Idiota

La Compañía Kamikaze reabre el Teatro Pavón con este thriller psicológico de Jordi Casanovas

Foto de Vanesa Rabade
Foto de Vanesa Rabade

Ahí estábamos, frente a los cuatro insensatos que han tenido por deseo emprender esta aventura de dirigir El Pavón Teatro Kamikaze. Cuatro audaces, cada uno con una camiseta de un color distinto como si quisieran representar los cuatro elementos: Israel Elejalde, Miguel del Arco, Aitor Tejada y Jordi Buxó nos dan la bienvenida. Cuentan con un repertorio que garantiza la calidad de esta próxima temporada y se presentan con una obra digamos que, por diversas cuestiones, algo ajena a sus presupuestos. Idiota, el texto teatral escrito por Jordi Casanovas, se inserta dentro de eso que se ha denominado thriller psicológico y que fundamentalmente ha triunfado en el cine con títulos como Cube (1997) o The Game (1997), por ejemplo, y por nuestros lares Concursante (2007) o, en las tablas, El método Grönholm (2003) (de alguna manera, orientado más al drama, La fundación, de Buero Vallejo); además, últimamente, en la televisión, si nos fijamos en serie cercanas, hemos podido ver Quantico. Todo ello dando por supuesto a Hitchcock. En todas ellas, se juega con la credibilidad, con el fingimiento, con forzar la mente de los protagonistas para introducirlos en situaciones límite en las que pierden la noción de sus costumbres, de las reglas sociales y, sobre todo, de su propia moral. Nosotros nos encontramos en una institución dedicada a la experimentación, un centro de estudios en el que van a analizar a un sujeto, en este caso a Carlos Varela, interpretado por Gonzalo de Castro, quien acude allí atraído por las ganancias que puede obtener y que necesita perentoriamente. Él es el endeudado dueño de un karaoke y con el banco pisándole los talones. El sujeto ha firmado un contrato para realizar esos test y no lo ha leído. Bueno, pues resulta, y esta es la primera gran pega de la obra, que contiene unas cláusulas que implican que la institución puede investigarlo, cometer delitos casi en su nombre, extorsionarlo y, todo ello, gracias a unos decretos aprobados por el gobierno (no está de más que aunque no se exprese claramente estamos en España y es el presente; no es una dictadura o un futuro distópico). El protagonista que, en primera instancia, es idiota (más que idiota está desesperado) traga con todo (nosotros, si pretendemos entrar en la ficción, también). Enfrente, lo observa pacientemente la doctora Edel, una psicóloga alemana (un pequeño detalle si queremos remitirnos a esos cuestionamientos sobre los campos de concentración nazi en los que el papel de víctima y verdugo eran las caras de la misma moneda. De alguna manera, esta idea sobrevuela en la obra) que está encargada de realizar las pruebas. Tiene la función el ansia por establecer un juego con el espectador, quien más y quien menos intenta resolver los acertijos que se le espetan a Varela, muchos de los cuales aparecen con frecuencia en las redes. Ya se sabe, es el empeño sicologista de procurar demostrar lo inteligentes que somos si logramos pillar el truco a ciertos enigmas pseudofalaces o, y esto se veía venir, demostrar tu integridad ética a través de los consabidos dilemas morales. El de la vía del tren nunca puede fallar. Mientras, el sujeto es sometido a una presión sicológica indecible en la que va viendo cómo sus familiares pueden sufrir todo tipo de penas por su culpa. Después, en fin, lo del final, que no desvelaré, pues directamente o sobra, puesto que ya se deja suspendida la cuestión en el aire y la podemos responder nosotros mismos, o debemos considerarlo un giro del autor más propio del desenlace de Los Serrano. Otro asunto que es necesario comentar es que se nos entregan bien mascaditas cada una de las explicaciones sobre lo que allí ocurre, sobre los fines del experimento o sobre cómo se ha conseguido organizar el entramado. Esta suele ser la característica primordial de las obras comerciales, hay que entretener, hay que sorprender, pero no vamos a permitir que el espectador se vaya inquieto para su casa. Esto no quita, el escritor sabe lo que hace, que asistamos a una colección de momentos de auténtica expresión dramática que nos provocan ganas por conocer los subsiguientes pasos. Puedo dejar de poner pejiguero y disfrutar del engaño, aunque, eso sí, luego que no me pidan conclusiones y eso de que «te hace reflexionar»; porque si reflexiono, reflexiono, y no pienso firmar el contrato de Casanovas sin leérmelo, incluida esa letra bien pequeña que necesita colarme para que la plusvalía del éxito sea más generosa. Porque si idiotas son aquellos que se dejan someter, que van por el mundo sorbidos por la avaricia que los sitúa como blanco fácil de nuestra sociedad consumista o, como los antiguos griegos, sin ocuparse de los asuntos públicos, entonces debemos agradecer que la estructura de este drama sea tan torticera y falaz como los actuales medios de masas para aprender cómo se manipula a los espectadores hoy en día, donde parece que no se puede elegir más que susto o muerte (lo hemos visto durante la crisis), con procedimientos del todo inverosímiles. Aunque supongo que esto es ir demasiado lejos, al fin y al cabo, esto solo es un espectáculo teatral. Pero vayamos a las virtudes, que posee varias. Primeramente debemos reconocer que los actores están magníficos. A Gonzalo de Castro le viene que ni pintado su papel. Su vena furibunda e histriónica ya la había explotado en varias ocasiones (recordemos Invernadero), pero aquí, puesto que nos enfrentamos con un individuo algo más desvalido, los contrastes entre la suficiencia que muestra inicialmente y sus gritos de desesperación resultan más patéticos y, a la vez, más graciosos (el sarcasmo que le ha imprimido el dramaturgo es lo que más nos mantiene pegados a la butaca). En cuanto a Elisabet Gelabert, con un personaje menos redondo, demuestra sus dotes interpretativas (como ya hizo en los Entremeses) sabiendo mantener el enigma sobre sus propios límites. Por otra parte, buena dirección de Israel Elejalde, quien ha logrado que se mantenga la tensión desde el primer instante. Ciertamente, la función que nos muestran posee una factura envidiable, y esto aporta muchos puntos al cómputo general. Ya en el propio encabezamiento, tan cinematográfico, nos sorprenden las ilustraciones de Lisa Cuomo. Otra vez Eduardo Moreno logra una escenografía que nos convence de la importancia del lugar donde va a transcurrir el experimento, esa cementación austera que cuenta con la iluminación de Juanjo Llorens y con la atmósfera creada por la música de Arnau Vilà. Gran parte del público disfrutará de este thriller y algunos otros se preguntarán si son algo menos inteligentes que el resto después de haber fallado todos los ítems. Larga vida a El Pavón y, esencialmente, al teatro creado por los Kamikaze.

Idiota

Autor: Jordi Casanovas

Director: Israel Elejalde

Reparto: Gonzalo de Castro y Elisabet Gelabert

Escenografía: Eduardo Moreno

Iluminación: Juanjo Llorens

Sonido: Sandra Vicente (Studio 340)

Vestuario: Ana López

Vídeo: Joan Rodón

Música original: Arnau Vilà

Ilustraciones: Lisa Cuomo

Ayudante de producción: Celia Mira

Ayudante de escenografía: Lorena Puerto

Técnico de sonido: Enrique Calvo

Técnico de iluminación: Ignacio Vargas

Maquinista: Javier Iglesias

Ayudante de dirección: Pablo Ramos

Dirección de producción: Aitor Tejada y Jordi Buxó

Producción: Gonzalo de Castro, Israel Elejalde, Buxman Producciones, Kamikaze Producciones y Hause & Richman Stage Producers

El Pavón Teatro Kamikaze (Madrid)

Hasta el 30 de octubre de 2016

Calificación: ♦♦♦

Texto publicado originalmente en El Pulso.

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