Pablo Remón se acoge al costumbrismo posmoderno para discurrir sobre la crisis de los urbanitas cuarentañeros en el Teatro María Guerrero
Foto de Geraldine Leloutre
En su anterior proyecto, Vania x Vania, Pablo Remón dispuso una dramaturgia sobre el clásico de Chéjov realmente especular, que le permitió trabajar sobre cuestiones existenciales del presente. Ahora regresa a una línea de trabajo que nos conecta casi con sus comienzos como dramaturgo en 40 años de paz. O sea, exprimir la narración frente a un micrófono en la casi soledad. Ahí el autor luce su pujanza y, sobre todo, esa ironía recursiva que tan bien maneja y que tanto atrae al público coetáneo matritense. No obstante, para presentarse en todo un Teatro María Guerrero ha sido bastante conservador en su argumento. Sigue leyendo →
Raquel Alarcón cierra el Tríptico de la Vida en la Sala Cuarta Pared con un mosaico de historias en el absurdo de la cotidianidad
Se cierra con esta pieza el Tríptico de la Vida. Título tan amplio e inconcreto que ha valido para derivarnos a una suerte de costumbrismo en mosaico. Teselas de teselas repletas de melancolía y desencanto, trufado de ironía impotente. Si acaso hemos acontecido a la bruma propia de nuestros tiempos en descenso. De hecho, Todo lo que veo me sobrevivirá insiste en estas ideas. Las autorías auguraban una obra potente; pero la suma de las partes, en este caso, no ha propiciado un espectáculo superior. Principalmente, por falta de engarce, de recursividad. Sigue leyendo →
Entre el general estado del teatro más seguidista y políticamente pacato, esta temporada nos hemos encontrado con una buena colección de propuestas destinadas a perdurar
Foto de Luca del Pia
Una temporada más que se cumple por estos lares, decimoprimera ocasión en Kritilo, fuera ya de La Lectura de El Mundo, que hizo aguas tal y como la conocimos (época satisfactoria, por supuesto). Convendré, para resumir, que entre la abundancia de funciones, continúa la misma línea de pertinaz decadencia. Mucho entretenimiento, mucha distracción, muy poco atrevimiento a la hora de salirse de los cauces morales y políticos de lo establecido por el público «objetivo». Los espectadores aplauden a rabiar o desisten, y ya no acuden (aburrimiento o desprecio de las soflamas de turno). No parecen darse las medias tintas. Sigue leyendo →
Pablo Remón somete a los muy teatristas a una experiencia sublime con el clásico de Chéjov multiplicado
Foto de Vanesa Rabade
¿Qué hacemos con esto? ¿Doblete o no doblete? ¿Se imbrican o las imbricamos? ¿Teatro para muy teatreros? En Madrid (y en otras grandes capitales) algunos teatristas asistimos en un día a ver dos espectáculos seguidos. Entre ellos, queramos o no, dialogan; porque uno vive siempre la experiencia estética con ansias. Sales de un Lorca y te vas otro. Lo mismo con Shakespeare. Con Chéjov. Están exprimidos. Sigue leyendo →
Pablo Remón ha decidido reescribir su obra de 2017 para intentar revitalizar un texto que discurre en mero descubrimiento de las palabras
Foto de Vanessa Rabade
Como nos viene a demostrar Pablo Remón, aquella propuesta que presentó en el 2017 en el ambigú del Teatro Pavón Kamikaze, titulada Barbados, etcétera, favorece, no solo una revisión, sino una plena reconstrucción; pues supone un artefacto que se fagocita mientras crece ad infinitum en un éter de vacuidad. En el fondo, aunque no sea estrictamente la misma obra, no hay gran diferencia, pues el mecanismo sigue funcionando igual; siquiera se da una estilización que nos aleja de la genuina pulsión metateatral que poseía aquella. Aquí, en el Condeduque todo parece más alejado; pero también más masificado, pues la escenografía de Monica Boromello nos remite al caos desde el que propenden esos humanoides que se presentan delante de nosotros: la caja escénica es ocupada por la ruina, con los focos por el suelo, arenilla, humo, escombro; excepto, por una elipse para la acción coronada por una gran luminaria que los sitúa en una especie de planetario que nos induce a pensar en una galaxia desconocida. Sigue leyendo →
Pablo Remón vuelve a la autoficción para recrear el mundo del cine y del teatro, con sus éxitos y con su precariedad laboral. Un montaje muy largo con un elenco muy resolutivo en las escenas más cómicas
Foto de Luz Soria
Después de haber visto todas (creo) la obras que se han representado de Pablo Remón, pienso que Los farsantes resulta anodina, larga y sin fundamento. Después de El tratamiento (2018) que, en esencia, iba de lo mismo; pues uno esperaba que alguien que ha hecho maravillas, como Doña Rosita, anotada, subiera algún escalón más. Pero no, seguimos con la autoficción, el consabido metateatro y las sempiternas quejas del sector artístico. España entera quiere ser actriz. Sigue leyendo →
Raúl Arévalo comanda esta versión elegante de la obra de Pinter que dirige Israel Elejalde en el Teatro Kamikaze
Foto de Vanessa Rabade
La trama que dibuja Harold Pinter en esta obra, estrenada en 1978, no es nada del otro mundo; pero se adereza de tal manera, que uno queda absorbido por la atmósfera melancólica y aquiescente. Hablamos de adulterio como si no fuera ya un lugar común en la burguesía de los sesenta y setenta londinenses (y de cualquier época). El juego nihilista y cínico de aceptar que la vida está llena de placeres sensuales y de compromisos ineludibles que se deben conjugar con el poso amargo de la derrota y la victoria pírrica. Un comienzo anticlimático, situado en el final de la historia, con los ex amantes en la frialdad de un reencuentro sin sentido, sin objetivo, sin la tensión erótica de otras citas. Una escena en sí misma floja, en un exceso de distancia; donde los propios intérpretes se muestran timoratos y sin personalidad. Chismorrear sobre las ascuas de un amor, celos retroactivos y, por lo demás, ponernos al día de quiénes son los personajes que van a deambular delante de nuestros ojos. Que la historia avance hacia atrás es un plus y una treta maléfica; pues nos dispone hacia el origen sorpresivo del adulterio conocido por sus protagonistas y su víctima. A tenor de lo observado, me parece que Raúl Arévalo, en el papel de Robert, el supuestamente engañado por su mujer, pone la función en otro nivel y se hace con ella de una forma tan sutil como grandiosa. El actor ha realizado una labor creativa memorable, con esos gestos entre amanerados, snobs y casi gansteriles; como si, por un momento, fuera a sacar su Colt 45 para emprenderla a tiros. A veces fanfarrón, otras malencarado, con frecuencia cínico. Su sarcasmo se engrandece según comprendemos más de su historia. Sigue leyendo →
Un repaso por lo más meritorio y sobresaliente de este reducido periodo teatral que nos ha tocado vivir
Foto de Vanessa Rabade
La temporada ha quedado demediada. Esto ya no tiene remedio. Días aciagos para el teatro que dejan su futuro en suspenso. Los sucedáneos virtuales demuestran que la anosmia no es solo un síntoma clarificador de esta pandemia que nos acogota; sino la evidencia de que el drama requiere de olores, de sudores, de tensiones carnales y, fundamentalmente, de ese compromiso indeleble entre los intérpretes y un público que se entrega al pacto mefistofélico. Por lo tanto, solo queda hacer ya el habitual repaso a lo más destacable de la escena teatral madrileña (española por extensión y por recepción. Internacional, a la postre). Sigue leyendo →
Pablo Remón sobredimensiona a Lorca para ofrecernos una versión fabulosa a través de su biografía sentimental
Foto de Vanessa Rabade
Avancemos que Pablo Remón acaba de presentarnos un montaje culmen, producto de todo un proceso de desarrollo dramatúrgico que se ha ido macerando en unos pocos años. Tras La abducción de Luis Guzmán, 40 años de paz, Barbados, etcétera, El tratamiento, Los mariachis y Sueños y visiones de Rodrigo Rato (firmada esta última también por Roberto Martín Maiztegui) llega esta Doña Rosita, anotada para acertar con un equilibrio conceptual, técnico y sentimental que nos sitúa ante una función que debe servir para ejemplificar una forma de hacer teatro en nuestra contemporaneidad, y una manera de versionar. La deconstrucción que aplica el dramaturgo sobre el texto de Lorca ―recordemos que fue su penúltima obra teatral (1935), aunque su origen data de 1924―, va más allá de la reordenación de los tres actos y de la intervención metateatral; puesto que ha insertado una emotiva trama personal (con las claras características de la autoficción). Francesco Carril, que viene de interpretar la estupenda Hacer el amor (que alguien la reponga), es un actor imprescindible de la escena actual y aquí se convierte en un trasunto del autor para efectuar un trabajo cargado de ironía y de pertinacia romántica. La cuestión que se nos plantea al principio no carece de lógica y tiene que ver con la vigencia de este drama; es decir, qué supone para nosotros hoy y qué nos puede aportar si se decide actualizarlo. Sigue leyendo →