Álex Villazán logra una interpretación primorosa en la adaptación de esta novela juvenil

El éxito de la novela que publicó en 2003 el escritor inglés Mark Haddon se ha ido fraguando a fuego lento y ya es una de las lecturas obligatorias en cientos de institutos de España. Lo cierto es que se utiliza en ese sentido pedagógico tan habitual en nuestros días ―casi siempre tendente al adoctrinamiento y a la falta de crítica―; pero es de justicia valorar sus virtudes literarias; aunque su lector potencial sea el adolescente. Contamos con el punto de vista de un quinceañero afectado por un trastorno del espectro autista ―seguramente Asperger―, de esa minoría que brilla prodigiosamente por sus habilidades mentales; mientras fracasa irremisiblemente en las relaciones personales y en su propia autoconcepción. Por eso encontramos redundancias, obsesiones, listas de números, problemas que nadie se ha planteado, cuestiones matemáticas llevadas al extremo, memoria fotográfica y, todo ello, bajo la pátina de la novela de detectives; por lo tanto, también, con giros metaliterarios bien significativos (muchísimos materiales que en el texto aportan información suplementaria de todo tipo son retirados en su mayoría en la adaptación teatral). El traslado a las tablas de esta sencilla historia es directamente magnífico. El largo espectáculo ―más de dos horas y media― resulta fascinante desde el primer momento. Y lo que resulta, desde luego, inconmensurable es el trabajo de Álex Villazán, el auténtico protagonista. Un papel muy dificultoso y lleno de trampas, que debe encontrar una línea exquisita entre la mínima autonomía de alguien con verdaderas fallas en sus relaciones sociales y, a la vez, el hecho de ser un chaval repleto de ingenuidad que podría caer por el precipicio en cualquier instante. Esa posición permanente en el abismo, en el ritmo trepidante que toma enseguida la función, es la que da credibilidad a Christopher Boone, un muchacho con el cerebro a mil revoluciones y una lengua que lanza asfixiada las oraciones trastabilladas. Mira que se concitan elementos de importancia en este montaje; no obstante, la verdadera responsabilidad de que se fragüe un producto de calidad es de este joven actor con todas sus muecas y mohines esculpidos en su rostro. Felicidades. ¿Y qué cuenta El curioso incidente del perro a medianoche? Pues ante todo a considerar que existen mentes prodigiosas que nos zarandean al aprehender el mundo con el estilete y con el microscopio en una fascinación perpetua; pero que se ven angostados por una sociedad que se comunica con un lenguaje repleto de símbolos de gigantesca complejidad. Una paradoja radical: el chico capaz de matematizar cualquier circunstancia de la vida a través de fórmulas que a la mayoría nos parecen insuperables y ocultas, no puede descifrar los códigos que todos decodificamos instantáneamente debido a nuestra educación. Todo ello lo comprobamos en un recorrido vital desde el anecdótico asesinato de Wellington, el perro de la señora Shears, interpretada con sequedad y firmeza por Anabel Maurín, hasta el reencuentro de Christopher con su madre en Londres, cuando se supone que esta había muerto; pasando por la conflictiva relación con su padre y la buena sintonía con su profesora Shioban, con la dulce Lara Grube que ofrece comedimiento con su narración (poco a poco va desapareciendo como discurso predominante para dar paso a los diálogos. Equilibrio estupendo). Las mentiras poco piadosas que pretenden evitar el sufrimiento de nuestro héroe, también desencadenan acontecimientos inesperados. Él está preocupado por descubrir quién mató al perro, él lleva el espíritu de Sherlock Holmes (si nos fijamos en la serie Sherlock, más que en los relatos de Conan Doyle, veremos a un Benedict Cumberbatch con capacidades inductivas casi mágicas y torpezas familiares propias de algunos asperger), y poco dolido por la sorpresiva muerte de su madre, una Mabel del Pozo candorosa y arrepentida por haber abandonado a su hijo para marcharse con el señor Shears, interpretado por Boré Buika con cierto vitriolo. El otro personaje que da un gran contrapeso en la función, y que nos debe suscitar sentimientos encontrados, es Ed. Marcial Álvarez vuelve a poner su voz cazallera (la temporada anterior nos regaló dos grandísimas actuaciones en Los Gondra y En la orilla) para representar a un hombre herido en el orgullo; un currante sometido a la durísima tarea de criar a un joven que, en otros tics, resuelve con violencia cualquier acercamiento físico, aunque sea cariñoso. La violencia planea en la obra no como una cuestión de malos tratos, sino de su utilidad cuando en casos extremos es necesario proteger a alguien de sí mismo. No obstante, es cierto que el intérprete configura un carácter áspero y complaciente, bronco y lleno de paciencia. Un personaje complejo, sin duda. Otro de los aspectos que se hilan a la perfección son los movimientos grupales de todo el elenco, porque a los nombrados hay que añadir a Carmen Mayordomo, que hace de señora Alexander, una agradable vecina; a Eugenio Villota, que se mete en la piel de muchos personajes, como el de tío Terry o el de reverendo Peters, con una interesante vis cómica; a Alberto Frías, que se lleva otro puñado de papeles pequeños, pero necesarios; como le ocurre a Eva Egido. El elenco se mueve, en muchas ocasiones, al unísono o generando acciones y espacios a través de gestos acompasados para provocar entre otras cosas, el bullicio de Londres. Es en la capital británica donde se pretende traslucir la algarabía tan tortuosa para alguien acostumbrado a desplazarse siempre por el mismo barrio residencial. José Luis Arellano, quien está realizando una labor muy loable con La Joven Compañía (estos sí que están preparando espectadores para el futuro; por eso su proyección nacional debería ser todavía más potente, porque lo están haciendo muy bien), maneja la batuta con precisión. Ha logrado reunir a un equipo técnico-artístico de calidad sobrada, empezando por Gerardo Vera quien nos dispone una escenografía que nos traslada a la galaxia y a una estética futurista como si nos introdujera dentro de un planetario. Por otra parte, las videoescenas de Álvaro Luna encajan idóneamente y hacen resaltar de una forma muy moderna el funcionamiento peculiar de esa mente prodigiosa. Y, por supuesto, la iluminación de Juanjo Llorens, que alcanza las tonalidades azules propias de la fantasía. Entiendo que nos movemos en un esquema juvenil y que puede ser algo reduccionista para el público adulto; puesto que la sofisticación de nuestro acontecer urbano, con todos nuestros líos políticos, climáticos, sociales y culturales se diluyen para que Christopher Boone pueda trazar su camino más o menos seguro. Ello es indudable; aunque el conjunto es de una factura envidiable.
El curioso incidente del perro a medianoche
Basada en la novela de Mark Haddon
Autor de la adaptación: Simon Stephens
Dirección escénica: José Luis Arellano García
Adaptador del texto: José Luis Collado
Reparto: Álex Villazán, Marcial Álvarez, Lara Grube, Mabel del Pozo, Carmen Mayordomo, Anabel Maurí, Boré Buika, Eugenio Villota, Alberto Frías y Eva Egido
Escenografía: Gerardo Vera
Iluminación: Juanjo Llorens
Vestuario y ayudantía de escenografía: Silvia de Marta
Música: Luis Delgado y Alberto Granados
Videoescena: Álvaro Luna
Coreografía: Andoni Larrabeiti
Caracterización: Sara Álvarez
Teatro Marquina (Madrid)
Hasta el 14 de octubre de 2018
Calificación: ♦♦♦♦
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3 comentarios en “El curioso incidente del perro a medianoche”