La obra de Steven Berkoff es una sátira a los ricos protagonizada por Maru Valdivielso y Pedro Casablanc
Coincide en el tiempo esta propuesta con una de las películas que más elogios está recibiendo este año. Me refiero a El triángulo de la tristeza, de Ruben Östlund, una cinta algo sobrevalorada, desde mi punto de vista, donde se cae en cierto maniqueísmo con algunos personajes planos y estereotipados. La cuestión es que satiriza a los multimillonarios y a otras faunas de nuevo cuño como los influencers. A Decadencia la comparación con el film le viene mal; porque la obra de Berkoff, escrita en 1981, cuando la Thatcher ya estaba en el poder y había comenzado a ejecutar sus tropelías (el disturbio de Brixton viene aquí muy a cuento), ha envejecido rápido —si es que debemos considerar que, en algún instante, esta poseyó modernidad—. El propio autor llevó su texto a las pantallas dejándose acompañar por Joan Collins.
Creo que la falta de un argumento consistente y el desarrollo inocuo de alguno de sus personajes son lastres que se añaden a una dirección actoral poco acertada. Quizás el mayor mérito esté en el lenguaje, en una especie de versificación forzada en rima consonante que el poeta Benjamín Prado ha traducido y versionado para que no chirríe demasiado (perdón). Todo un logro. El efecto se pierde enseguida puesto que remarcar los términos hace poca gracia. Sí que las abundantes expresiones soeces nos llevan a un esperpento que, en ocasiones, dada la degradación, pues nos llevan a la risa más zafia. Véase, por ejemplo, cuando se empachan en la cena con todo tipo de manjares y su cuerpo no lo resiste (otro paralelo con la película antes referida. Véanla).
Ante todo, y esto es una pena y, también una decepción, falta ritmo, soltura y gracilidad en escena. Maru Valdivielso, por aquello de resultar más atractiva con su lencería, resuelve sus papeles con más agilidad; pero, Pedro Casablanc, quien, por supuesto, sabe estar sobre las tablas y quien ha demostrado en sus últimos trabajos teatrales su potencia y su versatilidad (ejemplo de ello es Torquemada), no impone un verbo más fluido, eléctrico y punzante. Quizás su labor como director no ha sido suficientemente atinada. Es decir, si lo llevas por el territorio del cabaret, con su estética sórdida de burdel y con los ritmos sicodélicos extraídos de musicales como Sweet Charity, de Bob Fosse, con la música de Cy Coleman (Aixa Guerra «ha copiado» varios movimientos de la coreografía del propio bailarín estadounidense para distintos momentos de la función); entendamos que esta Decadencia se queda en tierra de nadie entre la expresión puramente teatral, sí, satírica, y el espectáculo que anhela una provocación superior.
Inicialmente, nos situamos en la habitación de un lupanar de cierto nivel. En este sentido, Sebastià Brosa y Silvia de Marta han realizado un trabajo de ambientación escenográfica estupenda con dos grandes tocadores, que sirven de muebles-bar, y que vienen decorados con sendos espejos sexuados (cada uno de su miembro correspondiente) y los sofás que se reconvierten en cama de terciopelo encarnado. La iluminación de Juanjo Llorens es un gran aporte que verdaderamente potencia —se pueden observar una ristra de luces de progresión, como en las salas de fiesta— lo esencialmente espectacular; además de la susodicha atmósfera libidinal.
Lo grotesco nos hace pensar en alguien como Javier Gurruchaga cuando en su momento exprimía la caricatura con esos personajes de supuestas familias honorables. Con aquellas parodias que pergeñaba en su programa ochentero, Viaje con nosotros. En esto de Berkoff se termina por caer en el discurso político burdo y directo, donde en distintos apartes se expresa sin ambages la posición del protagonista. El racismo es machacón y la sicalipsis tan desnortada y vulgar que acaba por ser redundante. Es más, toda la pieza es bastante redundante sobre los motivos que se ponen en marcha en los primeros compases. Follar, comer y observar desde la ventana cómo los pobres van a trabajar son las tres actividades predilectas de este matrimonio destinado a reconciliarse. Pues resulta que ella está cansada de los escarceos de su marido y ha buscado un detective con funciones de sicario cobarde y amante sin grandes habilidades lúbricas. Este hombretón, interpretado también por Casablanc, se queda sin redondear y nosotros sin identificar una gran diferencia entre él y el cornudo; porque parece que el amaneramiento pijo del ricachón se desvanece según avanza la obra. A ella le ocurre otro tanto, pues la zafiedad de la prostituta no se diferencia en demasía de la desfachatez grosera de la señora. A la postre, tampoco parece importar demasiado en esta breve propuesta, puesto que el fin es trazar la deformación. Y, en referencia a esta cuestión, pienso que le falta mayor finura en la descripción. En la actualidad, hemos podido ver con nuestros propios ojos cómo los superricos se manifiestan de esta manera sin tener que parodiarlos. Qué decir de Donald Trump o de Elon Musk. Por eso, la función queda un tanto envejecida. La tecnología ha cambiado nuestras percepciones. Las redes sociales han creado un nuevo panorama donde las apariencias de unos y otros a veces resultan indistinguibles. Si nos fijamos en Buñuel, por ejemplo, con El ángel exterminador o El discreto encanto de la burguesía encontramos un tipo de análisis mucho más sutil que aún sigue valiendo, porque conceptualmente es más hondo. La Decadencia de Berkoff ha quedado desmontada por nuestro presente, donde el horterismo de Cristiano Ronaldo se alza líder en seguidores de Instagram; mientras que la marquesa de Griñón deambula entre la plebe durante el prime time. Todo un humus patético a la postre como para que las andanzas de unos millonetis no dejen más que nuestro propio reflejo distorsionado en ese espejo insolente que se sitúa en el escenario.
Autor: Steven Berkoff
Dirección: Pedro Casablanc
Adaptación: Benjamín Prado
Reparto: Maru Valdivielso y Pedro Casablanc
Ayudante de dirección: Laura Ortega Pinillos
Segundo ayudante de dirección: Nacho Redondo
Coreografía: Aixa Guerra
Diseño de vestuario: Antonio Belart
Diseño de escenografía: Sebastià Brosa y Silvia de Marta
Diseño de iluminación: Juanjo Llorens
Diseño de espacio sonoro: Irene Maquieira
Prensa: DYP Comunicación
Fotografía e imagen: Sergio Parra
Diseño gráfico: Rubén Salgueiros
Producción y administración: Andrea Quevedo
Dirección de producción: Ana Guarnizo
Producción ejecutiva: Mónica Regueiro y Carles Roca
Teatro de La Abadía (Madrid)
Hasta el 5 de febrero de 2023
Calificación: ♦♦
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