Carsi

Eduardo Vasco dirige en el Teatro de La Abadía esta parodia que ha escrito sobre la vida precaria de los cómicos

Que una compañía como Noviembre Teatro, dedicada casi de pleno a la adaptación de clásicos, se embarque en una creación tan metateatral, no deja de ser un autohomenaje paródico, una especie de paréntesis reflexivo y, fundamentalmente, un divertimento desengrasante. Para realizar este artefacto, Eduardo Vasco ha recogido diversos elementos del propio mundo actoral, y así poder elaborar un pastiche. Y, como tal, pues uno termina por quedarse con la idea de conjunto; porque la disparidad de escenas y, principalmente, la dispersión espaciotemporal, terminan por centrifugar el argumento en un engrudo excesivamente caótico. Fijémonos cómo se demora el preámbulo sin que nos presenten al que debe ser el gran protagonista y que, luego, a la postre, tampoco se explote su personaje en exceso. El caso es que un grupo de intérpretes se plantan ante su público para expresar con orgullo dolido que ellos son «de los clásicos». Y a partir de ahí llegan las coplillas irónicas y se intercala el rock vociferante y, un vergonzante rap (o algo así) que Resines no hubiera superado. Transicionar estas piezas con escenas encajadas sin comedimiento, como la del casting dirigido por millennials entontecidos, lleva a configurar unas piruetas dramatúrgicas insostenibles. La comedia no se centra en su asunto básico y se va por las ramas sin medida hasta que tomamos cuenta de por dónde se nos quiere llevar. Afortunadamente, contamos con un elenco que, dados los mimbres del libreto, van a sacar oro; y eso que el ritmo que se imprime no es el adecuado como para concatenar las tímidas risas que van surgiendo entre las butacas. En este sentido, la dirección del propio Vasco no acentúa la cohesión, enlazando con suficiencia cada una de las teselas. Como digo, los actores se afanan al máximo para sacar partido del collage. Esencialmente, Mariano Llorente y José Ramón Iglesias comandan la acción. El primero, al que vimos no hace mucho en Tres sombreros de copa y, para el caso que nos compete, en Una humilde propuesta, donde sacaba una vis cómica que funcionaba con grandiosidad. Él hace de Carsi ―y de él mismo, como todos los demás―, nos introduce la figura de este actor, un gran secundario de las primeras décadas del XX. Llorente impone, marca firmeza y apuesta por un humor de ironía con gesto impertérrito. Es una característica suya, que sabe explotar con pericia. Avancemos que con Carsi-personaje se monta un mogollón que difícilmente el público va a desentrañar, si no tira de la Wikipedia. A saber, se habla de Felipe Carsi (1843-1933), pero nos lo presentan como un intérprete ya anciano; pero que ha triunfado ya hace unos años. ¿Cómo tomarse esto? No se sabe. La cuestión es que se describe como un tipo algo pasado de rosca, sin memoria ―se sugiere la posibilidad de utilizar pinganillo, como ya hiciera Al Pacino en aquella obra de Mamet―, con delirios de grandeza e, incluso, envuelto en un caso de abuso que podría saltar a las redes sociales. El embrollo metateatral y recreativo con un nombre que remite a; aunque no es tal, se presume poco sensato. ¿Por qué no haber elegido otro nombre? Por lo visto, debe tomarse como un homenaje a los «barbas», esos cómicos ya mayores que representaban el papel de persona respetable. Así que Mariano Llorente se mete en la piel de esta invención rara, llamada Carsi; para desarrollar las mejores escenas. Impone su corpachón y esa cadencia altiva en su declamación, para configurar al divo que se permite el gusto de corregir las indicaciones de un director sobre El alcalde de Zalamea; hasta llegar a dislocar el texto del propio Calderón. Estos instantes son los que justifican realmente el montaje; aunque, hasta llegar a ellos, se han dado excesivas vueltas. La víctima propiciatoria de este engreído es el actor novato, el recién llegado a una compañía, el fan alucinado capaz de besarle los pies a su ídolo. Sin duda, José Ramón Iglesias, quien ya demostró sus capacidades payasescas en Entre bobos anda el juego, es el que lleva más al extremo su gestualidad y su actuación hiperbólica. Llama la atención desde el inicio hasta el final, puntualizando cada gag y propiciando las circunstancias más ridículas. También tiene Elena Rayos la oportunidad de crear con gracia una caricatura de una filóloga, un ratón de biblioteca, enloquecida al haber hallado una nueva obra de Calderón, El godo constante, que será la excusa perfecta para que estos de «los clásicos» vuelvan a las tablas. Para completar el elenco, Antonio de Cos se esfuerza mayoritariamente en aportar rocanrol con su guitarra a cada una de las actuaciones; mientras que Rafael Ortiz cumple con roles más superficiales y anecdóticos, con buen tino. En la mezcolanza no falta un vestuario acorde, diseñado por Lorenzo Caprile, que potencia la idea carnavalesca o de juego de disfraces permanente. El espectáculo se trufa de críticas satíricas e ingeniosas al teatro moderno, al teatro posdramático, con sus micrófonos, sus vídeos y sus rarezas; para emitir una defensa del teatro de «siempre». La introducción de elementos narrativos constantes intenta aunar el desbarajuste para que el espectador no se pierda y para zanjar el asunto de mala manera, con una explicación poco convincente; una vez se lleva a cabo a esa nueva obra encontrada. Un desenlace antiteatral, que nos deja más descolocados si cabe. En definitiva, Carsi no es ni una colección de sketches con anécdotas graciosas sobre la profesión actoral; ni una obra con un argumento sólido sobre la biografía deformada de aquel actor secundario de principios del siglo XX. Ni va para un lado, ni para otro. Encontramos situaciones divertidas, frases punzantes; pero no nos adentramos en una función con ritmo desopilante. Quedémonos con que el fundamento de este montaje es el divertimento oxigenante antes de volver a «los clásicos».

Carsi

Texto y dirección: Eduardo Vasco

Reparto: Mariano Llorente, José Ramón Iglesias, Elena Rayos, Rafael Ortiz y Antonio de Cos

Escenografía y atrezo: Carolina González

Vestuario: Lorenzo Caprile

Iluminación: Miguel Ángel Camacho

Música: Eduardo Vasco

Ayudante de dirección: Daniel Santos

Técnico iluminación: FOCOPS

Realización escenografía: Mambo decorados

Asesoría: Úbeda Consultore

Almacén y transportes: Taicher

Imprenta: Gráficas Escobar

Fotografía promocional: Asís G. Ayerbe

Vídeo promocional: El hombre Ola

Gráfica: Millán de Miguel

Diseño de producción: Miguel Ángel Alcántara

Producción: Noviembre Compañía de Teatro

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 28 de febrero de 2021

Calificación: ♦♦

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