distinto. No es plan de establecer todas las diferencias, y lo adecuado será juzgar lo que vemos en el Teatro Infanta Isabel. Y lo primero es que el ritmo lleva los sones del rock and roll y que sobre esa ola cabalga alocadamente Marta Guerras, una Emma porrera, insensata e incapaz de mantener una conversación seria y comedida con su amadísima madre. Hay que reconocer y afirmar tajantemente que la actriz va ganando en agilidad escénica y aquí está excelente con esa habilidad que tiene para hablar rápido y gesticular tan expresivamente. Ya dejó una fantástica sensación con su anterior trabajo, Mecánica, y aquí vuelve a demostrar que es una interprete muy sagaz, muy suelta y con una gran capacidad para tocar la fibra sensible. Yo creo que en esta propuesta arrastra mucho el protagonismo hacia sí, a pesar de que el público vaya a prestar una atención preponderante en Lolita. La veterana actriz posee un atractivo innegable y, además, en las últimas temporadas está encadenando también buenas actuaciones (véase Fedra). En esta ocasión, su papel posee una extraña mezcla ―bastante paradójica― entre señora mojigata y mujer de carácter. La relación que se establece entre las dos féminas, entre esa madre hiperprotectora, viuda y con un apego hacia su hija que no le evita discutir con ella a diario dado su grado de intimidad; y esa hija algo mal criada, ingenua y dispuesta a casarse con un profesor de literatura. El futuro marido y la futura suegra establecen una lucha de suspicacias que alcanza un sarcasmo poco edificante. Aurora es lo suficientemente avispada como para pillarle el rollo a ese tipo. Pocas líneas le quedan a Antonio Hortelano para hacer de Flap; aunque inicialmente interpreta su papel con sorna y movido por inercias que lo superan, ya sean los estudios que le faciliten un mejor puesto o su paternidad sobrevenida. Pero la función quiere ser, a veces, demasiado ágil y no deja respirar a los secundarios. Que el joven matrimonio se vaya al traste (las infidelidades se veían venir) después de tener un bebé, se manifiesta con poca enjundia. Magüi Mira ha focalizado en exceso en la confluencia maternofilial, en su distanciamiento primero y, luego, en la terrible enfermedad de Emma. Por otra parte, el exceso de tono cómico provoca que el desenlace no arrastre un poso más melancólico, más trascendental, más catastrófico si de la fuerza del cariño se ha de tratar, al fin y al cabo. En cuanto al astronauta, su vecino donjuanesco que llega a convertirse en el amante de Aurora y que encarna Luis Mottola, pienso definitivamente que no encaja y que parece confuso. Sobre todo, porque el actor emplea una impostación para hacer que su personaje sea mayor de lo que es él, con un humor, además, poco elegante y sí algo anticuado. No termina de funcionar el sentimiento de la pareja en escena (aunque hubiera funcionado, por lo visto, en su anterior montaje, Prefiero que seamos amigos). La obra se mueve en la corrección y no se adentra en vericuetos más complejos; quizás afecte la retirada de algunos personajes menores; pero que sirven para apuntalar a los principales. Por otra parte, la escenografía de Curt Allen Wilmer es de las más básicas que se recuerdan en un escenógrafo de su talla, y creo que no ha sido buena idea mantener a los cuatro actores permanentemente en escena; pues el espacio diseñado genera la sensación de estatismo; cuando debemos imaginarnos que viajan a diferentes lugares del país. En definitiva, Magüi Mira nos ofrece una obra apuntalada para disuadirnos del melodrama lacrimógeno y contemporizar con una sociedad, la nuestra, que vive cada vez más alejada del concepto de enfermedad, negando su existencia. En este sentido, nos perdemos el auténtico poder del cariño, pues hasta el último momento parece que la sonrisa sobresale y la tímida ironía se cuela entrañablemente para no fustigarnos demasiado.
Autor: Dan Gordon
Versión y dirección: Magüi Mira
Reparto: Lolita Flores, Luis Mottola, Antonio Hortelano y Marta Guerras
Iluminación: José Manuel Guerra
Diseño de escenografía: Curt Allen Wilmer (aapee) con estudiodeDos
Vestuario: Lorenzo Caprile
Productor: Jesús Cimarro
Una producción de Pentación Espectáculos
Teatro Infanta Isabel (Madrid)
Hasta el 17 de noviembre de 2019
Calificación: ♦♦♦
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