En un aeropuerto sin estrenar, dos hombres desvelan su verdadera identidad en una lucha dialéctica

Según crece la población mundial, así aumentan los no-lugares, esos espacios, según los define el antropólogo Marc Augé, de simple transitoriedad, sin entidad suficiente. Si es un aeropuerto y, encima, está sin estrenar, la idoneidad para que no ocurra nada y, a la vez, todo lo que debería importarle al planeta, es máxima. En Bangkok, el thriller teatral escrito y dirigido por Antonio Morcillo, dos personajes se encuentran en la sala de espera de un aeródromo de esos que aún aguardan a los aviones en nuestro querido país de la abundancia. El primero es un señor mayor, alguien despistado que aún no comprende por qué no ha recibido el aviso para despegar hacia la capital de Tailandia. Fernando Sansegundo, con una energía ruda que no cesa apenas en la función, se pregunta qué ocurre y, el otro, un joven encargado de lanzar a los halcones al aire en busca de los sisones antes de que estos se cuelen dentro de los motores, le responde que ha sido estafado. Dafnis Balduz consigue interpretar su papel con esa naturalidad destinada al despiste. Ambos ofrecen, sin duda, una demostración de versatilidad actoral. El dramaturgo lo dispone todo de forma dialéctica, en ocasiones maniquea, para llegar a un final sorpresivo, aunque no tan abrupto como para que nos quedemos anonadados; tampoco creo que sea su intención. Atisba, en el transcurso de la conversación que llevan los dos personajes, otras vidas posibles para ellos. En acertados paréntesis viven ensoñaciones, fundamentalmente el maestro cetrero, el cual posee un currículum espantosamente abultado para dedicarse a una tarea tan anodina. Hubiera cristalizado mejor el tema de la obra si estas derivas hubieran aportado mayor ambigüedad y fantasía hasta el desenlace; que hubieran generado extrañeza y duda. Sin embargo, lo que se hace es cargar las tintas sobre la bronca entre el cínico capitalista y el ilusorio rebelde que quiere arreglar el mundo obviando la esencia de las pulsiones humanas; algo que tiene muy claro el hombre mayor. En definitiva, por ese lado los bandos discursivos no aportan mucho a lo escuchado en los últimos decenios de revoluciones tímidas y baldías. Funcionan, eso sí, los símbolos: un cuidador de halcones que se dedican a cazar, mientras el ansioso viajero comenta que ha llegado a trabajar para Donald Rumsfeld, uno de los «halcones» del gobierno Bush; uno trabaja solitariamente, el otro se encarga de dirigir equipos. Toda una paradoja en la discusión. Y si nos ponemos oulipianos: ¿Qué es Bangkok? Pues: Bang ko, Bank ko, Bang ok, Bank ok, Banko K… Sin destripar el camino que traza el autor, alguien ya se podrá imaginar que la referencia a V de Vendetta ronda en la mente del autor, aunque también se percibe la influencia de «La huella». Bangkok entretiene por la perspicacia con la que Antonio Morcillo ha construido su texto, pero faltaría recrearse en una mayor complejidad, tanto filosófica como dramática, que pueda superar el handicap de contar únicamente con dos actores y unos recursos limitados. No tienen por qué ganar ni los malos, ni los buenos.
Texto y dirección: Antonio Morcillo López
Reparto: Dafnis Balduz y Fernando Sansegundo
Escenografía: Paco Azorín
Vestuario: Gimena González Busch
Iluminación: Kiko Planas
Espacio sonoro: Ramon Ciércoles
Caracterización: Toni Santos
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 29 de noviembre de 2015
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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