Divinas palabras

Atalaya recupera su visión sobre el clásico de Valle-Inclán para insistir en su estilo expresionista

Si hace unos meses los Teatros del Canal daban cobijo a Los cuernos de don Friolera, uno de los esperpentos más logrados de Valle-Inclán, ahora vuelven los de Atalaya sobre su montaje de 1998. La compañía sevillana ofrece su habitual estilo expresionista de influencia germánica que tan pertinentemente se ajusta a las concepciones de nuestro célebre dramaturgo. Muy distinto de la estética propuesta por José Carlos Plaza quien presentaba su visión nuevamente en 2020 (sobre su idea de 1987) y muy contrario a la crítica vitriólica que exponían los gallegos de Chévere con su Divinas palabras revolution en 2018. El Brujo, con El alma de Valle-Inclán, discurrió por sus propios derroteros.

Ricardo Iniesta exprime hasta la saciedad un objeto, un símbolo, un motivo, que observaremos durante toda la función. El cono luminoso, multiplicado por otros tantos y a varios tamaños, que nos sirven de caperuz semanasantero, tipi de estos indios correcaminos, arboleda fantástica, copas doradas de licores deletéreos, velorio de veladores en sacristía, riscos para cabras montesas y hasta cunnus empoderante. Sigue leyendo

Marat-Sade

La compañía Atalaya recupera para los escenarios este clásico contemporáneo de Peter Weiss, donde el individualismo se sitúa como espejo deformado de la colectividad

Marat-Sade - Foto de Félix Vázquez
Foto de Félix Vázquez

Nada tienen que ver los montajes de Luis Luque en el Matadero hace un par de años y este de Atalaya que data de 2015. Pues este último, más allá de las resonancias con nuestra actualidad —algunos temas siguen formando parte de nuestro humus político—, se ajusta con insistencia en los propios parámetros de Peter Weiss y las influencias del teatro brechtiano y de la crueldad de Artaud, que a la compañía sevillana tanto le fascinan. Sí que se percibe, si la comparamos con la versión fílmica de Peter Brook o con adaptaciones de hace un tiempo como la de Narros (lo de Animalario fue de otra manera), que poseen unas escenografías más naturalistas. Quiero decir que Ricardo Iniesta, en esta ocasión, quizás se queda un poco escueto con el uso de los elementos. Es su santo y seña, como hemos visto en estas últimas semanas con las bañeras de Elektra.25 o con las puertas de El avaro. Aquí las grandes cortinas blancas son efectivas en muchas escenas; pero pienso que, en general, no se llega a producir del todo esa inmersión en el agobiante manicomio de Charenton, más concretamente en los baños. A lo mejor también influye la amplitud del Teatro Fernán Gómez, pues su caja escénica es larguísima. En cualquier caso, está el asunto algo desubicado. Sigue leyendo

Elektra.25

La compañía sevillana Atalaya celebra los veinticinco años de este montaje con una nueva revisión para devolver a los escenarios el mito griego

ELEKTRA25 - Foto de Curro Casillas
Foto de Curro Casillas

Que dos revisiones tan distintas del mito griego coincidan en cartelera nos permite descubrir la validez del argumentario y las posibilidades dramatúrgicas que se sondean en nuestra contemporaneidad. La Electra, de Fernanda Orazi se ajusta a parámetros posmodernos a través de la ironía; mientras, como vamos a ver, la Elektra.25, de Atalaya rebusca en el pasado a través de Heiner Müller y Bertolt Brecht, con un ojo puesto en la película de Miklós Jancsó, Elektra, My Love (1974), para crear toda una serie de fragmentaciones y subsiguientes conexiones que terminan por construir una propuesta altamente expresionista. Sigue leyendo

Rey Lear

Un montaje sobre la tragedia shakesperiana que incide en lo esencial, protagonizado por una excelente Carmen Gallardo

Rey Lear - Foto de Curro Casillas
Foto de Curro Casillas

La larguísima trayectoria de la compañía Atalaya deja un poso sobre la dramaturgia teatral que tiene que ver con el viejo hacer, con la elaboración artesanal y con unas señas de identidad, además, que lo aproximan a un «teatro pobre» (como desarrolló Grotowski). Por eso no podemos esperar una gran espectacularidad en cuanto a los medios empleados, en ninguno de los apartados artísticos más allá de la labor actoral. Muestras de ello han dejado en sus propuestas, a saber, algunas de las últimas: Madre Coraje, Así que pasen cinco años o Celestina. Es la pericia del actor a hora de desentrañar el carácter del personaje y la dirección tanto individual como colectiva que ejerce el director Ricardo Iniesta, quienes predisponen una atmósfera entre macilenta y vil, cuasi tenebrosa, para plasmar la concepción que Shakespeare albergaba del poder. En esta función, destaca primordialmente la interpretación de Carmen Gallardo en el papel de Lear, la actriz alcanza la convulsión y un recorrido acibarado en el derrumbe de su fuerza, de su honor y en esa decrepitud que lo asimila con su propio bufón. La voz rota y agónica, poderosa en los inicios, vaga y taciturna después en la dislocación del tiempo. Impone una templanza despampanante, la vemos ahí, adoptando esa varonil postura del orgullo, y somos capaces de subirnos a su discurso bravo. Sigue leyendo

Así que pasen cinco años

El grupo Atalaya vuelve a dar una lección estética en su versión de la obra lorquiana

Foto de David Ruano
Foto de David Ruano

Después del buen sabor de boca que nos dejó su reciente Madre Coraje, ahora los de Atalaya se han plantado en el Centro Dramático Nacional con una mirada sobria y onírica sobre uno de esos textos de teatro imposible de Federico García Lorca. También este año hemos podido disfrutar ─y lo hemos contado por estos lares─ de El Público, con una visión del simbolismo lorquiano absolutamente diferente del que aquí, con Así que pasen cinco años, ha imaginado Ricardo Iniesta. Escorado hacia una estética, por un lado, expresionista, donde la arquitectura se maximaliza y las escaleras conducen hacia la nada o el vacío y, por otra, hacia Magritte: objetual, directo y metafórico. Cuando la función se vuelve aún más onírica, también podemos encontrar esas líneas de fuga que imprimió Orson Welles en su adaptación de El Proceso. Partimos, por lo tanto, de una escenografía con pocos elementos, pero de una funcionalidad evidente, que juega con el beneficio de una iluminación donde Miguel Ángel Camacho ha sabido provocar nuestra atención. Es una virtud de esta compañía la capacidad para dinamizar los textos cuando se ponen en escena, aprovechando todos los espacios posibles de tal forma que nada entorpezca el paso de un acto a otro, de una escena a la siguiente. Lo vemos, por ejemplo, cuando aparecen delante del telón el niño y la gata, para después adentrarnos de nuevo en ese despliegue de escaleras dobles, de armario de espejos donde se multiplican las personalidades reflejadas o de los objetos que se reparten por el suelo como las tijeras, como símbolo de impotencia en el más amplio sentido del término. Sigue leyendo