El concierto de san Ovidio

Mario Gas dirige esta fábula dieciochesca de Buero Vallejo sobre el maltrato insolente a un grupo de ciegos

Foto de marcosGpunto

De vez en cuando es conveniente desempolvar a nuestros clásicos contemporáneos para descubrir si el tiempo los acartona o si permanecen fértiles para aleccionarnos sobre los vicios universales. Si Buero Vallejo quiso zarandear (desde su «posibilismo») al pueblo español en 1962 tomando la prudente distancia de quien nos remite a un acontecimiento ocurrido en París durante 1771; de qué forma debemos observar esta fábula para que nos competa de una manera similar. En este sentido, nuestro mundo actual ha cambiado tanto desde aquellas, que las mofas pueden ser tan brutales como desproporcionadas sus reprimendas. En el presente los extremos se tocan y por ello es necesario superar el plano simbólico de esta función para encontrar asideros fundamentales sobre la bondad, la solidaridad y la búsqueda del conocimiento como camino a la libertad, es decir, la ilustración. Sigue leyendo

Lulú

María Adánez da vida al prototipo mítico de la femme fatale en un montaje carente de ambición dramatúrgica

Únicamente por razones de producción puedo justificar un montaje tan desatinado en ritmo y persuasión como el que presenta el tándem Bezerra-Luque, a los que avalan trabajos como El señor Ye ama los dragones, El pequeño poni o Dentro de la tierra. No resulta aceptable que se quiera finiquitar en poquito más de una hora un planteamiento que prometía desmontar el mito de la femme fatale recurriendo a un cuento de ambiente rural y contemporáneo trufado de símbolos que se iban configurando en una asequible alegoría. Consumen el tiempo como si se les hubiera negado algo de margen y no quedara más remedio que lanzar a sus personajes a resumir y explicar una historia que no llega a representarse en su totalidad. Y reconozcamos que la propuesta parece inicialmente muy interesante y atractiva. Puesto que se logra una atmósfera propicia gracias a la sencilla (más de lo habitual), pero efectiva escenografía de Monica Boromello, con un fondo repleto de manzanos que dan profundidad; y, sobre todo, con la iluminación de Felipe Ramos, que acierta a configurar los ambientes idóneos para resaltar lo luminoso en contraposición a la penumbra que se aproxima. Sigue leyendo

Después del ensayo

Emilio Gutiérrez Caba se mete en la piel de un dramaturgo para profundizar en las pasiones dentro y fuera de la escena

Foto de Mario Quintero

El cineasta Ingmar Bergman presentó esta película para la televisión en 1984, un film donde se concitaban varios de los temas que le habían interesado siempre al creador sueco. Por una parte, la cuestión del teatro, de la vida teatral y de sus entresijos, de lo que conlleva ese trabajo, a veces tan oscuro para el público —ya lo había tocado en Persona (1966), por ejemplo. Por otra parte, se abordan las disputas propias de las parejas, de los amantes; aspectos que se alimentan de su propia biografía y que igualmente había abordado en Secretos de un matrimonio (1973) y en su última cinta, Saraband (2003); ambas, también, para televisión. Y, por supuesto, indaga en las pasiones y en la culpa, impulsado por su educación luterana. Juan José Afonso se ha puesto al frente de esta versión firmada por Joaquín Hinojosa, y Emilio Gutiérrez Caba se ha encarnado en este trasunto del cineasta. Un dramaturgo y director teatral que tras un ensayo, como casi hace a diario, permanece en el escenario reflexionando acerca de su cometido; mientras se va adormeciendo antes de su habitual siesta, hasta que entra la joven actriz con la que está trabajando. Sigue leyendo

La cantante calva

El teatro del absurdo que Ionesco puso en marcha con esta obra sigue divirtiendo, pero ya no irrita

Foto de Javier Naval

Ya no es para tanto. El público ríe y aunque no se comprenda del todo, no se siente estafado, quizás un poco aburrido en algunos momentos; y si al final no sale ninguna cantante calva, tampoco es para escandalizarse en un mundo como el nuestro. Por qué no tomarse esta primera creación de Eugène Ionesco (1909-1994) como un ensayo de nuevos procedimientos, de una puesta en marcha de mecanismos propios del lenguaje en su deriva ilógica. Puesto que la estructura de la obra es simplona y repetitiva, no ya porque la repetición sea una técnica que explota profusamente, sino porque, como se verá en obras como Rinoceronte (1959), el teatro del absurdo iba a depararnos un despliegue mucho mayor de recursos literarios como la animalización o el simbolismo, y de constructos filosóficos como el nihilismo, el existencialismo o la crítica satírica de la sociedad. Me parece un exceso encontrar en La cantante calva referencias a las paradojas de nuestro presente donde las redes de comunicación abarcan el orbe y, sin embargo, se alimentan de la función fática del lenguaje y de una considerable incapacidad para despejar el ruido de nuestros enunciados. Sigue leyendo

Incendios

Mario Gas presenta este clásico contemporáneo sobre el horror de la guerra y la verdad familiar

incendios-fotoIncendies (Incendios) ha logrado en poco tiempo convertirse en una de esas obras con destino al canon, cuando es precisamente una reelaboración sui géneris del Edipo. La estructura y la disposición de los elementos dispares que muestra el texto nos hacen pensar más en una novela o en una película que en una tragedia. La multiplicidad de escenas, el obligado solapamiento de situaciones, las dos principales tramas imbricándose con saltos en el tiempo, requieren un montaje escénico tan ágil como el que nos enseña Mario Gas en el Teatro de La Abadía. A pesar de la parrafada inicial un tanto caótica de Ramón Barea, en la piel del notario Hermile Lebel, pone sobre la mesa algunas claves. El actor, ajustándose equilibradamente a su personaje, por un lado timorato y por otro pundonoroso, se esmera en aproximarnos hacia una cotidianidad que, en realidad, esconde una catástrofe vital. Dos hermanos gemelos aguardan a la entrada del despacho para conocer las últimas voluntades de su madre, una mujer libanesa que llevaba tiempo en absoluto silencio esperando la muerte. Descubrir la biografía de esta mujer es lo que metafóricamente produce esos «incendios» en aquellos afectados por lo ocurrido y, sobre todo, el encargo inaudito: buscar a su hermano (que desconocían tener) y a su padre (del que no sabían nada). Sigue leyendo

En el oscuro corazón del bosque

Una fábula de gatos creada por José Luis Alonso de Santos en el transcurso melancólico de una mudanza

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En la profunda mella que va dejando la crisis en el mundo teatral, uno se encuentra que los espacios escénicos, tanto públicos como privados, van perdiendo sus señas de identidad por momentos. El público se despista y ya no sabe a lo que atenerse. A esto se le deben sumar cuestiones de otro cariz, como parece que, además, ha ocurrido en esta ocasión. La Sala Max Aub de las Naves del Español en el Matadero nos ha ofrecido esta temporada El arquitecto y el emperador de Asiria, Danzad Malditos y, hace bien poco, La estupidez; es decir, una serie de obras marcadas por la búsqueda de otros lenguajes y por la indagación en idearios no convencionales. Sin embargo, nos encontramos con este texto de José Luis Alonso de Santos, llamado En el oscuro corazón del bosque, que nos muestra a dos gatos humanizados, o viceversa, que aguardan a que los dueños del hogar por donde siempre han deambulado terminen su mudanza. Asistimos a conversaciones nostálgicas trufadas de recuerdos, mientras se contraponen las antagónicas personalidades de los dos protagonistas; si la Gata vieja está inquieta y sospesa embarcarse en una aventura amorosa; el Gato viejo, su marido, espera paciente leyendo estoicamente a Marco Aurelio y escuchando a Mozart. En una trama paralela, dos mozos de mudanzas descansan en el jardincillo que da cobijo a todos los intervinientes, y cual novela bizantina se van preparando para la subsiguiente anagnórisis que, dado el tono de la obra, ni se da sorpresa ni nada. Y este, claramente, es el grandísimo problema de esta obra: el tono. Sigue leyendo

El señor Ye ama los dragones

Luis Luque y Paco Bezerra nos desenmascaran en una obra sobre nuestra relación cotidiana con la comunidad china

El señor YeLo que se concentra en el edificio en el que se alojan las cuatro protagonistas de El señor Ye ama los dragones es la síntesis de dos mundos, de dos aparentes visiones de la vida y, en definitiva, dos formas de incomunicación o, más bien, de la recalcitrante idea acerca de que los otros son seres absolutamente ajenos a uno. Chinos en el planeta España residiendo en una atmósfera entre postapocalíptica hongkonesa y el averno madrileño con boina en días de máxima contaminación. Una Divina Comedia que marca la estructura de la función, con sus tres actos bien definidos y sus tres unidades sin quiebra: la de tiempo (todo ocurre en un día), la de espacio (el susodicho bloque) y la de acción, dominada por un único nudo que debiera estar más enrevesado. Desde luego es una pena que con tal despliegue de medios escenográficos la trama no ofrezca más recovecos y mayores desarrollos narrativos. Podríamos decir que faltan subtramas que evitaran a Xiaomei (la joven china protagonista) relatar gran parte de lo que ha acontecido en sus vidas durante el pasado y revelar un misterio que, además, hasta ese momento no era tal. Sigue leyendo

La Venus de las pieles

La adaptación de La Venus de las pieles llevada a cabo por David Serrano se excede en el tono alocado

Foto de Luis Alda
Foto de Luis Alda

Cuando juegas al teatro dentro del teatro, debes procurar que la ficción que quieres llevar a cabo dialogue coherentemente con la obra que finges desarrollar, si no, es muy posible que el espectador no termine por sintetizar ambos discursos. Bien, pues, el director, David Serrano, ha optado por infundir un tono barriobajero y excesivamente grosero, como si esa cómoda distancia posmoderna de la ironía no se tomara en serio el binomio placer-dolor. Desde el inicio, lo que deberían ser los primeros pasos hacia un cierto aire de solemnidad, hacia un viaje a la oscuridad de 1870, cuando Sacher-Masoch publicó su libro La Venus de las pieles (una novela algo anticuada para la época, un tanto artificial y que daría origen al término masoquismo), la protagonista, Vanda, aparece súbitamente, hablando a la velocidad del rayo como una groupie desnortada delante de un famoso y lanzando improperios sin parar como si fuera una choni recién salida del garaje de una discoteca light. La cantidad de ordinarieces se convierte en una losa incapaz de levantar en una hora y media; por mucho que, a continuación, cuando Vanda, se dispone a realizar la prueba para el papel principal, su voz suene aterciopelada y profunda. De esta forma, Clara Lago se enfunda estos dos roles y sale bastante bien parada (sigue las instrucciones que el director le ha dado), si nos fijamos en su seguridad con el texto y en su expresión corporal, demuestra que es una buena actriz. Su compañero, Diego Martín, aunque le vendría mejor una compostura más canalla y menos pija, es un actor sobresaliente que sabe mantener la seriedad de la representación desde el primer momento, llevándonos someramente hasta su claudicación. Sigue leyendo