Los nuestros

Lucía Carballal presenta en la sala grande del Teatro Valle-Inclán un consistente drama sobre una familia sefardí para discurrir sobre la memoria

Foto de Bárbara Sánchez Palomero

Es muy difícil no mantener en la memoria algunas de las obras de Wajdi Mouawad que han aflorado en los teatros españoles en los últimos años, y que han tratado con insistencia la cuestión familiar y sus circunstancias religiosas. Sin ir más lejos, hace poco se presentaba Todos pájaros, y, un mes antes, Madre. Claves similares se nos aproximan en estos momentos; aunque algunos códigos nos resulten más cercanos.

Pienso que Lucía Carballal trenza de nuevo otro gran texto, que nos retrotrae, por su ajuste estructural y dramatúrgico, a Una vida americana, pues, desde mi punto de vista, se había bajado peldaños con Los pálidos, que también exhibió en el Teatro Valle-Inclán. Ahora, en la sala grande, discurre con verdadera consistencia entre los tópicos consabidos que exigen las relaciones maternofiliales, y un sentido del humor judío que nos recuerda a las mejores películas de los hermanos Coen o a esa veta intelectualista que solía incluir Woody Allen en algunos de sus films. Ironizar sobre uno mismo desde la derrota del superviviente. Así recalca en su escenografía Pablo Chaves el amasijo de objetos, un zoco ordenado en una torre prismática, para un pueblo nómada a su pesar. Resulta claramente impresionante y simbólica. Según sacaban cacharros me imaginé una enorme jenga (el juego) derruyéndose sobre todos nosotros.

Existen pueblos como el judío, o en su rama sefardí, o los gitanos, que se configuran frente al reclamo. Hacia los españoles, quiero decir. Que, a diferencia de tantas y tantas naciones, nos hemos ido vaciando hasta alcanzar un ridículo nihilismo cargado de suvenires para los turistas. Quizás, parece, solo nos queda el sentimiento de culpa de no se sabe qué o una penosa baja autoestima. No paramos de escuchar que si esta escritora, aquella etnia, aquella región es silenciada por la historia. ¿Qué historia?, me pregunto. ¡Si la desmemoria campa a sus anchas desde hace mucho tiempo y ahora estamos agonizando con la puntilla! O sea, bien que se nos cuente un relato de esta gente; pero resulta risible por parte de esta matriarca que imponga su acerba mirada sobre el estado que la ampara mentando a Isabel la Católica. También, desde esta perspectiva, es, entonces, paradójico, que a los sefardíes hace unos años se les haya concedido la nacionalidad española.

En cualquier caso, algunas dramaturgas han indagado en la relación con sus padres, como ya hizo la propia Carballal en La fortaleza, y recientemente Andrea Jiménez con su Casting Lear, o Alba Pujol con Un país sin descubrir de cuyos confines no regresa ningún viajero. Son algunos ejemplos que tienen que ver mucho con un grado de intimidad superior en esas conexiones paternofiliales o, al menos, esperables para nuestra época. El peso familiar incide en el choque que supone actualmente la posibilidad de elegir entre un abanico de opciones amplio. Todavía más, como ocurre en esta función, de trastocar tradiciones religiosas. De esta manera, será Mona Martínez, quien acoge a Reina, la madre que impone su poder, a través de un cinismo que la actriz domina a la perfección, con una apostura extraordinaria para zarandear a su hijo y aceptar el legado de la fallecida. Porque se palpa el aura de la gran matriarca de cuerpo no presente en el ese avelut (semana de luto). El abuelo, el padre, se pierden en remisiones mínimas. Por eso, también, se percibe una sensación de fracaso. El heredero directo, el único que puede sostener con firmeza el periplo histórico de estos sefardíes venidos de Marruecos, es un dramaturgo que no quiere volver a escribir teatro, que anhela una vida tranquila en una casa en Brístol frente a un roble centenario. Es más, ha comenzado a dudar si verdaderamente quiere tener descendencia, pues en ello está embarcado. La crisis que lleva consigo Mauro nos muestra a un tipo que acepta su desengaño y que atisba el rictus amargo de su progenitora, decepcionada. Miki Esparbé vuelve a encontrar ese modo fértil de desenvolverse sin extremismo, como alguien que ha empezado a hallar la satisfacción en la mediocridad, en ese destino que implica no dejarse determinar. Mal asunto para su novia, una Ana Polvorosa, que se ve un tanto aplacada por la situación y que insiste en ese cariz de tantos jóvenes actuales que se ven incapacitados para salir adelante con entusiasmo.

Después, la otra de hija de Dinorah, la difunta, nos deja a una Manuela Paso, vivaracha, con ese matiz cómico lleno de pragmatismo. Ella se acaba de separar, tiene dos hijos y ha encontrado a un hombre que, con ese espíritu acomodaticio, ha de encajar como pueda más allá de sus peculiaridades. Y he aquí la sarta de contrastes que chocan con aparente superficialidad e intrascendencia; pero que, en realidad, nos anuncian ese quiero y no puedo de tanta gente para combinar lo antiguo con lo moderno, lo inveterado con la sociedad de consumo. Por eso resulta tan gracioso el papel de Gon Ramos, que puede estar haciendo una parodia de él mismo, pues es graduado en Filosofía y aquí hace de empingorotado y pedante intelectual, que observa como un antropólogo social el desarrollo de ese rito. Ahonda su postura en una especie de absurdismo manchego, debido a ello su actuación es altamente sugestiva y provocadora. También su taciturnidad, como alguien que vitalmente no parece mucho ducho a la hora de establecer lazos. Descubre, claro, que lo acontecido son remedos, retazos, artefactos costumbristas, carentes de fe y de radicalidad, ya que sus intervinientes están con sus propias preocupaciones existenciales. Otro contraste será y, en esta medida, posee derivas berlanguianas, la presencia de los muchachos que está ensayando unas frases para hacer de ángeles en el belén viviente. Choche folclórico sin parangón. Ahora, ¿qué hacer si el «deporte» de tus sobrinos es el baile de competición?, disciplina caracterizada por la exageración en los movimientos y el horterismo en los trajes. Nada mejor para aplacar la tristeza. Los chicos están estupendos en la demostración de sus habilidades dancísticas.

Distinto me parece el papel de Mariana Fantini, quien se encarna en Tamar, una israelí que, debido al «panorama» en su país, ha decido, por cuestiones morales, abandonar a sus padres y venirse para aquí al amparo de esta otra familia afín. No creo que sea el cometido de Carballal; sin embargo, da la impresión de haber encajado a este carácter de una forma un tanto abrupta, entreverada como un individuo que nos esputa frente al micrófono toda una arenga de tono exculpatorio. No parece necesario. Ya será el público quien trace paralelos o redefina aquello de la etnia y de la religión hebraicas. Al fin y al cabo, están «castigados» a conllevar ambas categorías desde el nacimiento y sin elección posible.

La directora controla el ritmo con gran pericia para bandearnos entre los recursos propios del posteatro, con esas declamaciones tan directas, y unos diálogos de carácter chejoviano que nos enseñan al hijo sumido en esa sempiterna melancolía que surge cuando uno es incapaz de «matar» a la madre. Gran equilibrio en la ponderación de cada personaje y ofrecérnoslo con gran sentido dentro de la vertebración que aquí se concita. Por eso resulta un trabajo muy coherente y repleto de inteligencia dramatúrgica.

Los nuestros

Texto y dirección: Lucía Carballal

Reparto: Miki Esparbé, Marina Fantini, Mona Martínez, Manuela Paso, Ana Polvorosa, Gon Ramos, Alba Fernández Vargas / Vera Fernández Vargas y Asier Heras Toledano / Sergio Marañón Raigal

Diseño de escenografía: Pablo Chaves Maza AAPEE

Diseño de iluminación: Pilar Valdelvira AAI

Diseño de vestuario: Sandra Espinosa

Composición musical y coach vocal: Irene Novoa

Diseño de sonido: Benigno Moreno

Coreografía y asesoría de movimiento: Belén Martí Lluch

Asesoría sefardí: Eva Chocrón

Ayudante de dirección: Javier L. Patiño

Ayudante de escenografía: Amalia Elorza Izaguirre

Ayudante de iluminación: Marina Cabrero

Ayudante de vestuario: Igone Teso AAPEE

Diseño cartel: Emilio Lorente

Tráiler y fotografía: Bárbara Sánchez Palomero

Realización de escenografía: May Servicios, Ricardo Vergne, Scnik Movil y Fermisa

Producción: Centro Dramático Nacional y Teatre Nacional de Catalunya

Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Hasta el 6 de abril de 2025

Calificación: ♦♦♦♦

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo

2 comentarios en “Los nuestros

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.