Nacho Aldeguer interpreta para un reducido grupo de espectadores un monólogo sobre una tragedia familiar
Lo que para nosotros es hoy en día la muerte resulta fundamental para que cualquier relato trágico presente nos someta a una angustia indecible. La muerte está lejos, oculta. La muerte es de los otros, de la mala suerte. La esperanza acérrima de sobrevivir ante cualquier accidente, enfermedad o imprevisto es una creencia infantil. Menos guerras, menos terrorismo, menos asesinatos a nuestro alrededor; pero cualquier hecho luctuoso nos recuerda nuestro destino fatal. Luego tendemos a la que la cotidianidad nos devuelva la fantasía de la inmortalidad. Sea Wall es un encuentro íntimo, un momento sutil de escucha y una necesaria empatía para situarnos junto a Álex; pues su historia es tan verosímil y sencilla como profunda. Su relato es una catástrofe vital estadísticamente excepcional en nuestro mundo actual; pero todos jugamos a la lotería sin querer con cada una de nuestras acciones. Si tienes un hijo, sabes que el temor a perderlo es un miedo que se aloja perpetuamente en el duodeno para alertarte ante cualquier posibilidad de peligro. Carlos Tuñón se ha embarcado hace ya tiempo en proyectos que trabajan en los aledaños de lo dramatúrgico ―podríamos decir. Simultáneamente a Sea Wall, también lleva a las tablas El roble (estrenada la temporada anterior). Ambas se inmiscuyen en la sensación propiamente dicha del vacío que deja la muerte. Nacho Aldeguer, quien además ha aceptado el reto de sobredimensionar de alguna manera cada una de las propuestas teatrales en las que se embarca (véase El amante), se acerca a ti mientras esperas en uno de esos bancos que sitúan en el recinto del Teatro de La Abadía. Te hace una polaroid para que la guardes hasta más adelante. Luego, ya puedes coger asiento junto a diecinueve asistentes más. El preámbulo, la contención, el deambular antes de que te atrape el monólogo. Aunque no supone nada novedoso resulta imprescindible. Asistimos a un acto repleto de intimidad y uno debe estar dispuesto a sentir el acontecimiento con el máximo de entereza. Es cierto que el texto no es en sí mismo nada subversivo, pues está lleno de anécdotas comunes, que nos hablan de una esposa de la que está profundamente enamorado y de quien percibe su hermosura como un hálito inspirador. Sabemos de su suegro, un militar retirado con mucha afición por el tenis y con quien mantiene conversaciones trascendentales sobre Dios. Y es que Álex parece ser un tipo que cae bien, aunque no termine de creérselo. Después, claro, está su hija. La niña que lo transformó todo cuando nació y que lo fascinaba por su expresividad, por su inteligencia. Álex había encontrado el punto de la felicidad en su vida con una familia fantástica y con un trabajo de fotógrafo en El Corte Inglés con el que ganaba una pasta. Los viajes al sur de Francia para visitar al «abuelo» y bucear en el Mediterráneo completaban un existencia placentera y satisfecha. Así, someramente, con la voz entrecortada, con frases que se cuelgan de los puntos suspensivos, sosteniendo el lloro en la concatenación de gestos y de detalles, de recuerdos que parecen tan insignificantes que solo cobran importancia por el desenlace hacia el que todos vamos sabiendo que nos dirigimos. Existe un reclamo religioso, una indagación de causas superiores para justificar el orden y el desorden del cosmos, el veredicto inexcusable de un ser supremo sobre la inocencia de una niña. Y aunque realmente no se muestra una estupefacción en esa media sonrisa rayana en lo patético, aquel hombre únicamente puede pedirnos que sostengamos nuestra foto (y él la suya) para hacer más evidente la ausencia. Así de simple y de insondable es el discurso pergeñado por Simon Stephens ―muy conocido por adaptar El curioso incidente del perro a medianoche―, quien establece un cuadro de la vida corriente para llevarnos a la contraparte de la realidad. Y quien nos lleva verdaderamente es Nacho Aldeguer, porque logra el punto exacto entre el habla desenfadada y los guiños tácitos a la hecatombe emocional. Si nosotros seguimos su senda, entonces encontraremos el valor del arte como desencadenante de lo esencial a través de la ficción.
Autor: Simon Stephens
Dirección: Carlos Tuñón
Intérprete: Nacho Aldeguer
Asesoría de versión y traducción: Luis Sorolla
Diseño gráfico: Daniel Jumillas
Fotografía: Luz Soria
Vídeo: Ales Alcalde
Comunicación y prensa: Josi Cortés
Jefa de producción: Rosel Murillo
Ayudante de dirección: Mayte Barrera
Producción: Bella Batalla
Teatro de La Abadía (Madrid)
Hasta el 15 de septiembre de 2019
Calificación: ♦♦♦♦
Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en: