Una sátira caótica en un motel de Las Vegas que tiene como desencadenante a la avaricia
Durante una de las escenas de La estupidez, un matemático discurre con otro matemático más joven acerca de las ecuaciones Lorenz y todo aquello que se refiere a la teoría del caos, que en nuestro conocimiento prosaico asimilamos con el efecto mariposa. También, se comenta el caso del mono que sentado frente a una máquina de escribir, tecleando al azar durante millones de años, llegaría a plasmar, en alguna secuencia, cualquier obra escrita hasta ahora y, lo que es «mejor», cualquiera que se vaya a escribir en el futuro. En fin, curiosidades de las matemáticas. Lo interesante es que la propia función se mueva en ese aparente caos y que este haya sido desencadenado por el aleteo de la avaricia y que, además, venga envuelto de un humor eminentemente judío, pueblo, no obstante, acusado de avaro y adorador del Dios Dinero, y que el texto haya sido escrito por Rafael Spregelburd, argentino de Buenos Aires, donde, por cierto, afirman que existe un psicoanalista por cada tres ciudadanos y donde, por cierto también, viven muchos judíos que seguramente compartan que los porteños son de por sí verborreicos y tendentes a la neurosis o quizás solo sea un tópico. En definitiva, una estructura superficial que posee un engranaje en su estructura profunda que igual que te ilumina sobre la naturaleza humana, te lleva a cuestionar su propia capacidad intelectiva. Nos encontramos en un Motel de Las Vegas, uno de esos no-lugares a los que tanta gente acude para estar solo, rodeado de gente para confiarse a la suerte. A través de cinco historias que se representan de forma entrelazada y, en varias ocasiones, de forma simultánea. Se critica la institución familiar, el arte, la ciencia o la amistad. Aparecen por allí policías, matemáticos, un cantante, unos mafiosos ¿italianos?, una periodista, una tetrapléjica, una despechada y hasta veinticuatro personajes, cada cual más estrafalario cuando la pasta se pone por delante. El enredo crece a marchas forzadas en un cúmulo de escenas que se suceden con cambios fulgurantes de personajes, de vestuario, de pequeños detalles en el decorado, a través de múltiples discursos que se entreveran a través del ruido y la expresión fática. Evidentemente se llega a momentos de confusión, pero también a revelaciones repletas de gracia y extrañeza a partes iguales. El humor, caracterizado más arriba de judío, es profundamente irónico en su vertiente más cínica, destinada a la peripecia intelectual y, a veces, pretenciosa. En esta obra se comprueba sobre todo cuando unos estafadores intentan vender un cuadro que está a punto de quedarse en blanco. Además, es un humor, también, esencialmente estúpido, en el sentido de que los diálogos no frenan aunque se hayan adentrado en la más pura irracionalidad. Está claro que no todas las situaciones desencadenarán la risa, aunque las líneas escritas por Spregelburd contienen verdaderas ocurrencias llenas de comicidad. Podemos encontrar mucho de Woody Allen, de Ernst Lubitsch, pero, sobre todo, de los hermanos Coen, ya sea por el ambiente enrarecido que se va creando, como por las respuestas de muchos de los personajes, del todo peculiares. No hay más revisitar Un tipo serio (2009). El dramaturgo argentino escribió La estupidez allá por el 2003 y forma parte de su proyecto Heptalogía de Hieronymus Bosch. Debemos darnos cuenta de la complejidad que supone llevar a las tablas un texto de más de 80 folios, compuesto por 24 personajes que deben interpretar cinco actores durante más de tres horas. Es encomiable la labor ejercida por Fernando Soto en la dirección al saber dotar la función de los diversos ritmos que requiere en cada momento. Para ello cuenta con un grupo de actores experimentados en estas lides propias de las comedias de situación televisivas. El primero, Javi Coll, quien seguro aprovechó su trabajo en Perdona si te mato, amor, que se representó en esta misma sala la temporada anterior; aquí vuelve a demostrar su versatilidad, su grandiosa vis cómica y, además, sus habilidades dancísticas (todo un bailongo). Su compañero y más en el cuerpo de policía, Fran Perea, atesora ya una madurez que le permite adaptarse a papeles del todo antagónicos. Por su parte, Javier Márquez se mueve con apostura en los roles aparentemente más serios, dándoles un toque entre socarrón e ingenuo. Toni Acosta se luce en la interpretación de una pobre muchacha intentando alejarse de un ligón: pura electricidad. Y, finalmente, lo de Ainhoa Santamaría es llevar la verborrea al récord mundial; qué capacidad de concentración para soltar un kilométrico speech sobre la cotidianidad más absurda. La estupidez intenta resolverse en el desorden de su propio caos a través de una broma escatológica. Nada, en definitiva, queda disuelto en el azar, o sí. El caso es que la humanidad permanece reflejada en su propia incongruencia lanzada por fuerzas que ella misma ha puesto en marcha. Un espectáculo fantástico en el que podemos regodearnos hasta la saciedad.
Autor: Rafael Spregelburd
Dirección: Fernando Soto
Reparto: Fran Perea, Toni Acosta, Ainhoa Santamaría, Javi Coll y Javier Márquez
Voz en off: Carlos Hipólito
Ayudante de dirección: Laura Ortega
Diseño de escenografía: Elisa Sanz
Música original y espacio sonoro: David Angulo
Diseño de iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Diseño de vestuario: Arantxa Ezquerro
Adaptación del texto: Mónica Zavala Matteini
Vídeo: Joaquín Mancera
Foto: Iulian Zambrean
Producción de Feelgood Teatro
Naves del Matadero – Teatro Español (Madrid)
Hasta el 21 de febrero de 2016
Calificación: ♦♦♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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