Castelvines y Monteses

Sergio Peris-Mencheta le monta un musical trepidante a esta obra de Lope de Vega con temas muy reconocibles de la canción italiana

CASTELVINES Y MONTESES - Foto de Bárbara Sánchez Palomero
Foto de Bárbara Sánchez Palomero

Muy poca atención ha recibido esta obra de Lope de Vega, y eso que bebe de las mismas fuentes que llevarían a Shakespeare a crear Romeo y Julieta. Aquel relato de los amantes de Verona de Mateo Bandello y que después el poeta inglés Arthur Brooke convertiría en un poema que inspiraría al bardo, planeaba por la época. El español prefirió trazar una comedia de esas con final más que feliz y Sergio Peris-Mencheta, ha decidido que el texto bien merecía una fiesta barroca italianizada y traída a nuestros días, para crear un espectáculo de formidable factura, apto y recomendable para todos los públicos. Se percibe la mirada de José Carlos Menéndez, quien también firma la décima que verdaderamente da paso a la acción, fallecido prematuramente en agosto de 2019. Profesor de instituto, al que conocí y que, de alguna manera, fue mi mentor cuando me iniciaba en la carrera docente, muy conocedor de la idiosincrasia de los adolescentes. Un tipo carismático (vaya desde aquí mi recuerdo). Existe un respeto por el texto de Lope, repleto de octosílabos vivaces para el desacostumbrado oído al verso, en una propuesta que viene con mucha lengua italiana, tanto en los parlamentos iniciales como en la mayoría de las canciones. Detalle muy coherente y recurrente, que favorece una ambientación más generosa y apreciable. Pero, claro, ha sido necesario reducir intervenciones, recortar el argumento —no en lo sustancial, por supuesto—, para que la música penetre con gran vigor. Creo que es justo reconocer que Castelvines y Monteses no es una de las mejores obras de Lope, fundamentalmente puesto que no acontece un enfrentamiento complejo sociológicamente entre las familias —ni siquiera sabemos por qué están en disputa—, y porque el amor tampoco surge como la superación de un conflicto. Digamos que la trama está muy hecha y los peligros a superar son ciertamente pocos. En definitiva, el dramaturgo español se pone en modo comedia desde el primer instante y eso reduce el interés. No obstante, el espectáculo está tan bien enhebrado que uno no puede negar la diversión, el entretenimiento y las virtudes que posee como iniciación a uno de nuestros más insignes escritores. La calidad del producto es tal, que es muy difícil no hallar alguna satisfacción. Inevitable es que nos recuerde al fantástico montaje de La señora y la criada, también con la Compañía Nacional de Teatro Clásico (con los jóvenes), dirigida por Miguel del Arco y desarrollada en Italia a través de esas canciones tan populares de los años 60. Quizás uno de las mayores dificultades que se puede deducir sea el del espacio escénico; puesto que la escenografía que Curt Allen Wilmer resulta versátil y llamativa; pero algo constreñidora. Configurada realmente por las dos tabernas que regentan las familias, que ocultan a su vez dos tapias por las que algunos intérpretes Monteses, como buenos gatos, escalarán para alcanzar a sus amadas. Además, un muro de dos piezas al fondo, enteramente grafiteado, como si cerrara un callejón sin salida, encuadra las acciones. Cuando se abre, más al fondo todavía, se puede ver a los músicos, que son los propios actores, todos ellos polifacéticos, como demuestran con creces. Cuando el elenco aparece casi al completo —suman trece—, el sitio parece algo raquítico. Al menos esto ocurre en las tablas del Teatro de la Comedia. En cualquier caso, el primer acto es fascinante y arrebatador, sencillamente porque la fiesta de disfraces (el vestuario de Elda Noriega es juguetón con el disfraz, y después conjuga los detalles modernos en los galanes, más macarras, con la elegancia más clásica de ellas. Muy adecuado), con sus bailes corales (el trabajo que ha realizado Xenia Reguant es extraordinario, ya que la fluidez es inmejorable), y la entrada de los pretendientes al terreno Castelvín se enhebra con puntos de interés simultáneos a través de unos movimientos que exigen prestar atención aquí y allá, demostrando que el asunto está engrasado a las mil maravillas y que este grupo de intérpretes está a la altura. Me gustaría señalar, que enseguida hay una actriz que sobresale por su gracia, por su soltura y porque expele su disfrute personal de una manera patente. Almudena Salort, quien ocupará la posición central en varios bailes, y que se queda, esencialmente, con el papel de Dorotea, la prima de Julia. Esta última es encarnada por la ya experimentada en estas lides «clásicas» Paula Iwasaki, con esa capacidad que posee para entremezclar lo cómico, con cierto punto irónico natural, con lo serio y hondo. A Roselo, le toca gatear y trepar, y sacar a relucir todas sus dotes gatunas, que son muchas, para quedarse con la dama; aunque, a decir verdad, se lo ponen en bandeja, pues Otavio, un Natxo Núñez muy dispuesto, es un pánfilo. Andreas Muñoz tiene planta y maneras para ganarse su parte de protagonismo. Se puede defender que Lope de Vega elabora subtramas para completar varias parejas (algo que no hace Shakespeare); pero si en los primeros compases parece que los otros pretendientes, Anselmo y Marín van a tener más cabida en el relato, luego el tema se va deshilachando hasta quedar en casi nada. Suena Pino D`Angio con «Ma Quale Idea», y también el «Volare» de Modugno, y el «Tintarella di Luna», de Mina, y Rita Pavone y Carosone y Batiatto, revisitados por Joan Miquel Pérez con un aire más contemporáneo y bailable; y todo es una celebración que no para y cada intérprete te sorprende más cuando deja un instrumento y se pone a bailar o viceversa, y canta e declama el verso. No obstante, todo este jolgorio nos disuade del meollo; porque este se convierte en una excusa, incluso, bufonesca. Y es que el Antonio que encarna Xoel Fernández es harto estrafalario, como si fuera un capo a la antiquísima usanza, y su búsqueda de marido para su hija Julia, un desatino. Nada comparable con el conde Paris que interpreta nuevamente Natxo Núñez, que ya directamente nos hace pensar en Sacha Baron-Cohen caricaturizándose con gestos de excéntrico. Pero como adelantaba más arriba, aquí la tristeza no llega; porque todo busca la alegría y eso le quita fuste al conflicto. Y aunque la función es muy placentera, no deja de ser larga, seguramente demasiadas canciones para un argumento reducido. Y, después, unos descansos con poemas para amenizar al personal y buscar populacheramente su participación; me sobra. Es incuestionable que Sergio Peris-Mencheta es un tipo que ya domina a la perfección el arte de dirigir espectáculos complejos. Castelvines y Monteses se suma a La cocina y a Lehman Trilogy en su lista de apuestas arriesgadas. En conclusión, la propuesta marcha estupendamente y se disfruta a lo grande como un digno musical con Lope de fondo.

Castelvines y Monteses

Dirección y adaptación: Sergio Peris-Mencheta

Versión: Sergio Peris-Mencheta y José Carlos Menéndez

(La versión incluye textos de Francisco de Quevedo, William Shakespeare y Francisco de Rojas Zorrilla)

Elenco, orquesta, coro y cuerpo de baile: Aitor Beltrán, Xoel Fernández, Paula Iwasaki, Óscar Martínez-Gil, Andreas Muñoz, Xabi Murua, Natxo Núñez, María Pascual, Gonzalo Ramos, Ignacio Rengel, Júlia Roch, Cintia Rosado y Almudena Salort

Covers: Nuria Pérez y Sergio Sanguino

Figuración: Blanca Serrano, Paco Flor, Berta Navas y Elda Noriega

Dirección musical y arreglos musicales: Joan Miquel Pérez

Dirección vocal y arreglos vocales: Ferran González

Coreografía: Xenia Reguant

Composición musical original: Ferran González, Joan Miquel Pérez, Xenia Reguant

Selección musical (música no original): Sergio Peris-Mencheta

Diseño de escenografía: Curt Allen Wilmer (AAPEE) con estudioDedos

Diseño de iluminación: Valentín Álvarez (A.A.I)

Diseño de vestuario: Elda Noriega (AAPEE)

Diseño de espacio sonoro: Eduardo Ruiz y Enrique Rincón

Vídeo proyecciones: Joe Alonso

Efectos de sonido: Joe Alonso y Óscar Laviña

Asesoría de verso: Pepa Pedroche

Diseño de QLab y sobretítulos: Eduardo Ruiz y Óscar Laviña

Atrecista: Eva Ramón

Dirección técnica: Braulio Blanca

Sastrería: Elda Noriega (AAPEE)

Coach vocal y coreógrafo residente: Óscar Martínez-Gil

Ayudante de dirección: Xenia Reguant

Asistente de dirección: Ferran González y Óscar Martínez-Gil

Ayudante de coreografía: Ferran González y Óscar Martínez-Gil

Ayudante de iluminación: Jorge Colomer Argüelles

Ayudante de vestuario y sastrería: Berta Navas

Coordinación de producción: Fabián T. Ojeda

Ayudante de producción y regiduría: Blanca Serrano

Auxiliar de producción y regiduría: Paco Flor

Asistente de producción: Luna Delgado

Maestro Clown (taller): Néstor Muzo

Asesoría de magia: Jorge Blass

Asesoría de italiano: Danilo Tarantino e Ignacio Rengel

Fotografía: Sergio Parra

Fotografía de escena: Bárbara Sánchez Palomero

Diseño gráfico: Eva Ramón

Jefa de prensa: María Díaz

Teaser y documentación audiovisual: Bernardo Moll

Ayudante teaser y documentación audiovisual: Nicolás García

Técnico maquinaria y coordinación técnica: Manuel Roca

Técnico de iluminación: Marina Palazuelos

Técnicos de audiovisuales: Enrique Rincón y Óscar Laviña

Construcción: Mambo decorados y Scnik

Transportes: FJS Transportes

Distribución: GG Producción Escénica

Administración: Henar Hernández

Producción ejecutiva y dirección de producción: Nuria-Cruz Moreno

Espectáculo coproducido por la CNTC y Barco Pirata Producciones Teatrales

Teatro de la Comedia (Madrid)

Hasta el 13 de junio de 2021

Calificación: ♦♦♦

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2 comentarios en “Castelvines y Monteses

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