Mihura, el último comediógrafo

La vida del célebre dramaturgo se recrea en el Matadero con gran acierto en esta obra firmada por Adrián Perea

Foto de Jesús Ugalde

Presenta Adrián Perea una comedia seria, de largo recorrido, como un auténtico comediógrafo de hoy, como Alfredo Sanzol o Pablo Remón, que son los adalides del género, destinados a permanecer. Discurre fuera de las ínfulas juveniles tan inofensivas y quejosas como aquel Ahora que nos dejan hablar. Interesarse por la biografía de Miguel Mihura, indagar en los orígenes de su más célebre obra y dejar un fresco sobre la vida de los cómicos puede que hoy no resulte demasiado atrayente; pero es en esas investigaciones donde la magia de la creatividad surge de la manera más insospechada.

El planteamiento se extiende enormemente, quizás demasiado, como veremos, y un recorte en la parte final creo yo que le sentaría estupendamente para terminar con mayor emotividad, sin alargar el argumento con aspectos más morosos y menos sugerentes. Porque se da el empeño en demasiados dramaturgos en enmarcar sus proyectos con una horma metateatral que les permita introducirse en su propio dispositivo de manera autoficcional. Así, por poner unos ejemplos, se observa en Los brutos, de Roberto Martín Maiztegui (ahora en el Teatro Valle-Inclán) o el año pasado en Tierra, de Sergio Blanco. Es decir, el propio Perea, interpretado por Álvaro Siankope, aparecería, de alguna manera, para describirnos cómo se propuso hacer este espectáculo y cómo contactó son la sobrina del autor, entendemos que Mariló Mihura, la heredera, para comentarle su proyecto. Todo esto, que se destina al último acto, funciona como paralelo del similar esfuerzo que tuvo que realizar el director Gustavo Pérez Puig, en 1952, para conseguir que el mismísimo Mihura aceptara que por fin ese su primer texto se pusiera en escena dos décadas después de su escritura. Pienso que el montaje funcionaría muy bien sin tanto remate, por mucho que resulte muy risible Esperanza Elipe, haciendo de la susodicha albacea, poniendo a parir a la SGAE y recordando que la versión zarzuelesca de su obra más exitosa le pareciera un verdadero desatino.

En cualquier caso, vamos a contemplar, por encima de todo, unas interpretaciones extraordinarias de un elenco muy solvente. Inicialmente con Rulo Pardo, encarnándose en un don Miguel ya talludito, arrastrando esa cojera que traía desde que tuvo aquella operación en la rodilla y que lo tuvo en cama durante tres años (momento que aprovechó para perfilar su libreto). El actor se maneja con ternura y con melancolía, sosteniendo, de vez en cuando, una sonrisilla fina y humilde entre exabrupto y guiño irónico. Luego será David Castillo quien le dé más brío, cuando nos marchemos a esos años de juventud, en la época aquella en la que viajó con una troupe de varietés y que le dio la historia y la experiencia para poner sobre el papel Tres sombreros de copa, que tuvo en 2019 una magnífica puesta en escena dirigida por Natalia Menéndez, hija de quien fuera el protagonista en el estreno del Teatro Español antes mencionado, o sea, Juanjo Menéndez. En realidad, toda esa aventura y, después, el propio montaje de los universitarios del TEU, son los dos grandes acontecimientos de esta función.

Así, en ese seguimiento de la farándula, encontramos, ante todo, a un Kevin de la Rosa que nuevamente ofrece su chispa, su amaneramiento y esa agilidad imparable que favorece todo: el baile, el humorismo y un toque de sentimentalismo que se va trufando por doquier. Encarna, entre otros, al cupletista Alady, quien, además, dirige su propia compañía. Nuestro autor será el encargado de escribir algunas escenas para el show y los distintos cuplés, mientras se van de tournée. Alcanzamos 1930 y llegará un nuevo fichaje proveniente de Santander: Julita Deza. Paloma Córdoba le pondrá ojitos candorosos al dramaturgo, encanto y liberalidad. Una joven muy consciente de su futuro y de que ese amor tan fulgurante perecerá. En gran medida, esta obra es una investigación, también, sobre quién pudo ser esa muchacha, pues se convertiría en la Paula de Tres sombreros… Por su parte, Esther Isla, quien abordará distintos roles, procura una versatilidad fenomenal para apuntillar humorísticamente cada una de sus intervenciones, ya sea como bailarina alemana, como La de la Toja (la pretendida gallega) o como Sherezade, la escabrosa sirvienta de la fiduciaria de Mihura.

Hay que reconocer, por otra parte, la labor de Beatriz Jaén, pues manejar todos los ritmos y las diferentes situaciones no es nada sencillo, máxime si, por ejemplo, debe configurar todo ese teatro dentro del teatro al que asistimos desde unas supuestas «bambalinas». A la factura general tan espléndida, con ese circular escenario lateral y acortinado y los camerinos adyacentes que ha ideado Pablo Menor Palomo, se le une la música de aire cinematográfico que ha creado Luis Miguel Cobo y que resulta fundamental para darle ritmo al asunto. Igualmente, el vestuario de Vanessa Actif luce en esos trajes femeninos que van portando en las actuaciones.

Es este espectáculo, más allá de posibles recortes, una gran propuesta que bien merecería continuar en algún otro espacio para que más público pudiera disfrutarla.

Mihura, el último comediógrafo

Autor: Adrián Perea

Dirección: Beatriz Jaén

Reparto: David Castillo, Paloma Córdoba, Esperanza Elipe, Esther Isla, Rulo Pardo, Kevin de la Rosa y Álvaro Siankope

Diseño de vestuario: Vanessa Actif

Acompañamiento artístico: Marta Pazos

Diseño de videoescena: Elvira Ruiz Zurita

Diseño de espacio escénico: Pablo Menor Palomo

Diseño de iluminación: Pedro Yagüe

Ayudante de dirección: Manuel Minaya

Diseño de sonido y composición música original: Luis Miguel Cobo

Asesoría de coreografías musicales: Cecilia Galán

Equipo de producción (Entrecajas Producciones): Chusa Martín, Susana Rubio y Valle del Saz

Una producción de Nave 10 Matadero y Entrecajas Producciones Teatrales

Nave 10 Matadero (Madrid)

Hasta el 15 de junio de 2025

Calificación: ♦♦♦♦

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