Carlos Sobera se enviste del soldado engreído para ganarse al público en un espectáculo que busca denodadamente el entretenimiento
Viene comandada por Carlos Sobera esta versión del clásico plautino tantas veces representado, y que tanto ha influido en las comedias de enredo. Ciertamente, se representa con esa pátina comercial —como si la propia obra no lo fuera ya suficiente—, que consiste en reducir un tanto el argumento y el número de personajes, y en dejar que la estrella televisiva se gane al público desde el primer instante con sus modos de sugestión. Tal es así, que su entrada es triunfal, cantando para autodescribirse. No solo atraviesa el pasillo principal de la platea con su gran penacho, sino que es capaz de hacer carantoñas y caricias a más de un espectador, con esa sonrisa franca que tiene aquí el destello de la fanfarronería. Sigue leyendo →
Lola Herrera se pone al frente de una obra incongruente sobre los mecanismos de control social a través de las nuevas tecnologías
A veces merece más la pena diseccionar la sinopsis-pretensión elaborada por los propios dramaturgos que la obra en sí. Porque, a tenor de lo leído, uno podría hasta salivar de ganas por descubrir cómo se elaboran las respuestas a preguntas tan pertinentes: «¿hasta qué punto estamos sometidos por la tecnología?, ¿somos realmente libres?, ¿qué tipo de sociedad hemos construido?, ¿qué panorama nos plantea el futuro más cercano?, ¿realmente nos merecemos el calificativo de “seres humanos”?». O qué pensar de esta reflexión: «La transformación del personaje de Estela viene a ser una metáfora de la disposición del ser humano para cambiar de actitud». Bien, pues en el escenario, ocurrir, lo que se dice ocurrir, apenas nada. Sigue leyendo →
La dramaturga Silvia Zarco ha pretendido unir las obras homónimas de Esquilo y de Eurípides en un texto que dialoga en exceso con el presente
Cada vez es más propio de nuestro tiempo venderles a los espectadores de teatro (y de cine, y de televisión y de lo que convenga política y publicitariamente) que en nuestra querida Grecia antigua ya se estilaba el feminismo o que sus valores democráticos, mutatis mutandis, son como los nuestros, o que, incluso, podríamos hablar de derechos humanos ya desde aquellas. Poco parece importar cómo se mezclan épocas (las de aquellas me refiero), religiones, filosofías, guerras y economías. Por eso es muy necesario simplificar los posibles contextos históricos (aunque estén vertebrados por el mito y la leyenda), para que el motivo más injusto nos lleve a la clara resolución de que la historia guarda ejemplos manifiestos de lo que ahora es una evidencia. Sigue leyendo →
La versión sobre la filósofa neoplatónica que se presentó en Mérida queda bastante deslucida en el Teatro Reina Victoria
Uno acude con los ecos de lo que fue este espectáculo en el Teatro Romano de Mérida y siente que se nos entrega una versión low cost. Está claro que el marco incomparable no se puede trasladar; pero hay que hacerse cargo de ello para que distintos aspectos dramatúrgicos no se vean tan menoscabados. Primeramente, contamos con una caja escénica en el Reina Victoria algo escueta como para ocuparla por una coherente escalinata circular que debe jugar simbólicamente con las órbitas planetarias. Se nota que el sitio queda constreñido cuando aparece un coro de tres seres de aspecto mitológico con casquetes algo carnavalescos que nos introducen en esa aproximación astrológica comandada por los dioses. Sigue leyendo →
La película ganadora del Óscar al mejor guion adaptado en 2004 pasa a las tablas en una versión carente de elegancia
Foto de Sergio Lacedonia
Recuerdo el agrado con el que se tomó la película Entre copas por parte de ese público adulto que se reconforta con esos dramas con hálito profundo; pero que no desembocan, ni mucho menos, en la sentenciosidad. Es decir, una comedia de corte clásico, amable, que, quizás, se sobrevaloró con el Óscar al mejor guion adaptado para Alexander Payne. Ahora, Garbi Losada y José Antonio Vitoria han considerado que esta novela de Rex Pickett merecía versionarse en español al teatro y le han aplicado el zafio filtro de la comedia burguesa comercial, aquella que desarbola a personajes más o menos consistentes y con algo de fondo, para llevarlos a unos extremos risibles. Sí, se busca la risa denodadamente; aunque desgraciadamente no se hace con sagacidad en la mayoría de los chistes; sino a través del humor fálico. Entre grosero y grotesco, se aspira a la gracia recurriendo a la «polla» cada dos por tres. De cómo se puede deambular por algo así o de cómo se puede remontar una relación bastante machirula entre dos tipos que se van de turismo enológico a modo de despedida de soltero es un reto imposible. No voy a negar que este espectáculo sea entretenido y que al final se recomponga con ciertos gestos románticos; no obstante, lo que han hecho los adaptadores, comparado con la película, es tomar a su espectador específico por un garrulo.
Realmente el protagonista que nos debe interesar es Miguel, un escritor que no despunta; pero que parece que por fin va a ver publicada una novela que está negociando su agente literario. Un hombre pesimista, desencantado, a lo mejor demasiado responsable y poco atrevido. Un divorciado. Quizás abandonado por pusilánime. Un tío que necesita encontrar a alguien que lo admire tal y como es, un obsesionado hasta la pedantería, por el vino. Patxi Freytez le da a su personaje suficiente empaque; aunque lo haga descender a tal patetismo, que no terminas de creerte su inteligencia. Demasiado patán; pero, a la postre, con encanto cultural y con una visión de la vida que se sustenta en los placeres exquisitos. Un hedonista que no acaba de desbordar. Muy distinto es Andrés. Lo de este personaje es para largarse del teatro. ¡Qué destrozo! No por Juanjo Artero, quien sostiene toda la función el tono agreste con profesionalidad. Es que resulta agotador cómo se ha exprimido su simpleza y su descaro general. Un hombre infantil, antojadizo, acostumbrado a triunfar con las mujeres, un actor fracasado, pero un productor exitoso —cuesta pensar dónde anida su raciocinio—, que maneja pasta. Entre el esnobismo propio del mundo enológico y la ignorancia del tío este, uno casi encuentra el paralelo con Paco Martínez Soria llegando a la gran ciudad con los topicazos del analfabetismo rural. La falta de sutileza en los diálogos entre estos dos hombretones solamente se suaviza con la llegada de las féminas. Visto así, Entre copas ha envejecido fulgurantemente en barrica de estulticia o, más bien, Losada y Vitoria le han dado un empujón al pasado.
Que ellas introduzcan la temática vinícola en cada escena como si fueran enólogas o unas sumilleres que ansían darle lirismo al asunto y propiciar una atmósfera más elegante e íntima, potencia el maniqueísmo de esta nueva batalla entre mundo femenino y masculino. En plena ruta del vino riojano, llegamos a la bodega donde trabaja Amaia, una encantadora Ana Villa, que le pone algo de sensatez y romanticismo a la rudeza del espectáculo. Se reencuentra con Miguel para dar pie a esa oportunidad tan deseable para unos seres tan afines en sus gustos. Resulta un poco adolescente el ir y venir de desencuentros entre ellos; no obstante, posee algo conmovedor y sencillo que puede emocionarnos. Luego, en la siguiente parada, se afana entre las botellas Terra, que Elvira Cuadrupani vivencia con salero y pujanza. Una chica directa y segura de sí misma; aunque no lo suficientemente avispada como para evitar las garras de ese don Juan que se le ha puesto por delante con todas sus obviedades. En lo que no fallan nuestros adaptadores es en medir los tiempos de manera muy perspicaz. La función posee ritmo y no se demora en asuntos vagos. Sabemos hacia donde nos dirigimos y, al menos, logran captar nuestro interés con una comicidad que va siendo más amable según llegamos al desenlace. Hasta el punto de que nuestro Freytez se pone en plan Job, clamando por su mala suerte.
Luego, la escenografía, con esas compuertas florales como un jardín vertical, habilita el dinamismo al generar distintos espacios para que los intérpretes, a partir de pocos elementos, pueden desempeñar su oficio con comodidad. En definitiva, Entre copas podría haber sido una comedia naíf, pero más adulta, si no se hubieran cargado las tintas para agradar a ese espectador algo burdo. Al final, un entretenimiento.
obra escrita por el filósofo Javier Gomá, una comedia burguesa donde se mezclan los enredos con dosis de moralina sobre el mal que ejercen en nosotros los excesivamente buenos
De un tiempo a esta parte, el filósofo Javier Gomá ha estado pergeñando su teoría de la ejemplaridad. Y esta tiene que ver con la dignidad y con la emulación, atravesada por la admiración. Si bien ya afirmé con aquel debut suyo titulado Inconsolable, que no me parecería que tuviera suficiente hondura; me afirmo más todavía cuando contemplo la ñoñería que destilan los personajes que deambulan sobre las tablas del Teatro Reina Victoria de Madrid. Porque si bien posee todo el cañamazo de las comedias neoclásicas, aquí la propuesta se escora precipitadamente hacia la insustancialidad de las comedias burguesas que tanto han distraído al público a lo largo del último siglo y medio, tan cargadas de un humor ramplón e inofensivo. Sigue leyendo →
Ana Belén intenta imponer su experiencia sobre las tablas para sacar adelante una función timorata en el Teatro Reina Victoria
Foto de Javier Naval
Si este montaje llevara otro nombre (para no dar pistas) y en ningún lugar figurara que está inspirada en la celebérrima cinta de Mankiewicz (director y guionista, nada menos) todavía podría mirarse con otros ojos. Pero aquí las comparaciones son tan odiosas que uno ya no se siente decepcionado, ni defraudado; sino, nuevamente engañado por las artes publicitarias. Pau Miró es el máximo responsable de esta desatinada adaptación (o quiera que deba llamarse) y eso que él ha estado detrás de proyectos donde ha demostrado su valía como escritor y dramaturgista. No hay más que recordar Pedro Páramo o Tierra baja. ¿Qué ha pretendido mostrar? Sigue leyendo →
Pepe Viyuela protagoniza una propuesta de Ernesto Caballero donde se pretende cuestionar la vigencia de clásico como este de Molière
A vueltas con las adaptaciones y que si los clásicos esto y aquello. Vayamos por el principio, todos los clásicos han perdido su contexto y muchos de ellos incluso el lugar de representación. Observamos una simulación. Cuando algunos se agarran a la supuesta pureza, prácticamente nunca se hace el esfuerzo por situarse en la piel de los espectadores de entonces. Nosotros estamos aquí y contemplamos, con nuestro bagaje personal, lo que nos ponen por delante. Otra cuestión es confundir al autor clásico con la pretendida creencia de que todo lo que escribió ya es un clásico en el sentido que manejamos hoy en día (calidad y permanencia). Por ejemplo —tal y como se ha podido comprobar no hace mucho—, ¿nos dice algo la versión que realizó el francés del Anfitrión de Plauto? El Tartufo de Ernesto Caballero es una propuesta con varias miradas, y ninguna de ellas desea ajustarse a lo pudo ser. El Teatro Reina Victoria no es Versalles, ni tampoco Felipe VI es Luis XIV, por mucho que compartan linaje. Sigue leyendo →
Un thriller escrito y dirigido por Tirso Calero, donde todo el suspense queda arruinado por la retahíla de explicaciones
Cada vez que la sacrosanta norma literaria de no dar explicaciones (nunca dar más de las estrictamente necesarias) se incumple, se anuncia el desastre; cuando se incumple hasta límites insospechados, llega la hecatombe. Ni a un niño se le desmenuza tanto un argumento. Tarántula aspira a ser un thriller teatral; no obstante, el suspense queda deshilachado en el largo epílogo verborreico. La tensión esperada en el transcurso de la función contiene claros errores de dirección. Tirso Calero es, ante todo, guionista de televisión (Amar en tiempos revueltos, Cuéntame…) y ha debido creer que el lenguaje teatral es absolutamente distinto —y en gran medida lo es, por supuesto—; pero sigue siendo un lenguaje audiovisual. Es decir, si algo queda mostrado, no debe ser contado. Las redundancias son desconsideraciones a la inteligencia del público y, de estas, se dan muchas en este montaje. Sin ir más lejos, la película de 1967, Sola en la oscuridad, dirigida por Terence Young y protagonizada por Audrey Hepburn —su imagen aparece, además, en un retrato pop dentro de la escenografía—, se nos viene en seguida como referencia. Sigue leyendo →