Pedro Casablanc se transforma en múltiples personajes para retratar al célebre usurero galdosiano en un montaje esperpéntico
Por fin un espectáculo digno de la categoría de don Benito Pérez Galdós en este año de conmemoraciones y otros asuntos deletéreos. ¡Cómo no atisbar un esperpento avant la lettre en este Torquemada! La caricatura, la muñequización, la animalización y ese expresionismo que hiperboliza la podredumbre, lo chabacano y el tufo a ranciedad. Nos situamos en la época de mayor esplendor de nuestro novelista. En 1887 ha publicado Fortunata y Jacinta, y casi de seguido, con una actividad verdaderamente febril, después de otras cuantas obras como Miau (1888), se dispone a emprender su ciclo sobre este peculiar usurero. Cuatro textos, no demasiado largos, que consigue sacar adelante gracias al apoyo económico del financiero Lázaro Galdiano, quien había iniciado romances con Emilia Pardo Bazán, a la sazón amante de don Benito. Ignacio García May ha sabido exprimir el argumento de cada episodio para ofrecernos la esencia Cuatro puntos de vista fundamentales, que sirven para apuntalar un retrato entre malicioso, satírico y despiadado de un hombre que se desfigura en nuestra imaginación como un paseante por el callejón del Gato. Contar de nuevo con Pedro Casablanc sobre los escenarios es una satisfacción imperdible. No lo veíamos desde aquel Yo, Feuerbach (2016); aunque, sobre todo, se mantiene en nuestro recuerdo su extraordinaria actuación en Hacia la alegría (2014). No obstante, resulta sencillo encontrar similitudes estéticas y expresivas con sus interpretaciones en Tirano Banderas (2013), cuando hacía de aquel Barón de Benicarlés. Aquí también se tiene que transformar en distintos personajes, y adoptar físicamente posturas corporales y elocutivas que lo aproximan a la deformación. Estos narradores monologan y nos dan cuenta también, ellos mismos, de su propia insania moral o de sus carencias en la virtud. El actor remarca con pericia la gestualidad idiosincrática de cada individuo; para dejar paso, en alguna ocasión, al propio Torquemada, para hacer gala de su zafiedad grotesca. Un inculto: «¿qué querrá decir esto de clásico? ¡Vaya unos términos que se traen estos señores! Porque yo he oído decir el clásico puchero, la clásica mantilla; pero no se me alcanza que lo clásico, hablando de versos o de comedias, tenga nada que ver con los garbanzos, ni con los encajes de Almagro». Ejemplo este, del humor que destila el montaje; pues el lenguaje se acomoda en la línea cervantina de mezcla entre lo popular y lo castizo, y lo culto. Entre las virtudes del espectáculo está la dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente; pues ha conseguido que la claridad, sin caer, en absoluto, en lo didáctico, sea el procedimiento constante; ya que, además, como responsable de la escenografía, ha situado muy convenientemente los guiños —letreros que nos anuncian cada acto— que ambientan sutilmente las cuatro partes. Un gran neón de diferentes colores (principalmente, rojo, como si fueran las badilas incandescentes que pudieran emplear los inquisidores del famoso tocayo); que atraviesa verticalmente el retablo que encuadra la acción, para reseñar el aura demoniaca del protagonista. Al fondo, aparece el relieve del Madrid decimonónico, calles Tudescos, San Blas, Silva y San Bernardino. Cada aspecto del espacio es focalizado coherentemente por la iluminación de José Manuel Guerra. El vestuario de Almudena Rodríguez Huertas permite que el intérprete se transforme con facilidad en los distintos personajes; puesto que es necesaria la fluidez. Por otra parte, la música de Tuti Fernández sirve, por un lado, para acompañar las transiciones de los interludios e, incluso, para propiciar una ambientación un tanto irónica; con una composición musical que posee tonos modernos, pasados por el sintetizador. Con Torquemada en la hoguera comienza la faena, Casablanc se cubre con la toquilla para encarnar a la viejecita ama tía Roma. Remejedora y cotilla, criticona que traza una primeriza descripción cruenta del avaro. Relato que se centra, sobre todo, en la enfermedad y muerte del prodigioso niño Valentín y que nos deja imaginar a un hombre deshecho. Esta circunstancia nos prepara para Torquemada en la cruz, cuando hacen aparición los Águila, y se apodera del discurso, el invidente y envidioso, Rafael. Tan aquilino en su gestualidad, como manipulador victimista en la relación con sus hermanas. Una de ellas debía cumplir con el anhelo ensoñador del usurero, volver a traer al mundo a un Valentinito. De ahí que, en Torquemada en el purgatorio, sea Cruz Águila quien se ponga en modo maquiavélico para actuar con pragmatismo y así posicionar a su familia, más allá de la «caída» en desgracia de su hermano. Nuestro protagonista, ya marqués y senador, atrae a la clase política a su alrededor para que contemplemos los tejemanejes de unos hombres enfrascados vilmente en sus ambiciones personales. Generalmente, se ha afirmado que Torquemada y san Pedro es la novela más floja de la tetralogía —desde luego, lo es—. Un epílogo ya anunciado casi desde el principio y reiterado a lo largo de la historia. El misionero Gamborena viene a impartir una extremaunción expurgadora y exprimidora de caudales. Pagarse el cielo como jamás lo hubiera imaginado aquel «agarrao». Cada personaje se autorretrata mientras va perfilando y dirigiendo la vida de este espécimen. Una alegoría en la que Galdós —y en este montaje de manera sobresaliente— bosqueja a esa España que se dirigía al Desastre.
Basado en la tetralogía de las novelas de Torquemada de Benito Pérez Galdós
Dirección y escenografía: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Versión: Ignacio García May
Intérprete: Pedro Casablanc
Diseño de iluminación: José Manuel Guerra
Diseño de vestuario: Almudena Rodríguez Huertas
Composición musical: Tuti Fernández
Ayudante de dirección: Micaela Quesada
Ayudante de escenografía y cartel: Alberto Valle (Hawork Studio)
Producción y gerencia en gira: Cristian Bofill
Director técnico: Juan Luis López
Técnico de iluminación: Nizar Allibhoy
Técnico de sonido: Francisco Atiénzar
Técnico de maquinaria: Fernando Gómez
Sastrería: José Miguel Laspalas
Diseño de producción: Pérez de la Fuente Producciones
Agradecimientos: Teatro del Colegio Mayor Elías Ahuja
Una producción de la Comunidad de Madrid
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 4 de enero de 2021
Calificación: ♦♦♦♦
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