La Trilogía negra se cierra en la Sala Cuarta Pared con su tercera entrega para sumergirse en un thriller que denuncia las artimañas del poder
En las últimas décadas se ha puesto de moda en el cine un tipo de thriller absolutamente espídico que juega con el espectador a través de equívocos y de detalles sorpresivos que suele comandar alguno de los personajes-narrador. Juegos de máscaras, asesinatos, imposturas diversas y todo ellos a una velocidad imposible de seguir. El último caso de este género tan tiktoker sería Bullet Train, que no es más que infundir adrenalina a un modo de contar que básicamente aúna a Tarantino con Guy Ritchie. La cuestión está, sobre todo, en el narrador, que nos dirige y nos engaña, y aprovecha para describir con mucha ironía las situaciones que se van dando y, además, nos pone en antecedentes de lo que ha ocurrido en otros instantes del pasado. Es decir, es novelizar el teatro o el cine para poder contar mucho más de lo que en escena, representado, sería aceptable. Y esto es lo que ocurre con Tantos esclavos, tantos enemigos, que se pretende contar mucho y representar demasiado, y el ritmo logrado no es tan elevado como sería necesario. Creo que las ideas, las circunstancias curiosas y la concreción de algunas escenas (unas pocas) nos da a entender que el montaje tiene buenos fundamentos; pero que su plasmación se les ha ido bastante de las manos. Ciento treinta minutos por esos vericuetos casi imposibles de seguir es un exceso que requiere de más tino.
Con esta obra QY Bazo, Juanma Romero y Javier G. Yagüe completan su Trilogía negra, después de Nada que perder e Instrucciones para caminar sobre el alambre (la que considero mejor). Marina Herranz hace de sobrina del protagonista, un tipo con gran arrojo que, como veremos a lo largo de la función, es capaz de enmascararse en múltiples personajes, como el actor que nunca fue, para vengarse de aquellos poderosos que mecen en la sombra la cuna de la sociedad capitalista. La actriz hace de narradora. Se sitúa antes de las escenas, a un lado, y este hecho nos hace pensar en cómo sería si estuviera más integrada, si solo se dedicara a esos menesteres y luego no participara algún de los muchos papeles que hace. O que una voz en off nos diera pistas de cada etapa de ese itinerario tremebundo. Este mecanismo influye en la dinámica general. Ella vuelve a ser una de las intérpretes que más brilla, que más fuerza le pone y más actitud. Eso, sin duda.
La otra pega que le encuentro a este espectáculo es su factura. Me ha resultado algo decepcionante. A la vista es un caos, con todo el atrezo repartido por doquier listo para llevarlo a las tablas. Ese desorden afea el conjunto y luego se percibe que han utilizado casi lo primero que han pillado y termina por dar una sensación desgraciadamente algo cutre. Principalmente, si la iluminación de Virginia Rodríguez Laguna, tan excesiva en bastantes ocasiones, nos deja ver demasiado los elementos y los objetos con los que cuentan. Más allá de un uso interesante con la gran pantalla, en una mezcla de virtualidad y realismo, que merecía explotarse más.
En cualquier caso, las señas de identidad de los dramaturgos siguen intactas; aunque el thriller que montan parezca sobreponerse por momentos y nos derive a un entretenimiento más llevadero, pues la comicidad prima en muchas escenas. O sea, que la crítica social y la defensa de aquellos que sin tener nada encima son apaleados se entrevera con los efectos metateatrales de un hombre capaz de fingir lo que haga falta para hacer justicia. Javier Pérez-Acebrón imprime mucha seriedad y algo de socarronería para encarnarse en esos roles tan diferentes y atravesar una gama ingente de sensaciones. Los documentos que la sobrina encuentra en unas maletas nos llevan a un piso que van desahuciar o a un hospital, o a encontrarse con sospechosos o agentes secretos. En gran medida, aunque sabemos que el tío ha muerto, esa búsqueda resulta pertinente y nos lanza a descubrir qué ocurre; porque en los primeros embates el misterio se cuece con estilo.
Por otra parte, Salvador Bosch, Rosa Manteiga y Guillermo Sanjuan aportan una profesionalidad muy sagaz al adaptarse a caracteres tan diversos, con todo tipo de adminículos encima para realizar metamorfosis increíbles. Toda una colección de gestos que van perfilando un surrealismo que, si no fuera porque el trasfondo es penoso, uno pensaría más en Kafka.
Al final, Tantos esclavos, tantos enemigos se pierde en la inconcreción. El divertimento y la denuncia de esos tentáculos que cada vez funcionan con más opacidad no terminan de aunarse con agilidad. El público se ríe en algunos instantes y celebra que algunos sketches se resuelvan con pericia; pero más dudas me entran en cuanto a si el fondo de la cuestión posee la suficiente fuerza.
Tantos esclavos, tantos enemigos
Dramaturgia: QY Bazo, Juanma Romero y Javier G. Yagüe
Dirección: Javier G. Yagüe
Intérpretes: Salvador Bosch, Marina Herranz, Rosa Manteiga, Javier Pérez-Acebrón y Guillermo Sanjuán
Escenografía, vestuario y atrezzo: Monika Rühle /La Casa Colorada
Iluminación: Virginia Rodríguez Laguna
Audiovisuales: Marcos Castro
Colaboradores: Jose Luis Torrecillas, Susana Hidalgo, David Fraile, Marcos Castro, Richard Vázquez, Pablo Ramiro y Marta Pons
Voces e imágenes grabadas: Pedro Ángel Roca, Aitor Satrustegui, Aldo Benito, Ana Astorga, Jose Antonio Angorilla, David Rubio y Asu Rivero
Realización escenografía: Cuarta Pared, Monika Rühle /La Casa Colorada
Fotografía: Pablo Ramiro y Monika Rühle
Comunicación: Cuarta Pared
Producción y distribución: Cuarta Pared
Ayudante de dirección: Elvira Sorolla
Sala Cuarta Pared (Madrid)
Hasta el 25 de marzo de 2023
Calificación: ♦♦
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