Víctor Sánchez Rodríguez presenta esta obra sobre una pareja de jóvenes en crisis con la ciudad andina de fondo
Cuando se dispone sobre el escenario el conflicto manido entre una pareja en sus horas más bajas del amor, uno espera alguna deriva diferente, alguna incursión hacia derroteros inéditos. Una forma de huir de los habituales clichés del tedio marital es situarlos en un contexto que los saque de su rutina, un espacio que suponga interacciones provocativas e imprevistas. Unas circunstancias que generen la deseada catarsis, la limpieza de todas esas costras purulentas que no dejan curar las heridas, ya sean de la vulgar cotidianidad o ya de un dolor concreto que el tiempo no ha podido borrar. La ciudad peruana de Cuzco se atisbaba en este sentido (viajar o tener un hijo, tabla de salvación de muchos amantes mal avenidos) como elemento de transformación personal; pero la verdad es que la estructura de la obra no consiente la imbricación requerida. Y es que el espectáculo se anquilosa en el enfrentamiento y en esa narración de hechos que les ocurren en otros lugares y con otras personas. Es decir, los otros personajes nos resultan muy lejanos, más allá de la descripción que nos aportan. ¿Por qué nos debería interesar esta pareja? Lo cierto es que no ocurre nada que se salga, en realidad, de lo corriente o, al menos, de la manera que uno anhela en una historia que ha terminado materializándose delante de unos espectadores. Él, Bruno Tamarit, un joven que se fascina con facilidad por algunas novedades y que, enseguida, queda cautivado por unos novios españoles afincados en Estados Unidos, sobre todo porque el chico parece ser un dominador, un provocador, y a nuestro protagonista le faltan arrestos. Además, se nos revela como un bi-curious que desea embarcarse en encuentros sexuales, con el subidón del mate de coca, consumido para evitar el mal de altura. El empeño por situarnos en la mitología incaica («Cóndor, puma, serpiente. Ese es el orden. Todo eso nos lo ha contado en Sacsayhuamán. Donde hubo una batalla, la más importante entre incas y españoles») como si el público también estuviera ávido de excursiones y de cultura embutida, resulta baldío en cuanto que son trazos destinados a la autojustificación. Ella, Silvia Valera, aguarda con jaqueca en la habitación de hotel. Borde, esquiva y algo frígida, a tenor de la baja actividad sexual de estos desencantados. Luego sospecharemos que a su partenaire le falta trapío. Asimismo ella tendrá un encuentro fortuito y una aproximación casi pederasta. No deja de ser una pija, una mujer inmersa en el tedium vitae que necesita imperiosamente cambiar de aires, dar un giro vertiginoso a su existencia; y para ello debe descubrir la pasión, el fuego y la carnalidad del baile. Se atisba en ciertos ramalazos de compromiso social (paradójicamente también un imperialismo irredento) que no se llega a definir en su posible franqueza, más allá de la purificación de conciencia habitual en los snobs. Ciertamente, sus interpretaciones mejoran mucho según se aproximan al final; sobre todo, Tamarit, puesto que se permite el desbarre y el desahogo en una explosión de sinceridad que supera el punto de no retorno ―cómo no recordar La clausura del amor―. La temporada anterior pudimos ver Olvidémonos de ser turistas, de Josep Maria Miró, una obra que se mueve con el mismo binomio: crisis-viaje. En cuanto a la escenografía de Mireia Vila, todo un manto de hojas de coca secas (para el mate) o de cenizas volcánicas impertérritas, resulta visualmente efectiva y favorece algo de dramatización poética en alguna escena. Aunque, insisto, los recursos teatrales empleados por Víctor Sánchez Rodríguez para engrandecer un texto menor son, además, nimios. Poco más se puede argüir de Cuzco, un montaje breve que se confía demasiado al desgarro pasional frente a la mirada existencial, que dibuja posibles derivas para escapar del callejón sin salida; pero que ninguna se llega a imponer como definitoria.
Dirección y dramaturgia: Víctor Sánchez Rodríguez
Reparto: Silvia Valero y Bruno Tamarit
Escenografía: Mireia Vila
Iluminación: Mingo Albir
Vestuario: Teresa Juan
Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Asesora corporal y ayudante de dirección: Cristina Fernández Pintado
Diseño gráfico y carteles escenografía: Estudio Merienda
Realización escenografía: Los Reyes del Mambo
Fotografías: Vicente A. Jiménez
Maquillaje y peluquería: Miguel Vidagaín
Distribución: a+ soluciones culturales
Una producción del Institut Valencià de Cultura con la colaboración del Ayuntamiento de Sagunto
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 25 de noviembre de 2018
Calificación: ♦♦♦
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