Marat-Sade

La compañía Atalaya recupera para los escenarios este clásico contemporáneo de Peter Weiss, donde el individualismo se sitúa como espejo deformado de la colectividad

Marat-Sade - Foto de Félix Vázquez
Foto de Félix Vázquez

Nada tienen que ver los montajes de Luis Luque en el Matadero hace un par de años y este de Atalaya que data de 2015. Pues este último, más allá de las resonancias con nuestra actualidad —algunos temas siguen formando parte de nuestro humus político—, se ajusta con insistencia en los propios parámetros de Peter Weiss y las influencias del teatro brechtiano y de la crueldad de Artaud, que a la compañía sevillana tanto le fascinan. Sí que se percibe, si la comparamos con la versión fílmica de Peter Brook o con adaptaciones de hace un tiempo como la de Narros (lo de Animalario fue de otra manera), que poseen unas escenografías más naturalistas. Quiero decir que Ricardo Iniesta, en esta ocasión, quizás se queda un poco escueto con el uso de los elementos. Es su santo y seña, como hemos visto en estas últimas semanas con las bañeras de Elektra.25 o con las puertas de El avaro. Aquí las grandes cortinas blancas son efectivas en muchas escenas; pero pienso que, en general, no se llega a producir del todo esa inmersión en el agobiante manicomio de Charenton, más concretamente en los baños. A lo mejor también influye la amplitud del Teatro Fernán Gómez, pues su caja escénica es larguísima. En cualquier caso, está el asunto algo desubicado.

Este es un aspecto que se suple con creces con la entrega de todo el elenco. Desde Coulmier, que es el director del sanatorio y que observa desde una silla elevada situada, diríamos que, entre las dos cuartas paredes, que se crean, como si fuera un juez de pista en ese enfrentamiento de dos mundos tan distintos. Joaquín Galán es el único que adopta unos modos bien diferenciados, pues, en teoría, es el único verdaderamente cuerdo. De todas formas, también es un prologuista que nos sirve para hacernos una idea; aunque será Carmen Gallardo, enmascarada como el presentador, quien vuelva a imponer su ligereza para describirnos a esos pobres desquiciados que han sido forzados a interpretar la obra del marqués y así darle gusto en la simbolización de toda esa inevitable degradación humana que acontecerá. O acaso el montaje no es una sádica expresión del caos revolucionario y de su Terror; además de una confrontación de conceptos. También, evidentemente, una obra de teatro dentro del teatro que se exprime lo justo respecto a los espectadores, quienes tampoco nos vemos demasiado provocados en ese sentido.

Sade es un Manuel Asensio alejado de la figura abotagada que con frecuencia a encarnado a este personaje. Aquí el intérprete ofrece grandiosidad y potencia. Con una sonrisa macabra y una caracterización que deriva en una guiñolización. Su cabeza y su cabellera parecen la Medusa antes de la decapitación entre los telones. Su libertinaje y su liberalismo ponen contra las cuerdas a ese adalid jacobino de Marat, cuando cayó en los efluvios de la maquinaria asesina.

Partimos de 1808, el célebre escritor lleva cinco años interno, y nos vamos a trasladar quince años atrás. Marat, siempre sumergido en la bañera —siempre tumba para nuestra imagen deformada por el cuadro de Jacques-Louis David—, para aliviar los pruritos de su piel, nos deja a un estupefacto Jerónimo Arenal.

Como es habitual —y es de agradecer para una obra larga y que puede hacerse farragosa poco antes de llegar a la última andanada— el ritmo es fulgurante —en esto sí que la escenografía tan sencilla viene muy a favor—. Vuelve a ser esencial el trabajo de luces de Alejandro Conesa para reflejar todas las sombras tras las telas cuando se dan las refriegas —mezcla de locos y de revolucionarios—. El caos comedido y el arrebato de los coros con su acordeón, con himnos que tienen todas las posibles reverberaciones con nuestro presente, en nuestras fronteras más cercanas. Las canciones se lanzan con ímpetu, mientras la vengadora Carlota Corday, con una somnolienta Silvia Garzón, que aporta momentos de patetismo cuando no se tiene en pie y resulta hasta graciosa con el cuchillo en su mano blanda. Frecuentemente acompañada por otro girondino, Duperret, quien le hace cariños. Enmanuel García baila y se mueve por las tablas con agilidad portentosa. Luego, Lidia Mauduit encarna a La Rosignol con descaro y le pone mucho empuje. Muy distinta se expresa María Gálvez con su Simone Evrard, aquella esposa de Marat, que lo cuidó con fervor en los últimos tiempos. Y que aquí la contemplamos aún joven y con reconocido pietismo.

Por otra parte, hay que señalar que es el sacerdote Jacques Roux, quien, en realidad, ofrece unas arengas descomunales ante las provocaciones de Sade. Raúl Vera posee mucha hondura y energía, sobre todo en las primeras escenas. Pues hay que reconocer que la muerte de Marat está tan anticipada que la propuesta se adensa un poco y parece que las grandes ideas se han mostrado ya con suficiente avidez.

Todo el grupo se desplaza con gran acompasamiento, cubriendo cada recodo, y adentrándose en la siguiente escena para que no se dé ni un solo segundo de respiro. Los observamos con esos ropajes que ha diseñado Carmen de Giles, esos andrajos refregados que destinan a los pacientes a la higienización. Mientras que a Sade le concede el lujurioso negro que lo sitúa como el hombre oscuro próximo al demonio.

Este espectáculo es otro hito más de Atalaya. Con una estética inconfundible, trayendo el expresionismo alemán hasta nuestros teatros actuales y para ofrecernos una sugestiva adaptación del gran clásico de Peter Weiss.

Marat-Sade

Autor: Peter Weiss

Dirección, adaptación y dramaturgia: Ricardo Iniesta

Reparto: Jerónima Arenal, Manuel Asensio, Carmen Gallardo, Silvia Garzón, María Sanz, Enmanuel García, Raúl Vera, Lidia Mauduit y Joaquín Galán

Espacio escénico: Ricardo Iniesta

Composición musical: Luis Navarro

Dirección coral: Esperanza Abad

Vestuario: Carmen de Giles

Caracterización y peluquería: Manolo Cortés

Realización de escenografía: Pepe Távora

Utilería y atrezzo: Sergio Bellido

Coreografía: Juana Casado

Diseño de luces: Alejandro Conesa

Diseño de sonido y concepción sonora: Emilio Morales

Ayudante de dirección: Raúl Muñoz y Elena Bolaños

Administración: Rocío de los Reyes

Comunicación: Francesca Lupo

Distribución: Victoria Villalta

Contabilidad: Ariadna Castillo

Comunicación TNT: Rocío Claraco

Secretaría: Elena Corrales

Proyectos int: Gracy Jaramago

En coproducción con el Festival Grec de Barcelona

Teatro Fernán Gómez (Madrid)

Hasta el 26 de febrero de 2023

Calificación: ♦♦♦♦

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