Don Ramón María del Valle-Inclán

Pedro Casablanc toma la biografía escrita por Ramón Gómez de la Serna para, sin llegar a travestirse del todo, disertar divertidamente sobre Valle

Don Ramon María del Valle-Inclan - Javier Naval
Foto de Javier Naval

En alguna librería de viejo todavía se pueden encontrar ediciones de esa fantasiosa biografía sobre Valle-Inclán que publicó allá por 1944 Ramón Gómez de la Serna, en la Colección Austral de Espasa-Calpe (la de las tapas naranjas) y que era una extensión de un retrato que ya había dado a la imprenta tres años antes. Que el creador de las greguerías se lleva a su terreno la semblanza de su admirado escritor es evidente a cada paso, y el hecho de que se haga eco de leyendas, dimes, diretes y otros lances, hacen del libro otra ficción más que apostaría por alargar el mito de nuestro chivo.

Ya la emprendió de forma sui géneris sobre el mismo personaje El Brujo; y aunque se ocupaba de aspectos biográficos para sacarle punta a aquella anécdota del entierro, donde un muchacho cayó sobre el ataúd cuando intentaba robar el crucifijo, lo cierto es que se adentraba, sobre todo, en Divinas palabras. Sin embargo, Gómez de la Serna no entra al fondo de las obras, sino que se demora en el detallismo sobre el carácter de un tipo repleto de remoquetes y de aventuras que lo convierten en todo un bohemio trasnochado. Las invenciones son múltiples y constantes, y nadie que quiera conocer la verdadera vida de Valle-Inclán debe acudir a un libro como este. Es una ficción, como tantas otras que se han hecho sobre personas célebres. Y si no, que se lo digan a nuestro Max Aub. Porque, aunque no lo parezca, al leer sus párrafos, Ramón apenas tuvo relación con Valle, más allá de unos cuantos encuentros azarosos.

Viene esta función comandada por Pedro Casablanc, quien parece traerse algo del aire cabaretero de su anterior pieza, Decadencia. Diremos que su entrega es fenomenal, que su discurso es sublime y que es capaz de engrandecer la prosa barroquizante del «ramonista» con agilidad extraordinaria, incluyendo una gama fértil de cadencias que hacen de su monólogo un fastuoso disloque, con esas zetas que tan insistentemente cuela el biógrafo. Al final, uno tiene la sensación de que en él están, más o menos, los dos ramones; pero también su espíritu de intérprete, que disfruta sobre el escenario con esa versificación tan ritmada. A esto ayuda, sin duda, el piano de Mario Molina, principalmente cuando se empasta con lo afirmado y menos cuando emprende sus propios devaneos musicales.

El asunto, además, está lleno de gracia; puesto que prima la exageración y la fábula. Desde el nacimiento en «un barco», a medio camino entre dos pueblos, pasando por ese avatar de su manquedad (lo que fuera por ser cervantino), para describirnos el golpe de bastón en el gemelo de nuestro héroe, propinado por Manuel Bueno (no fue tanto así); hasta su odio inveterado contra Echegaray que lo llevó al punto de prohibirle a su mujer, Josefina Blanco, actuar en una de sus obras, El gran Galeoto. O todo aquello de su pobretonería sempiterna, a pesar del origen hidalgo (sinceramente, no le costó tanto sobrevivir), que, por momentos, pareciera que tenemos delante al licenciado Cabra.

No obstante, yo querría ponerle algunos peros a Xavier Albertí; porque me parece que la puesta en escena es un tanto simplona y hasta anticuada, y que podría servir para establecer otras biografías bajo el mismo marco (no incomparable). Y es que, digamos, que Casablanc y el propio Valle-Inclán, como protagonista, tapan un tanto a Gómez de la Serna, cuando precisamente este también destacó, entre otras tantísimas facetas, como un ser entregado al espectáculo y a la llamada de atención estentórea, ostensible y ostentosa de sus acólitos. Que si recitar subido en un columpio del Circo Price o su defensa del monóculo sin cristal en el Retiro, según la película que conservamos y que muy acertadamente se emplea en este montaje al inicio. Un fetichista rodeado de objetos, de recortes, de postales y de todos esos cachivaches que coleccionaba, como se puede comprobar en la réplica de su último despacho. Quiero decir que hablamos de modernismo, de vanguardia, de esperpento y de un sentido de la espectacularidad que ambos, con sus diferencias, compartían. Y en escena no vemos reflejadas ninguna de esas características. Y, si bien Albertí ha apostado por dejar que su actor se arrogue el asunto, quizás nos podemos preguntar si el mundo estético, tan dado a las imágenes, de dos escritores que tocaron todos los géneros y que ellos mismos ofrecían pinta peculiar, ya fuera en las tertulias que lideraban o en otras circunstancias. Así, don Ramón, por ejemplo, vestido de carlista con su «barba de faquir»; mientras que el otro, insisto, quien fue acusado de frívolo por su difusión del arte por el arte, podría aparecer en sus conferencias disfrazado de torero o con la cara pintada de negro para apuntar su sempiterno humorismo.

Entiendo que en esta propuesta somos hipnotizados por un actor que nos relata con gran habilidad la historia de un escritor mitificado y ahormado por las invenciones que él mismo propició; y que el público no se preguntará sobre quién es ese tal Gómez de la Serna, porque no forma parte del panteón de los tres o cuatro.

Don Ramón María del Valle-Inclán

A través de Ramón Gómez de la Serna

Dramaturgia y dirección: Xavier Albertí

Con Pedro Casablanc

Pianista: Mario Molina

Selección musical: Xavier Albertí

Diseño de iluminación: Juan Gómez-Cornejo

Ayudante de dirección: Jorge Gonzalo

Una producción de Teatro Español y Bravo Teatro SL

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 9 de abril de 2023

Calificación: ♦♦♦

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