Las brujas de Salem

Puesta en escena del célebre texto de Arthur Miller, quien se propuso crear una alegoría del macartismo

Foto de David Ruano
Foto de David Ruano

Actualmente, cuando se habla de una «caza de brujas», se pretende dar a entender que algún poder imperante se dedica, de modo inquisitorial, a perseguir a cierto grupo de individuos por razones políticas, morales, religiosas, económicas, etc. Es decir, ya se ha extendido la cuestión estrictamente supersticiosa a cualquier ámbito cultural. De todos es conocido, principalmente porque competió a estrellas de Hollywood, el proceso por el cual el senador Joseph McCarthy emprendió una cruzada contra todo lo que oliera a comunismo y, por lo tanto, a antiamericanismo. El propio Arthur Miller se vio enredado en aquellos juicios y esto le sirvió como acicate para tomar los hechos acaecidos en Salem en 1692 como alegoría de lo que estaba ocurriendo en su país. Este asunto, evidentemente, no es baladí, puesto que nos podemos inclinar hacia motivos concretamente políticos (por mucho que se haya instigado a ciertas poblaciones a ver a los rojos como seres que llevan cuernos y cola), depurando el componente religioso. El propio director de esta propuesta que se presenta en el Teatro Valle-Inclán, Andrés Lima, nos lo recuerda a través de un narrador encarnado por Lluís Homar y responsable de enmarcarnos el espectáculo: fecha, situación, propósito y la memoria de aquellos amargos días del macartismo. Todo lo que pueda ser didáctico, hoy en día, sobra. Tenemos programa de mano e internet. Porque Las brujas de Salem debería ser, ante todo, un ejemplo de las semillas putrefactas que llevan insertas todas las religiones y que consisten, precisamente, en marcar a fuego en qué seres imaginarios se puede creer y en cuáles no. Debería, además, llevarnos a pensar si hoy, en esta supuesta época tan descreída y atea, nos hemos deshecho de todas esas creencias gracias a nuestro hálito ilustrado. De lo que hablamos es de un sustrato, el Dios bendiga América, que puede incluirse en el discurso de Lady Gaga en la Super Bowl, año 2017: «Una nación bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia». Habría mucho donde rascar. El caso es que nos encontramos con unas muchachas que se han reunido en el bosque para realizar un conjuro de amor ante el auspicio de Tituba, una esclava negra de Barbados conocedora de artes mágicas ancestrales, que Yolanda Sey vivifica con entereza. El problema con el que nos topamos cuando actúan en grupo las chicas es que uno no termina de creerse que pertenezcan al siglo XVII; parecen adolescentes de ahora, les faltan maneras puritanas como una mayor disciplina o cierto decoro. Nausicaa Bonnín, en el papel de Abigail Williams, encuentra mayores matices para su actuación. Pronto comprendemos que existe un desequilibrio actoral que se arrastra durante toda la función. Lástima que Albert Prat no muestre mayor empaque como reverendo Parris, quizás algo joven; o que Carles Martínez, como reverendo John Hale, vaya perdiendo fuerza según irrumpe el gobernador Danforth, interpretado con firmeza por Lluís Homar, bastante más creíble que su narrador. Pero sobre todo creo que debemos quedarnos con los Proctor, una pareja donde los celos y las sospechas han hecho mella. Elisabeth es Nora Navas y muestra perfectamente el peligro que se cierne sobre ellos. Mientras que él, John, es el gran protagonista, un esbozo de héroe, que Borja Espinosa acoge con impotencia y con el propósito de mostrar su valor y el cuestionamiento de esos principios incólumes de su propia religión. Él se sabe pecador, ha tenido un escarceo con Abigail, sabe que el cielo está vedado y que su esperanza es nula. De ahí que sea, también, un tipo desencantado que, encima del escenario, se nos presenta sugerente. En la lista de interpretaciones valiosas, merece la pena nombrar a José Hervás, quien domina la pesadumbre que se va adentrando en su cuerpo. A Las brujas de Salem que dirige Andrés Lima les falta garra, dureza y hasta suciedad. Parece que, en general, el espectáculo viene con el freno echado. La escenografía de Beatriz San Juan, toda una iglesia que se va cerrando como una celda, funciona metafóricamente; pero incide en la asepsia generalizada. No se consigue crear un atmósfera que nos lleve a tomar como verosímil la gravedad de las acusaciones. La música de Jaume Manresa, con varias melodías rock, le da viveza, pero también edulcoramiento. Desde luego, visualmente, la iluminación —en constante juego de luces que se cuelan por las rendijas de las paredes— de Valentín Álvarez es de lo mejor. En definitiva, poco riesgo en una versión que se ajusta en exceso a lo correcto y canónico. Para todo un Centro Dramático Nacional no es suficiente.

Las brujas de Salem

Autor: Arthur Miller

Adaptación teatral: Eduardo Mendoza

Versión literaria: José Luis López Muñoz

Dirección: Andrés Lima

Reparto: Miriam Alamany, Nausicaa Bonnín, Marta Closas, Borja Espinosa, Miquel Gelabert, Núria G. i Llausí, José Hervás, Lluís Homar, Carles Martínez, Anna Moliner, Nora Navas, Albert Prat, Carme Sansa, Yolanda Sey y Joana Vilapuig

Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan

Iluminación: Valentín Álvarez

Música original: Jaume Manresa

Espacio sonoro: Jordi Ballbé

Caracterización: Toni Santos

Ayudante de dirección: Ester Nadal

Ayudante de escenografía y vestuario: Carlota Ricart

Diseño de cartel: ByG / Isidro Ferrer

Fotos: David Ruano

Coproducción: Centro Dramático Nacional, Teatre Romea y Grec 2016 Festival de Barcelona

Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Hasta el 5 de marzo de 2017

Calificación: ♦♦♦

Texto publicado originalmente en El Pulso

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2 comentarios en “Las brujas de Salem

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