La obra de Marguerite Duras decae en taciturnidad en este montaje ideado por Magüi Mira en el Teatro Infanta Isabel
Por lo visto, antes de ser una obra de teatro, La música fue un encargo para la televisión. Luego ya subió a las tablas en 1965 y se adaptó al cine, al año siguiente, con dirección de la propia Marguerite Duras y la compañía de Paul Seban. Ciertamente es mejor no tomarla de referencia; porque el enfoque es muy distinto al que encontramos en el Infanta Isabel. La dramaturga había imaginado el encuentro de una pareja de treintañeros que vuelven a verse tras dos años para resolver unos asuntos de su divorcio. Magüi Mira ha decidido darle un giro y situarnos dos individuos maduros. Este hecho, efectivamente, trastoca toda la propuesta; pues el bagaje de cada uno es totalmente diferente. Sigue leyendo →
Juan Carlos Pérez de la Fuente dirige una versión extendida de este drama grotesco de Carlos Arniches en el Teatro Fernán Gómez
Foto de Luiscar Cuevas
¿Cómo darle aire renovado a este drama de Arniches sin caer en el rancio costumbrismo? Pues dándole una estética más sofisticada que logre, incluso, aproximarse a la sicodelia de los años sesenta y a esos reconocidos guiños a la película La naranja mecánica, de Stanley Kubrich (no faltan bombines y bastones); aunque de una manera más modesta en la acción, efectivamente. En gran medida, uno se pone en la tesitura de todos esos que han pasado por una residencia de estudiantes y han tenido que pasar el trago de las novatadas, muchas de las cuales han llegado a límites insostenibles. Sigue leyendo →
La adaptación de Eduardo Galán rebaja la hondura de este clásico para acogerse a los gustos de un amplio público
¿Es esta adaptación de Eduardo Galán la adecuada para un amplio público sin minusvalorar en exceso el original? Algunos pensarán que sí. Esto implica, necesariamente, un recorte superior al deseable (no voy a venir aquí con el consabido debate sobre el género literario de este clásico; pero es evidente que llevar a escena el texto completo supondría superar las tres horas de función). Amén de ajustar el lenguaje a un vocabulario mucho más cercano y con una pronunciación contemporánea. Más tajo encontramos con los personajes. Como suele ser habitual, el rufián Centurio desaparece, igual que los criados ─sustitutos de los ajusticiados─ Tristán y Sosia; así como Alisa, la madre de Melibea. No queda otro remedio si se anhela concentrar el argumento y emplear un elenco breve. Sigue leyendo →
El dramaturgo y director Juan Carlos Rubio lleva a escena en el Teatro Pavón esta dramedia que ahonda en el tópico del carpe diem
Foto de Sergio Parra
Cuando nos encontramos con propuestas de ánimo amable, esas comedias que parecen destinarse al entretenimiento —piensan algunos espectadores— conviene estar atentos a su trasfondo; porque, a veces, la peripecia que sobrevuela tapa su posible enjundia. Y este es el caso de El inconveniente, que tuvo su versión cinematográfica en 2020, y ahora se aprovecha esa estela para instalarse en El Pavón.
Uno de los cambios peculiares que ha introducido su dramaturgo y director Juan Carlos Rubio ha sido transformar el papel de Sara, interpretado por Juana Acosta, por su paralelo en belleza, altura y elegancia, Cristóbal Suárez, que hace de Luis. Resulta interesante observar matices bien diferenciadores, pues ella se pretende encajar en el estereotipo actual de mujer empoderada que ha roto algún techo de cristal; mientras que él es el típico triunfador de toda la vida —su primera soflama se despliega con gran energía y soltura— que impacta con su sola presencia. Con él, después, ganamos en ternura; ya que el recorrido emocional es más amplio y complejo en relación a la principal protagonista. Sigue leyendo →
Cristina Clemente y Marc Angelet han escrito una comedia que introduce una gran diversidad de temas en el clásico género del enfrentamiento de parejas
Foto de Nacho Peña
Puede que esta obra conlleve unos prejuicios que provoquen reticencias en cierto público. Pero esto es lo que implica que el Teatro Maravillas se enmarque con la etiqueta de «comercial». No obstante, Laponia es una obra que está entre lo mejor que se puede ver ahora mismo —y en los últimos tiempos— dentro de ese género burgués del enfrentamiento entre parejas que tanto abunda en las salas —incluidas las de cine—; de hecho, la propia Tamzin Townsend ya se puso al frente de Un dios salvaje, de Yasmina Reza. La lista de referencias es larga: Los vecinos de arriba, de Cesc Gay, Anfitriones, de Inge Martín, Demonios, de Lars Norén o la catastrófica El peligro de las buenas compañías, de Javier Gomá. Podría seguir; aunque creo que es suficiente como para hacernos una idea de nuestro marco de referencia. Se debe afirmar con rotundidad que el texto de Cristina Clemente (de quien he visto Andrea Pixelada) y Marc Angelet posee ingenio y que se adentra en cuestiones morales de gran enjundia. Sigue leyendo →
La veterana actriz se apropia del espíritu procaz del personaje joyceano para configurar un espectáculo de aire liberador
Foto de Ángela Ortiz
James Joyce estuvo realmente obsesionado con que su novela Ulises se publicara el 2 de febrero de 1922, es decir, el día que cumpliría cuarenta años. Por lo que nos hallamos en la órbita de las celebraciones y, a lo mejor, se logran más lectores de esos que aún disfrutan con el alpinismo literario. Apenas hace un mes, Henar Frías interpretaba su peculiar visión del soliloquio que cierra la obra del irlandés. Las traducciones son más traidoras que nunca y las perspectivas tan múltiples que las comparaciones sencillamente nos valen para confirmarlo. Sigue leyendo →
Carmen Losa presenta una obra sobre el amor de dos muchachas en los años treinta en un pueblo de Extremadura
Foto de Eduardo Diéguez
En los últimos tiempos el cine español ha presentado una gavilla de películas ambientadas en la guerra civil que, al menos, en cuanto a la susodicha ambientación —y concretando en el entorno rural—, realmente han ofrecido una factura más que notable. Me refiero, claro, a Incierta gloria o La trinchera infinita, entre otras. Y es que uno espera que el Teatro Español se acoja al modelo del crudo realismo, y no a la luminosidad o embellecimiento propios de las teleseries que transcurren en los años treinta. En cuanto a la referencia temática aquí resulta ineludible el film de Coixet, Elisa y Marcela; pues de amores lésbicos tratamos. Aunque, como veremos, aquellas disfrutaron más de su opción sexual que las que contemplamos aquí sobre las tablas; porque la obra de Carmen Losa es, entre otros aspectos, pacata hasta decir basta. Digamos, tajantemente, antes de continuar, que Levante es un montaje frío y anticuado, y que solo se puede disfrutar superficialmente por un público acostumbrado a que delante de sus ojos se sorteen torticeramente conflictos de enjundia, ya sean políticos, sociales, religiosos o morales. Sabemos que todo transcurre en el pueblo pacense de Salvatierra de los Barros, célebre, como anuncia su nombre, por su alfarería (ausente esta, en esta propuesta). Deberíamos imaginar una zona con altas tasas de analfabetismo, con una población ínfima, con un campo destinado a la supervivencia y con un habla extremeña particular. Ni uno solo de los nueve personajes (ni tampoco de las voces que se llegan a escuchar de algunos hombres) muestra rasgos lingüísticos propios de esta zona; es más, hablan un español estándar claro y diáfano (como el que encontramos en la televisión, para deleite del telespectador sestero). Y eso que hablamos de personajes con muy poca instrucción escolar, como se llega a señalar. Es cierto, que en algunos momentos el texto se quiere poner lirizante, como un remedo de Lorca; pero el costumbrismo y el realismo priman. Estamos inicialmente en 1931. Es un pueblo; no obstante, parece un lugar no lo suficientemente verosímil. La escenografía de Juan Sanz está compuesta de una serie de paneles (sostenidos con unas escuadras con ruedas muy poco vistosas) que van creando distintos espacios y que sirven con sencillez para marcar los límites de las estancias. Desde luego, la iluminación de José Manuel Guerra es excesiva y no llega a incidir en la lógica oscuridad de aquellas viviendas tan humildes. En cualquier caso, se nos traslada esencialmente la historia de dos muchachas que se gustan. No diremos que se enamoran; puesto que la falta de pasión que traslucen, únicamente se puede tomar como cariño de amigas. Ni que tampoco sufren tanto acoso para lo que uno podría imaginarse, como se escenifica en una obra de características similares como es Juguetes rotos, de Carolina Román. Y es que uno de los mayores problemas que encuentro en esta función es que las protagonistas no evolucionan. Parece que en ellas no pasa el tiempo, que no terminan de madurar como era de esperar, y más para mujeres de aquella época y que se han quedado no solo huérfanas (qué poco sienten las muertes de sus madres), si no bastante solas. Hablamos de un tiempo en la obra de casi diez años y siguen como si nada; incluido su impertérrito peinado. Ahí está Candela Arestegui haciendo de Susana, a quien descubrí en #LaIRA (como otras actrices de este elenco) que se expresa con espontaneidad juvenil; pero que se queda anclada en ese tono ingenuo; aunque se case y se ocupe de un hogar ruinoso y desabastecido por la pobreza. Por su parte, Ana Lucas, que hace de Inés, ofrece una gama de matices mucho más consistente, y creo que es ella quien saca adelante la función con su talante taciturno y esa capacidad para contener las emociones. Desde luego, realiza un gran trabajo. El primer acto resulta, como afirmaba, demasiado ingenuo y bastante esquemático en cuanto que se nos quieren trasladar enseguida las directrices propias de la época, a saber: contraer matrimonio casi con el primero que lo pretendiera, tener hijos, ser hacendosa, ignorar la escuela y ocuparse de la fe. No obstante, en Levante, la religión está casi ausente y no parece razonable; por mucho que haya llegado la República. La posición de las mujeres era esta y los atisbos de rebeldía apenas tienen continuidad hasta que no queda más remedio. En el primer acto, nos enteramos de oídas de algunos detalles que no permean lo suficiente. Que hay un cacique, Esteban. Que hay dificultades económicas; aunque no tantas como habrá después. En definitiva, no se prepara el terreno con la profundidad necesaria para introducirnos en el segundo y en el tercer acto, cuando la obra va mejorando. Principalmente, porque llega la guerra y los aprietos parecen concretar las posibilidades existenciales. De todas formas, si el amor lésbico de las jóvenes debe ser el meollo del asunto, nos vamos a quedar con las ganas de un desarrollo romántico verdaderamente sugerente. Con un par de besos en los labios y otro par de abrazos se solventa la cosa. Sosería importante. Fulgor gélido. También gana en interés el papel que interpreta Teresa Hurtado de Ory. Típica maestra republicada de izquierdas, que viste pantalones, confiada en su labor imprescindible y, además, colaboradora con el bando popular en funciones de logística. Es un personaje que la actriz lanza con ese encanto de mujer segura, que no está para ofenderse por niñerías, y que expele confianza y pragmatismo. Es una pena que tenga pocas líneas; no obstante, también es cierto que un poco más y les come el terreno a las dos protagonistas. Me ha llamado la atención que escuchemos la frase (tiro de memoria) «los fascistas también quieren la libertad; pero solo para ellos»; aunque que no forma parte del texto original. Así que hemos de pensar que es un guiño de Carmen Losa a los acontecimientos ocurridos en Madrid durante las últimas elecciones (y algo más). Puesto que este es un texto trufada de gestos hacia la visión feminista de la autora, pues recrea las diferencias entre hombres y mujeres, para que queden claras. De la misma forma, que se nos ofrece una visión desde el bando izquierdista, desde la pedagogía o la moral (el propio amor de las chicas tomado con bastante naturalidad, sin que suponga un conflicto agónico e insuperable). Prácticamente el resto del elenco tiene una función accesoria; quizás podemos encontrar en Lola Casamayor, un ejemplo de experiencia similar a lo que están viviendo estas muchachas. La actriz dispone su generosidad y da consejos entreverados de misterio. Sin embargo, Yolanda Arestegui, la madre, cumple con el sencillo estereotipo de transmisora patriarcal. Por su parte, Jose Lamuño, que se queda con el pretendiente, y luego marido, Jeromo, procede con templanza. Es un noblote agricultor, determinado por ideas muy básicas. Ni siquiera toma las riendas con fortaleza para acabar con los entresijos deshonrosos de su mujer. Se agita lo justo, le falta personalidad, a pesar de su adhesión a la contienda para defender a los de su clase. El resto de intervinientes, como las amigas, Leyre Abadía que hace de Isabel o Lucía Aristegui que se encarna en María; o Iñaki Salcedo, que interpreta a Paquito, un buen joven, puntualizan con sus frases las distintas escenas con buen hacer. Viene esta obra acompañada por una música compuesta por la propia Carmen Losa y Mariano Marín que, excepto cuando remarca cinematográficamente ciertos momentos de tensión, logra colorear el espectáculo con tonos melancólicos. Levante se convierte en metáfora de esperanza, la zona por donde encontrarán el camino de huida para llegar a Francia por mar. Pero uno tiene la sensación general de que la propuesta no se mete a fondo con todas sus capas, y al final queda como un relato costumbrista muy suavizado.
Reparto: Yolanda Arestegui, Lola Casamayor, Candela Arestegui, Jose Lamuño, Ana Lucas, Iñaki Salcedo, Lucía Arestegui, Teresa Hurtado de Ory y Leyre Abadía
Escenografía: Juan Sanz
Iluminación: José Manuel Guerra
Vestuario: Maite Álvarez
Música original: Mariano Marín y Carmen Losa
Ayudante de dirección: Irene Gómez
Una producción de Descalzos Producciones y Teatro Español
Pedro Casablanc se transforma en múltiples personajes para retratar al célebre usurero galdosiano en un montaje esperpéntico
Por fin un espectáculo digno de la categoría de don Benito Pérez Galdós en este año de conmemoraciones y otros asuntos deletéreos. ¡Cómo no atisbar un esperpento avant la lettre en este Torquemada! La caricatura, la muñequización, la animalización y ese expresionismo que hiperboliza la podredumbre, lo chabacano y el tufo a ranciedad. Nos situamos en la época de mayor esplendor de nuestro novelista. En 1887 ha publicado Fortunata y Jacinta, y casi de seguido, con una actividad verdaderamente febril, después de otras cuantas obras como Miau (1888), se dispone a emprender su ciclo sobre este peculiar usurero. Sigue leyendo →
El texto de José Ramón Fernández logra compactar la emoción y la memoria en un montaje sobre el largo horror de Mauthausen
Foto de Laura Ortega
En los últimos tiempos, parece que se va recuperando la memoria de aquella terrible experiencia que sufrieron muchos de nuestros compatriotas en el campo de concentración de Mauthausen (murieron allí cinco mil). Así lo estamos comprobando con otras de teatro como El triángulo azul o el proyecto que dirigió Pilar G. Almansa sobre el abuelo de la actriz Inma González; o con películas recientes como El fotógrafo de Mauthausen o documentales como Los últimos españoles de Mauthausen. A todas estas obras se suma el montaje que dirige con tanto tino y dinamismo Emilio del Valle sobre el texto de José Ramón Fernández. Un juego metaliterario y autoficcional repleto de recursividades, al ritmo de la chanson, en un ambiente de ilusión fantasmalmente romántica, y acerbo recuerdo lúgubre y desgarrador. Es un espectáculo que está muy bien llevado de la mano por el personaje que hace de Yo, del autor (tan poco fiable, como sugerente en su disposición literaria); porque nos traslada sus cuitas en el acompasamiento de los recuerdos. Jorge Muñoz, como trasunto del dramaturgo, se expresa con honda emoción, atormentándose por esa impotencia que siente al no ser capaz de trasladar el relato que quiere confesar. Nos arrastra en su work in progress, en su escritorio mental, donde aparecen libros de historia, biografías o cómics como el de Maus, o el disco donde está grabada la canción que da título a la función. Nos revela sus influencias, sus artificios para la ficción: «esta obra no está basada en una historia personal; sino en los libros que he leído desde que, hace veinte años, empecé a tomar apuntes para una historia que no soy capaz de escribir». Sigue leyendo →