Los esqueiters

Nao Albet y Marcel Borràs aúnan skate y filosofía en un breve espectáculo que carece de suficiente profundidad

A priori es una gran idea reunir en una obra teatral el mundo del skate y el de la filosofía. Principalmente por ser inédito y porque viene elaborado por una pareja de comediantes que se lo come y se lo guisa mucho, y de manera muy talentosa, como ya demostraron en Mammón. Pero en esta ocasión, Nao Albet y Marcel Borràs no han encontrado una conceptualización más madura sobre la cuestión, y han creado un espectáculo demasiado superficial. Si miramos más allá de las actuaciones puramente performativas, ya sean coreografías irónicas de unos tipos vestidos como Descartes o esas posturas ralentizadas que imitan trucos con el patín o la presencia de auténticos skaters deambulando por las tablas sin la posibilidad de ejecutar poco más que unos ollies o algún no comply (poco esfuerzo para esta gente). Si partimos del idealismo socrático ―defendido absolutamente por su discípulo Platón―, apoyado en que el conocimiento nos hace libres; y a esto le unimos la sensación de libertad que cualquier skater experimenta, ya tenemos la mezcla para tirar del carro. Partamos de que lo persuasivo de patinar sobre un monopatín ―en España se ha patinado mucho desde finales de los ochenta―, es que introducía un modo de vida entre la expresión artística, el deporte, una estética peculiar y, sobre todo, el tiempo en la calle, entre el vandalismo y el vagabundeo que desea exprimir la ciudad y sus adminículos de otra manera. Destrozar bancos, saltar por unas escaleras, grindar en barandillas, buscar soportales y pasadizos en los inviernos lluviosos. Huir de la policía y de la rabia de algunos vecinos. Juntarse con raperos, con grafiteros o con breakers. Estar en las plazas como Sócrates en el ágora, para dar el coñazo; ya sea preguntando con el arte de la mayéutica, ya sea con el golpeteo de la tabla sobre el suelo, y no poder parar. Bien, pues este espíritu ―que cualquier skater ha experimentado―, no está ni por asomo en esta función. Porque lo que ocurre en el escenario del Teatro Español es una bobadita con guiños humorísticos. En el ámbito de los patinadores apenas observamos a tres tipos y una fémina que nos cuenta su semblanza particular. Unos patinadores profesionales ―sus virguerías se pueden encontrar perfectamente en YouTube― que aquí se reconvierte en actores. Y ciertamente su desparpajo, sobre todo con algunos, es un descubrimiento. Destaca Mike Diligent, un francés ―la cantidad de lenguas que tenemos que escuchar es amplia y sus traducciones sui géneris― realmente echado para adelante, que nos cuenta su movida con un colega japonés en una competición. Antes, el italiano Alfredo Baccetti nos ha dado noticia de su vida, desde que a los ocho años comenzó a patinar y fue iniciado en el skate, los porros y el flirteo. Aunque es Kristina Westad quien se empeña más en relatarnos qué es eso del «Hail Sky», algo así como alcanzar el éxtasis patinando. Es el concepto que, en gran medida, se quiere desarrollar como eje vertebrador de la función. En diálogo con la metafísica, la religión y la autorrealización. Es algo así como cumplir a la perfección con una ronda repleta de trucos que implican una gran destreza. Esa ronda ―como ocurre con las rutinas de otros deportes, como el patinaje artístico o la gimnasia deportiva― para la que es necesario estar inspirado ―hasta visionar el duende―, estar enchufado ―como los grandes baloncestistas superando los cuarenta puntos―. Recordemos que la práctica del skateboard resulta de una grandísima complejidad y que la mayoría de los trucos suponen una cantidad de horas de práctica inimaginable; así que enlazar un truco con otro es situarse en el séptimo cielo. Finalmente, Dallas Bailey, el más raro de todos, un americano silencioso muy interesado en zamparse unas patatas fritas. Sumarle, a modo de vía crucis o decálogo iniciático, unas pildoritas de topicazos filosóficos, arrastra el espectáculo hacia el didactismo adolescente. Recurrir a Matrix para explicar el «Mito de la caverna» (igual que se hace ahora en los institutos) o esbozar un concurso de frases entre inventadas y célebres para descubrir al filósofo de turno. Desde luego, se quedaron con lo poquito que aprendieron en su primer y único año de carrera. Aquí no engañan. Insisto en que se atisban las ideas y las finalidades ―no hay más que leer el programa de mano―; pero ni siquiera se quedan a medias. Fuera del entretenimiento y de la diversión de algunos momentos, es una obra floja que carece de la más mínima hondura. Es valorable su disposición artística en cuanto al baile, la música y la interpretación ―la escenografía de Max Glaenzel, con una pequeña rampa, un cajón y un altar-biblioteca para la batería y el teclado, resulta poco vistoso―. Una pena, porque hay talento, y el concepto sugería un buen desarrollo de las posibilidades.

Los esqueiters

Composición dramática y dirección: Nao Albet y Marcel Borràs en colaboración con Juan Miranda

Creación y actuación: Nao Albet, Alfredo Baccetti, Marcel Borràs, Mike Diligent, Dallas Bailey y Kristina Westad

Composición musical: Nao Albet y Marcel Borràs basada en canciones de Bad Bad Not Good

Escenografía: Max Glaenzel

Iluminación: Luis Martí

Coreografía: Nao Albet, Marcel Borràs y Anna Hierro

Sombras y subtítulos: Oslo Albet

Vídeo: Miquel Diaz

Construcción del decorado: Xarli et Ou

Creación del vestuario: Catherine Argence

Rampa: Amalgama Studio

Traducción: Julien Couturier

Encargada de la producción: Anabel Labrador

Producción asociada del l’Archipel, escena nacional de Perpignan. Basado en una producción original de La Brutal, del Festival Grec y Temporada Alta

Teatro Español (Madrid)

Calificación: ♦♦

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