El nuevo espectáculo de El Brujo indaga en las esencias biográficas del gran dramaturgo español a través de Divinas palabras
Cuando llegó la pandemia, El Brujo estaba enfrascado con su propuesta Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia, un montaje que poseía una estructura muy similar al que ahora presenta en el Teatro Cofidis Alcázar. Realmente aquel se ocupaba de Edipo Rey, y este, de Divinas palabras. Por eso son espectáculos ambiguos en cuanto al título, porque el meollo no suele ser tanto el autor como una obra concreta. Pero hablar de ambigüedad con El Brujo es pura redundancia. Vuelve a ser lo más interesante el momento transicional entre la captatio benevolentiae (aplausos primero, siempre nuestro artista es recibido así): unos versos del poema «Ave»; y el prólogo, tan extenso como las ramas le permitan irse ―mezcla de biografía personal, anécdotas de Valle-Inclán y la relación imperiosa con la realidad que le permite ironizar sobre el coronavirus y la política. Siempre contemporáneo―; y la penetración hacia una de las obras cumbre del gran escritor. Todo fingimiento de El Brujo tiene que ver irremediablemente con el metateatro; aunque a la antigua usanza, como el bufón que se las sabe todas y juega a que está jugando con la ingenuidad fingida. En este caso más, porque va a tomar la faceta de dramaturgo (y un texto teatral) de Valle. El actor se adentra y coge distancia, se acerca como ciudadano que ha estado confinado ―como el resto― para relatarnos cómo fue ideando este montaje (se puede hacer cierto seguimiento en los vídeos que colgó en su página web por aquellas) y se aleja en el enmascaramiento fantasioso al que nos concita. Resulta muy persuasiva su fijación con las acotaciones, verdaderas virguerías de don Ramón que, a veces, el lector pasa por alto y el director de turno salta por imposibilidad material. Claro, es que escenificar esas descripciones tan poéticas, tan modernistas es una tarea complicadísima. Por eso El Brujo recurre a la imaginación y al humor, como si unas cuantas sillas y la iluminación sugerente pudieran configurar ese retablo de las maravillas repleto de adjetivos y de sinestesias. Es verdad que en esta ocasión le ha dado fuerte por la filología y la crítica textual. Desde recurrir al estudioso Robert Lima, a elaborar una teoría propia sobre el Valle interno y el Valle externo, pasando por una revelación de cada uno de los símbolos (véanse los cementerios o la demoniaca identidad de Lucero) que nos vamos encontrando. Es una percusión profunda e insistente, que nos seduce intelectualmente; pero que alarga en demasía una función que se le va un poco en la duración. Y si en el anecdotario sobre la vida del dramaturgo gallego (los líos con su esposa o la disputa que lo dejó manco) y su muerte, el humor brota con facilidad y las ironías encajan a la perfección; cuando se empeña en repasar tantas escenas de Divinas palabras, la profusión de personajes y de filiaciones los subsume en un pequeño revoltijo ―más allá de que el público conozca la pieza, seguramente muchos la hayan visto o leído, y no faltará el que acudiera a la última puesta en escena que realizó el año pasado José Carlos Plaza―. Ninguno de los habituales espectadores se sentirá decepcionado, porque todas sus señas de identidad están ahí ―no es Rafael un hombre dado a los cambios formales―; pero sí es cierto, insisto, que sus cotas de profundidad conceptual, que en obras anteriores han circundado, por ejemplo, la espiritualidad (en sentido amplio); ahora remueven la exégesis, y eso puede resultar, en ocasiones, más farragoso. Su agilidad física y mental parece inquebrantable. Sus saltos fulgurantes entre lo poético, lo dialógico y lo narrativo se aúnan para demostrarnos que Ramón María del Valle-Inclán ha sido el gran dramaturgo del siglo XX español y que es el que mejor ha trasladado el espíritu genuino de nuestra nación a través del esperpento, de esa mirada especulativa que deforma la realidad para mostrarnos lo que verdaderamente es. No podemos olvidar, además, del didactismo con el que somos bendecidos. O acaso no es también una lección literaria sobre Divinas palabras extraordinaria, donde hay miradas internas y externas, representaciones de varios papeles, descripciones atinadísimas, explicaciones sobre aspectos que suelen pasar desapercibidos y una clarificación constante del valor que sigue teniendo esta obra, a pesar de que el contexto haya perdido mucha vigencia. Junto al polifacético músico Javier Alejano mantiene un diálogo sobre sí mismo y sobre un público al que interpela frecuentemente ―incluso al acabar el espectáculo―, para señalar y resignificar el tiempo presente, y cómo las percepciones de cualquier función de teatro, como experiencia catártica, han variado enormemente dada nuestra inédita situación. El alma de Valle-Inclán es una indagación precisa sobre las esencias de un escritor inconmensurable y El Brujo ha sabido trasladarlo con su arte.
Versión y dirección: Rafael Álvarez, El Brujo
Diseño de vestuario: Gergonia E. Moustellier
Realización de vestuario: Talleres Moustellier
Música original: Javier Alejano
Directora de producción: Herminia Pascual
Jefe técnico: Oskar Adiego
RRSS: Xatcom Agencia digital Valencia
Distribución: Gestión y Producción Bakty S.L.
Teatro Cofidis Alcázar (Madrid)
Hasta el 19 de septiembre de 2020
Calificación: ♦♦♦
Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:
2 comentarios en “El alma de Valle-Inclán”