María Adánez da vida al prototipo mítico de la femme fatale en un montaje carente de ambición dramatúrgica
Únicamente por razones de producción puedo justificar un montaje tan desatinado en ritmo y persuasión como el que presenta el tándem Bezerra-Luque, a los que avalan trabajos como El señor Ye ama los dragones, El pequeño poni o Dentro de la tierra. No resulta aceptable que se quiera finiquitar en poquito más de una hora un planteamiento que prometía desmontar el mito de la femme fatale recurriendo a un cuento de ambiente rural y contemporáneo trufado de símbolos que se iban configurando en una asequible alegoría. Consumen el tiempo como si se les hubiera negado algo de margen y no quedara más remedio que lanzar a sus personajes a resumir y explicar una historia que no llega a representarse en su totalidad. Y reconozcamos que la propuesta parece inicialmente muy interesante y atractiva. Puesto que se logra una atmósfera propicia gracias a la sencilla (más de lo habitual), pero efectiva escenografía de Monica Boromello, con un fondo repleto de manzanos que dan profundidad; y, sobre todo, con la iluminación de Felipe Ramos, que acierta a configurar los ambientes idóneos para resaltar lo luminoso en contraposición a la penumbra que se aproxima. En este relato tenemos a un latifundista, Amancio (el que ama), interpretado por Armando del Río de forma imponente en el prólogo, con una dicción furiosa en esa introducción narrada de los hechos. Está torturado porque se ha quedado viudo, ya que a su esposa le mordió una serpiente en el cuello y no para de perseguir al ofidio por doquier con el hacha en la mano. Desde entonces, son sus hijos, Abelardo (que nos remite a Eloísa) y Calisto (y nosotros pensamos en Melibea) los que se tienen que responsabilizar de todas esas manzanas que lucen en sus hectáreas, como en el jardín del Edén. Encarnados por David Castillo y por César Mateo quienes se muestran demasiado estáticos, sin mucha capacidad para intervenir. Son como dos apéndices de su padre que apenas se manifiestan quejosos al principio para luego deshilacharse y algo insinuantes con la recién llegada inquilina. La sorpresiva aparición de una muchacha semidesnuda, incapaz de recordar cómo ha llegado hasta allí, de nombre Lulú, y dispuesta para la seducción inminente, lo cambia todo. Se desperdicia la sensualidad inicial de María Adánez, quien acoge su papel con una mezcla de dulzura y de astucia que funciona durante unos instantes, aunque se zanja bastante pronto, no dejando que el erotismo inunde corporalmente a esos hombres subyugados. Cómo es posible que casi de improviso declaren su «envenenamiento» amoroso y al poco ella desee marcharse. En esa cadencia insensata, donde casi no se nos deja paladear el flirteo y el embobamiento, aparece un estrafalario personaje, una especie de cura desaliñado y oscurantista, que Chema León desarrolla extensamente en una nueva narración explicativa acerca de Lilith, la supuesta primera esposa de Adán. Esta encarnaría el mal femenino, el antecedente a todas aquellas femmes fatales (si no contamos a Helena de Troya) que han poblado la historia y que Paco Bezerra pretende desactivar. Después de la parrafada, tan solo queda concluir; sin embargo, como ya he afirmado reiteradamente, no queda tiempo, así la propia Adánez, ahora vestida —mucho más recatada— como jornalera, nos suelta el speech final, otro discurso, sentada y directa al público: «Una mujer no puede mostrarse agradecida y cariñosa ante un grupo de hombres sin que estos acaben pensando que se encuentran frente a una puta», afirma. Este es el nivel de sensacionalismo con el que se nos intenta convencer de ese mantra machacón y simplón de los últimos tiempos: El hombre es un violador, un asesino en potencia. Es el ser más deleznable de la faz de la tierra. Ahora se desmonta el mito de la mujer fatal; pues, al fin y al cabo, es un «producto» del instinto masculino. Como se preguntan retóricamente los responsables de este espectáculo: «¿Pero existe realmente este arquetipo de mujer dañina y seductora, más conocida como femme fatale, o, por el contrario, ha sido creada por la necesidad y la mano del varón para cargar sobre ella la culpa y responsabilidad de todos los males que a estos les ocurren?». Después de esta Lulú, la mujer puede ser considera inocente de nacimiento para la eternidad.
Autor: Paco Bezerra
Dirección: Luis Luque
Reparto: Armando del Río, César Mateo, David Castillo, María Adánez y Chema León
Diseño Gráfico: Bart
Fotografía cartel: Luis Malibrán
Ayudante de dirección: Álvaro Lizarrondo
Diseño de vestuario: Beatriz Robledo
Música original y espacio sonoro: Mariano Marín
Diseño de iluminación: Felipe Ramos
Diseño de escenografía: Monica Boromello
Fotografía programa: Luis Castilla
Teatro Bellas Artes (Madrid)
Hasta el 25 de marzo de 2018
Calificación: ♦♦
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Un comentario en “Lulú”