Josep Maria Flotats vuelve a encarnar en el Teatro Español a Louis Jouvet a través de unas clases de interpretación

El metateatro del que tanto se abusa en los últimos tiempos no es del tipo que se exprime en esta obra. Aquí hablamos del teatro dentro del teatro. La materia es la propia enseñanza del teatro y de su práctica realizada desde la ficción por unos intérpretes que hacen de actores. Si nos fijamos en propuestas de las últimas temporadas, podemos encontrar una comedia poco fructífera como Carsi y, sobre todo, una obra muy peculiar que nos debe servir como contraparte de este París 1940, me refiero a Premios y castigos, de Ciro Zorzoli. Esta nos propone un auténtico entrenamiento gimnástico, lleno de repeticiones de gestos, de voces, hasta la automatización. Todo muy risible. Con otro ambiente muy distinto, el Louis Jouvet que interpreta Josep Maria Flotats, con elocuencia, aunque con ciertas dudas en sus movimientos de subidas y bajadas al escenario, busca el «sentimiento» como único fin auténtico para el actor, su certera fuerza vital para desarrollar un rol.
Si me pongo en la piel de esos espectadores que pueblen las butacas del Teatro Español y que se dediquen al delicado arte de la actuación, entenderé su emoción al escuchar esa denodada defensa de ese vigor nacido de las entrañas. No obstante, si atendemos a la estructura del planteamiento, convendrán ustedes que asistir a siete lecciones de actuación, y que todas ellas redunden sobre la escena VI del acto IV del Don Juan, de Molière, puede resultar aburrido, si de ahí no se va más allá del logro idóneo según el maestro. Porque desde luego que somos conocedores de lo que estaba ocurriendo en la capital francesa con la llegada de los nazis; pero aquí su presión apenas se siente al final con la manifestación de algunos signos. Sí, la bandera enorme con la esvástica nos impresiona más a nosotros, que sabemos lo que acontecerá en el futuro, que a ellos. Entiendo la postura romántica, esa lucha por el trabajo bien hecho, por la artesanía y por la búsqueda de los detalles que lleva a un refinamiento precario y efímero; puesto que todo va al desastre, al fin, a la hecatombe en un mundo en guerra. No obstante, el desarrollo de la pieza es desesperanzador, ya que uno ve cómo sencillamente se va a llegar al punto predeterminado e intuimos que, en ese sentido, no seremos decepcionados.
En cualquier caso, Josep Maria Flotats, en el papel del profesor y director, se mantiene firme; aunque debamos reconocer que ha perdido la agilidad de las puestas en escena pasadas. Creo que el mayor disfrute está en observar a Natalia Huarte, quien, al contrario que Mercè Pons, quien ya desempeñó este carácter, se nos muestra más humilde, menos rebelde, más disciplinada. De hecho, la actriz ya había dado esa imagen en otras interpretaciones en otras obras —véase El bar que se tragó a todos los españoles—. Me refiero a que se la ve inapelable, eficacísima, pero, quizás, algo fría y mecánica, menos pasional de lo que podríamos esperar en una actriz española. Es tan magnífica, que a veces uno espera que se desmelene. Aquí vemos a alguien que ejecuta a la perfección no solo lo que le ha mandado Flotats, sino lo que le ordena y sugiere Jouvet, hasta llegar al punto en el que consigue desbordar sus propios anclajes sin perder totalmente la compostura. Es evidente que elaborar todos esos modos de actuación, desde los forzadamente torpes, hasta los más genuinos y esplendorosos, requiere un dominio que Huarte conlleva.
Luego, el resto de muchachos, son comparsas en exceso. Juan Carlos Mesonero, que haces las veces de Octavio, es un sostén. Mientras que Francisco Dávila, apenas tiene una frase como Racotín, y alguna más como Sganarelle con las que esboza algún gesto gracioso. Están ahí para acompañar a su amiga en ese duelo entre docente y discípula, en ese proceso de depuración y, sobre todo, de sensibilización. Al pobre Arturo Martínez Vázquez no le alcanza ni para simbolizar a un bedel y a un nazi imponiendo su desagradable impronta.
Sí que son valiosas, indudablemente, las reflexiones del maestro Jouvet. Su idea de cómo se debe sentir para que esa vivencia brote en la interpretación: «la afluencia de los sentimientos no es esa capa siempre uniforme». «Tienes que encontrar el sentimiento», repite una y otra vez a lo largo de la función. Lograr explicar qué quiere decir exactamente es la gran complejidad que entraña ese transcurso de la enseñanza-aprendizaje. Controlar, apasionarse, llorar, no desbordarse y transmitir esa interioridad macerada por la asunción de un personaje que siente de una manera singular. En síntesis: «Cada una de las palabras que dices es necesario que sientas lo que dices, que sientas lo que eso representa para que te inunde el sentimiento que la palabra expresa. Si haces este ejercicio apelando en ti, a medida que piensas la palabra, al sentimiento que esa palabra expresa, en un momento dado, los sentimientos crecerán dentro de ti con tanta intensidad que casi podrás interpretar interiormente el texto sin decirlo, hasta que de pronto te verás obligada a expulsarlo. Entonces, en ese instante, interpretarás el personaje». La música de Händel, la respiración, la delicadeza con la que Jouvet se aproxima al acto de creación interpretativa posee un valor indiscutible frente al horror que está a las puertas en ese año.
En este París 1940 asistimos a una decantación, a un fervoroso amor por el teatro y por los modos más sutiles de la actuación; pero, quizás, el espectador común se quede con la impresión de que el contexto de la Francia de aquella época no termina de penetrar como parecería lógico en las tablas.
De: Louis Jouvet
Según el Elvire-Jouvet 40 de Brigitte Jaques. Extraído de Molière et la Comédie Classique de Louis Jouvet
Traducción: Mauro Armiño
Dirección: Josep Maria Flotats
Con: Francisco Dávila, Josep Maria Flotats, Natalia Huarte, Arturo Martínez Vázquez y Juan Carlos Mesonero
Diseño de iluminación: Albert Faura
Diseño de espacio escénico, vestuario y banda sonora: Josep Maria Flotats
Voz en off: Pep Planas
Grabación de voz en off: Estudio OÍDO (Jordi Benet)
Ayudante de dirección: Eugeni Mataix
Una producción del Teatro Español
Teatro Español (Madrid)
Hasta el 8 de enero de 2022
Calificación: ♦♦
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