Perigallo Teatro propone un juego metateatral sobre su propio acto de creación y las dificultades que tienen para salir adelante las compañías más modestas

De entre los centenares y centenares de pequeñas obras que se presentan en Madrid en sus decenas de salas, de vez en cuando, van apareciendo montajes que superan la categoría de efímero por méritos propios. Me refiero a piezas donde prima el buen hacer o una concepción que se sale de lo general, del mero hecho de contar una historia más. Así que podemos considerar Cabezas de cartel como un espectáculo que anhela percutir en el farragoso meollo de la crítica al mundo teatral. Ese lugar repleto de egos revueltos en una lucha sin cuartel. Ciertamente, digamos que, por su visibilidad, los intérpretes tienen más momentos para quejarse de lo suyo: su eterna precariedad, la falta de papeles para mayores —peor, dicen, si son mujeres—, la falta de oportunidades para los desconocidos (o para los feos, o para los extranjeros racializados, o para los muy bajos, o para los muy altos, o para los ciegos, o para los sordos, o para los discapacitados intelectuales, o para los mediopensionistas). Por otra parte, vivimos en una sociedad embebida por los fetiches y las estrellas, principalmente, de las pantallas (cine, series, televisión,…), que generan un atractivo tal que demasiadas veces son el único motivo por el que los espectadores acuden, por ejemplo, a un teatro. Poco importan qué se cuente, cómo se presente o si su actor o actriz resultan convincentes, el caso es que están ahí, en el escenario, a pocos metros de distancia, y eso es muy emocionante. Así que, bajo este panorama, se ancla el argumento de esta función que acoge la sala Lola Membrives del Teatro Lara (la pequeña), donde ya se hospedó Off, una obra que recogía parte de las cuitas que ahora se intentan reordenar. Una propuesta autobiográfica, que se mueve en paralelo, sin serlo del todo, con todas las autoficciones que abarrotan las dramaturgias contemporáneas. Sí que el metateatro ahorma este espectáculo, con lo que estamos nuevamente en un estilo ya demasiado explotado. Aceptemos, en cualquier caso, que poseen buenas razones para su aprecio más allá de esta cuestión.
Dos cómicos, dos creadores, dos yo me lo guiso yo me lo como, como son Celia Nadal y Javier Manzanera, responsables de la compañía Perigallo, configuran un preámbulo en el que asisten a una de esas ferias teatrales, donde los programadores y los productores están ojo avizor para ir cumplimentando sus temporadas. Por allí está, entre otros, el Innombrable. En el primer instante ya descubrimos dos caracteres tan distintos como compatibles. Manzaneda (con ‘d’) es un tipo muy nervioso, con fobia social, que no para de sudar (algo patente y muy bien empleado en la trama), y que enseguida mostrará su idealismo incorruptible. Ella, Vidal, es una mujer de exactamente cincuenta años que se muestra más afable y dispuesta al saludo con el personal, incluido el público, es decir, nosotros (los juegos metateatrales sobre el rompimiento de la cuarta pared son tan graciosos como, a la postre, entrañables). Además, posee un pragmatismo y un posibilismo que se contrapone ajustadamente a la radicalidad de su compañero.
Como gente que no puede parar ni un segundo porque la supervivencia es un trabajo del día a día, se ponen a crear su próxima obra: Cimarrón (que nos recuerda a la película de Anthony Mann, aquella de los pioneros del oeste). Así lo pone en letras bien grandes y luminosas en la escenografía que Juan de Arellano, Pepe Hernández y Eduardo Manzanera se han currado. Luminoso de gran importancia y que no debemos dejar pasar. Puesto que, observen, si Manzanera es Manzaneda, Nadal es Vidal, compañía Perigallo es ahora Urogallo, Cimarrón, que pronto funde la tilde, es Cimarron, quítenle la ‘n’ y tendrán al Innombrable, es decir, al productor más importante de España, muy dado, entre otras virtudes innegables en alguien que domina excelentemente el negocio (reconozcamos que no apuesta por la vanguardia, pero que, a diferencia de otros, da cabida a propuesta teatralmente muy valiosas artísticamente), a llenar Mérida de caras muy conocidas, es decir, «cabezas de cartel». Todo esto, se cuenta con mucha retranca y con el hermetismo justo para que la crítica sea noble y constructiva. Es más, el susodicho bien les podría dar una oportunidad; pues se lo merecen.
Ambos actores emprenden unos diálogos fulgurantes sobre su propio texto, con ideas que sobrevuelan sobre sus cuadernos y sobre el teléfono portátil, mientras del móvil, Siri, hace de las suyas para fustigar a nuestros protagonistas con respuestas inesperadas. Quizás se abusa de este recurso que, curiosamente, se está explotando sin medida en el teatro más comercial. Y, si seguimos, con otra de las ejecuciones que, desde mi punto de vista, no llega a compactarse con suficiente esmero, es el salto entre lo ficcional y lo real que en varias ocasiones acometen sin que sea demasiado claro.
De todas formas, entre las defensas de los clásicos, las citas de Shakespeare, las pullas a la SGAE o los Premios Max, está el gran dilema. Y es que el Innombrable les quiere comprar una de sus producciones; pero no la podrían interpretar ellos, sino unos actores famosos con más predicamento y más atracción que ellos. Esa es la realidad del show business. Les honra reconocer que esos actores célebres pueden ser tan excelentes como ellos. El quijotesco de Manzaneda se niega a venderse; porque él cree en un teatro genuino, artesanal y profundo como el que él propone. Mientras que Vidal hace las cuentas (claramente a la gente de la farándula no se le dan bien los números; ya que siempre parecen obviar gastos e impuestos que aparecen en los grandes espectáculos). El materialismo frente al idealismo echado a suertes delante de nosotros. Poco importa el resultado; porque lo esencial ya lo han mostrado con gran maestría en su soltura y en esa pujanza que mantienen de principio a fin. Un embate dialéctico de humor inteligente y cercano, de autohomenaje a tantos años en la profesión que los espectadores agradecemos.
Texto: Javier Manzanera y Celia Nadal
Dirección: Luis Felpeto
Interpretación: Celia Nadal y Javier Manzanera
Diseño de luz: Pedro A. Bermejo
Músico: Santi Martín
Vestuario: María Cortés
Sonido y chelín: Robert Wilson
Escenografía: Juan de Arellano, Pepe Hernández y Eduardo Manzanera
Diseño gráfico: Sira González
Utilería: Malu Sáenz, Isa Moto y Luis Felpeto Senior
Teatro Lara (Madrid)
Hasta el 20 de abril de 2022
Calificación: ♦♦♦
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Son dos crack, a las que adoro. He seguido su trayectoria desde que nadie los conocía, ni los veía ni escuchaba. Ahora están donde están por su valía y buen hacer. Seguid así, por el arte y la cultura. Un enorme abrazo para los dos.
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