Ester Bellver continúa con su creación autobiográfica plasmando con humor los avatares entreverados de su vida
La mujer y su cuerpo desnudo que se presentan delante de nosotros amalgaman una vida que da valor a los vaivenes de los cómicos. Ester Bellver (la temporada anterior la disfrutamos en el Rinoceronte) se convierte en una juglar anunciando su propia obra por el barrio, pintando rombos ─el logotipo que da pistas a los futuros espectadores para que encuentren el lugar donde la actriz volverá a vivificar su relato─ recurriendo artesanalmente a un proceso pleno de creación que ejemplifica absolutamente el tiempo que les ha tocado vivir a estos artistas y que recuerda tanto a otras épocas. La Bellver suma y sigue; son ya varios años con su protAgonizo a cuestas, una historia construida con muchos mimbres de aquí y de allí. Y esa es la primera virtud que uno puede resaltar de la función. No es un monólogo de soniquete machacón, sino un espectáculo entre lírico y nostálgico, entre infantil y maduro, entre las capas del tiempo y sus rendijas de emociones diversas, y mucho recuerdo que se cuela por sorpresa, y también humor, a veces triste, y un hilo de poesía que lo recoge todo. No es habitual viajar a la infancia en teatro cuando el respetable es adulto. La protagonista deja caer su educación con las monjas y los juegos de su época y las canciones y las primeras amistades, me pareció inevitable recordar a Gloria Fuertes con ese tono de voz tan entrañable y los malabares con las palabras. En el avance, la simultaneidad de escenas y momentos marca el paso. Una canción de niña se combina con aquellas otras que interpretaba en las revistas musicales de las que formó parte. Cada vez que regresa a sus cuatro o cinco años, o después, un poquito más mayor, es inevitable no rememorar la película de Saura, La prima Angélica; vemos a un adulto, pero en realidad está en sus primeros años, en sus primeras experiencias. También, en la multitud de expresiones; emplea directamente el discurso, la declaración de intenciones y es ahí donde quizás flojea un poco la obra, principalmente cuando quiere dirigirse al público o nos hace guiños a modo de descanso en el paso de algunas escenas a otras. Aunque es cierto que retornar con la poesía le permite adentrarse repentinamente en el meollo. Se percibe el aura de su mentor, Agustín García Calvo (al que tanto se le echa de menos) en la recitación constante de pasajes que son capaces de engarzar con tiempos pasados y con momentos que parece que nunca se fueron con un colorido íntimo que embriaga. De más está decir que Ester Bellver tiene muchas tablas y que si esta obra repasa parte de su carrera y su formación, su naturalidad en la expresión a la hora de combinar el baile o alguna canción, con la gestualidad o la disposición de elementos de vestuario que le dan un juego enorme ─los recursos son precarios, pero su versatilidad sobresaliente─ permite observarla como una verdadera artesana del oficio. Se echa en falta en el relato que no se detenga más en otras épocas y redunde tanto en la infancia; el salto entre situaciones pide puntos intermedios más desarrollados. En protAgonizo se demuestra la valía de una actriz y la personalidad de alguien con enorme experiencia y un humor algo socarrón, que es el mejor para quitarle hierro a ese «Agonizo» con el que deambula en la catarsis. Lo que tenemos, al fin y al cabo, es a la actriz, a la protagonista, echando la mirada atrás y desnudándose plenamente para volver a iniciar otro camino.
Dramaturgia y dirección: Ester Bellver
Actriz: Ester Bellver
Diseño de iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Escenografía: Ester Bellver
Producción: Rotura producciones
Sala Mínima (Madrid)
Hasta el 22 de noviembre de 2015
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “protAgonizo”