Nancho Novo se encarna en un magnate de la industria cinematográfica, trasunto de Harvey Weinstein, en la última obra de David Mamet
¿Es esta la obra más floja de David Mamet o debemos achacarle la falta de eficacia satírica a la dirección de Juan Carlos Rubio? Si se nos induce inevitablemente a pensar en Harvey Weinstein y en las consecuencias que tuvo su caso con el surgimiento del #MeToo (ahora en cierto declive, en pos de otros movimientos reivindicativos que nos mantengan tan enfebrecidos como entretenidos), cuesta creer que este Barney Fein, tan descuidado, grotesco y zafio haya conseguido alcanzar un estatus de tal categoría dentro de la industria cinematográfica hollywoodiense. Y tenemos varias razones para percibir esto. Principalmente, el tono que imprime Nancho Novo, quien ha sido «engordado» con una prótesis tan exagerada como ridícula para potenciar la caricatura; es grandilocuente y, sobre todo, evidente. Un tipo tan poderoso no muestra sus cartas a la primera de cambio, porque no lo necesita. Un tipo así no da explicaciones. Pero aquí se ha optado por esa atmósfera de comedia de situación, de esas que se graban con público, como aquí se hizo, por ejemplo, con Siete vidas (aunque eso no evite las risas enlatadas). Puesto que otro detalle a tener en cuenta es la escenografía de Curt Allen Wilmer, quien potencia el concepto. Ahora, parece necesario comparar la estética del estreno mundial con John Malkovich a la cabeza, pues aquella parece mucho más sofisticada y adecuada para un multimillonario. Nosotros nos topamos con un despacho que parece el propio de un productor de poca monta de los años ochenta (estamos en la actualidad, que no se olvide), con la pared llena de carteles de películas memetizadas y un amasijo de estatuillas de los Oscar colocados en una balda cualquiera. Satirizar desde esta inverosimilitud resulta mucho menos controvertido; es decir, se anula la posible crítica, porque el tipo termina por parecer inofensivo. Es tan transparente y tan falto de habilidad que antes de que pudiera cometer cualquier tropelía, creo que se le hubiera bajado el efecto de sus pildoritas celestiales. Pienso que la pareja de artífices, Bernabé Rico, como adaptador, y Juan Carlos Rubio, como director, que ya se han ocupado de los estrenos de los últimos textos de Mamet (Muñeca de porcelana y La culpa) han cargado las tintas de una manera que pudiera ser más atractiva, en el sentido humorístico, para el público español. Seguramente, puesto que los avatares de esos magnates estadounidenses nos queden muy lejos y la estela del affaire se haya difuminado. Ciertamente, en el inicio, Novo está gracioso, adopta su rictus genuino de ironía sagaz que tanto emplea como humorista que es; para hacer de su torpeza un monumento a la desfachatez. Para ello, se dedica a destrozar al personaje que interpreta Fernando Ramallo, quien tiene poco oxígeno para desarrollar su papel, y se queda en el mero estereotipo de guionista sin caché. Su desesperación, viendo como su guion se lanza a la papelera sin menor contemplación, resulta bastante patética; pero también insignificante, dentro de la comedia. Porque Trigo sucio es básicamente un espectáculo de un solo protagonista. Ni siquiera la que podría ser su antagonista funciona como tal, pues no da verdaderas posibilidades para ello. Esto no es Oleanna. Así, cuando aparece Candela Serrat, que hace de una actriz de origen ruso, pero que, en realidad, lleva toda su vida viviendo en Gran Bretaña, no se da ni el escándalo, por las insinuaciones tan burdas y fulgurantes del productor; ni mucho menos, el flirteo que le propicie un contrato estratosférico. La actriz prácticamente reduce interpretación a la sencilla gestualidad de quien siente algo de vergüenza ajena y es lo bastante inteligente como para sortear a ese toro lúbrico. No hay juego. Es, simplemente, una pendiente resbaladiza por la que debe despeñarse el fanfarrón hasta que se sucedan las acusaciones de acoso. Por otra parte, el desenlace se precipita igualmente, como si los setenta y cinco minutos fueran los idóneos (para hacer doble sesión, desde luego). Eva Isanta, que es una actriz ducha en comedia de situación, hace de secretaria del cabestro; y lo torea con exquisitas chicuelinas; mientras le deja hacer, convirtiéndose en una eficaz cómplice. A nadie va a sorprender el discurso de Fein sobre la industria, los amaños, los premios autocreados y autorrecibidos, los sobornos o la inmoralidad con la que viven estos individuos. Si queremos rascar en el análisis psicoanalítico, descubriremos una relación materno-filial quebrada por la enfermedad y el desprecio. El pobre hombre ha estado falto de cariño y debe compensarlo con la villanía ciclópea. Este Bitter Wheat (Trigo sucio) posee momentos punzantes, sobre todo en el arranque, capaces de sondear una hipocresía que damos por supuesta; pero no llega al fondo de la cuestión, ni el sentido sexual, como depredador; ni en el sentido empresarial, como plutócrata.
Autor: David Mamet
Dirección: Juan Carlos Rubio
Versión: Bernabé Rico
Reparto: Nancho Novo, Eva Isanta, Candela Serrat y Fernando Ramallo
Diseño escenografía: Curt Allen Wilmer (AAPEE) en colaboración con EstudioDeDos
Diseño vestuario: Pier Paolo Álvaro (AAPEE)
Iluminación: José Manuel Guerra
Producción ejecutiva: Bernabé Rico
Ayudante dirección: Daniel de Vicente
Coordinación de producción: Rosa Fernández
Una producción de TALYCUAL en coproducción con La Alegría, Pentación, La Claqueta y Kubelik
Distribución: Pentación
Teatro Reina Victoria (Madrid)
Hasta el 6 de junio de 2021
Calificación: ♦♦
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Un comentario en “Trigo sucio”