Tristana

Adaptación teatral de la célebre novela de Pérez Galdós protagonizada por Olivia Molina

Foto de Pedro Gato
Foto de Pedro Gato

La temporada anterior, y casi por estas fechas, pudimos ver una adaptación teatral de la novela que Pardo Bazán publicó en 1889 Insolación, cuando todavía se escribía cartas apasionadas con Pérez Galdós. Este escribió en 1892 Tristana, cuando la relación con la novelista gallega se había enfriado definitivamente. En ambas novelas se reflejan conflictos epocales sobre la liberación de la mujer, aunque desde perspectivas un tanto distintas. Ahora podemos asistir a la versión teatral de una obra que, ante todo, ha sido popular por la película que realizó Buñuel, y en la que su visión particular trastocaba demasiado los fundamentos del texto original. Lo que nos encontramos en escena es a una joven (diecinueve años) que vive bajo el cuidado de su tutor, don Lope Garrido, un viejo don Juan que ha aceptado hacerse cargo de la huérfana. También se ocupará de tal labor la criada, Saturna, quien enseguida esputa su filosofía a la muchacha: «solo tres carreras pueden seguir las que visten faldas: o casarse, que carrera es, o el teatro… vamos, ser cómica, que es buen modo de vivir, o… no quiero nombrar lo otro». Pronto el caballero saca sus dotes de seducción y se apodera de Tristana, hasta que esta se cansa; pues parece una chica con ilusiones, aptitudes e inquietudes. Está ávida de conocimiento, de aprender idiomas, de involucrarse en proyectos. Una tarde, mientras pasea, conoce a un joven pintor, Horacio, con quien empieza un romance hasta que este tiene que marcharse a cuidar a su tía a Villajoyosa. Luego, a su regreso, el noviazgo ya casi se ha disuelto, a pesar de las misivas constantes que se envían. A todo esto, debemos añadirle la desgracia que sufre Tristana, a quien deben amputar una pierna. Un auténtico símbolo de impotencia, de freno absoluto a sus ansias por correr sola y libre. Se pueden sondear, en los momentos de entusiasmo, esas ideas krausistas que Galdós hizo suyas sobre la educación de las mujeres, sobre su emancipación. Se repite el tópico del matrimonio desigual, como ya se había reflejado en las obras de Leandro Fernández de Moratín como El sí de las niñas. Ninguno de los dos hombres termina por ceder al control que ejercen sobre ella; aceptan que estudie, que tenga ideas, pero con unos límites claros. Eduardo Galán firma —con la colaboración de Sandra García— esta adaptación, y se puede afirmar que se han ajustado primorosamente al público al que va destinado: desde adolescentes —para los que se han preparado toda una serie de actividades— como para un espectador que no exija pormenores sicológicos. La función resulta fulgurante. Muchas escenas se solventan con un par de pinceladas. Entran y salen de la vivienda sin mayor reparo o ceremonia. Tristana salta de su hogar al estudio de su pintor con tan solo subir unas escaleras, en un juego espacio temporal que ahorra cualquier tedioso paseo. El aburrimiento es imposible. Otro asunto es la profundidad y la redondez de los personajes. Evidentemente debemos poner mucho de nuestra parte para darle la correspondiente trascendencia al sentir de la pobre señorita. Ayuda mucho a este dinamismo la escenografía de Monica Boromello. Ha diseñado un salón a doble altura y a los lados ha situado el atelier de Horacio —todo ello en blanco y con cuadros sobre los que se proyectan diversas imágenes— y un indescriptible lateral, una especie de ventanales que sirven de separador que parecen algo cutres. La iluminación de Nicolás Fischtel apoya generosamente el despliegue de espacios y situaciones. En la parte actoral, nos quedamos con la sentida interpretación de Olivia Molina, quien perfila una Tristana que se balancea entre el alivio de luto lleno de ingenuidad y la pesadumbre de observarse impotente ante los avatares de la vida. María Pujalte nos regala una Saturna repleta de seguridad y astucia; necesariamente prototípica, pero efectiva. Luego, Alejandro Arestegui, se queda sin tiempo para matizar su papel y apenas describe un esbozo. Finalmente, creo que Pere Ponce, sobre todo al principio, está sobreactuado; se ve forzado a impostar la voz, a ponerse años encima, con la consecuente pérdida de credibilidad. Alberto Castrillo-Ferrer logra con su dirección que el espectáculo se digiera de tal forma que el mensaje de la trama y, principalmente, el papel de la mujer a finales del siglo XIX sean ejemplares; aunque para ello se haya procedido de forma algo simplificadora. Así que no estaría mal que los propios espectadores completen su experiencia con la lectura de la breve novela galdosiana.

Tristana

Autor: Benito Pérez Galdós

Adaptación: Eduardo Galán

Colaboración: Sandra García

Dirección: Alberto Castrillo-Ferrer

Reparto: Olivia Molina, María Pujalte, Pere Ponce y Alejandro Arestegui

Ayudante de dirección: Javier Ortiz

Diseño de escenografía: Monica Boromello

Ayudante de escenografía: Yeray González

Diseño de iluminación: Nicolás Fischtel

Diseño de vestuario: Cristina Martínez

Vestuario: Sastrería Cornejo

Música original y espacio sonoro: Tuti Fernández

Coreografía de Olivia Molina: Teresa Nieto

Construcción escenografía: Luis Bariego (Secuencia 3)

Diseño gráfico: Hawork Studio

Fotografía: Pedro Gato

Vídeo: Richard García

Peluquería y maquillaje: Roberto Palacios Peluquerías

Coproducen: Secuencia 3, Som Produce, Pedro Hermosilla Managment y Cow Events Group

Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 26 de febrero de 2017

Calificación: ♦♦♦

Texto publicado originalmente en El Pulso

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Un comentario en “Tristana

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