Un tercer lugar

Denise Despeyroux profundiza en su concepción del amor a través de seis personajes repletos de rarezas

Foto de Sergio Parra

La dramaturga más prolífica de estos lares vuelve a recurrir al ensamblado de piezas en una estructura tripartita, como ya hizo en la mejor de sus obras hasta la fecha: Carne viva. Para ello ha aprovechado el fragmento que incluyó en aquel experimento comunal que puso en marcha Fernando Sánchez-Cabezudo en la clausurada sala Kubik Fabrik: Historias de Usera. Llegó a ser una especie de hilo conductor y aquí lo es de nuevo. El relato nos entrega a Tristán, interpretado por Jesús Noguero —nuevamente con esa apostura y ese paladeo de la emoción que debe ser expresada—, y a Matilde, con una Lorena López cariñosa y vitalista. Ambos se encuentran en un teatro (la propia sala Kubik, antes nombrada), donde asisten a una representación comandada por Daniel Veronese (de quien precisamente ahora se puede disfrutar su Espía a una mujer que me mata). Surge el flechazo en un diálogo repleto de guiños un tanto absurdos que se enfrentan directamente contra la lógica; aspecto este que será leit motiv de toda la función; o sea, una escritura cincelada por el detalle curioso, incluso alucinante (por ejemplo, que a Matilde nunca le traigan en un restaurante lo que ha pedido y que recurra a pedirse algo que no quiere). Un tercer lugar se compone de quince teselas y, como suele ocurrir con este tipo de entramados, no todas poseen suficiente entidad escénica. Pienso que la historia principal está cargada de madurez, de humor y ternura, de contradicciones insuperables en la cuestión del amor; pero las otras dos ramas carecen de una narrativa adecuadamente cohesionada y trascendente como para que tengan tanto espacio. Por un lado, aparece Carlota, encarnada por Sara Torres, una abogada con acento argentino, obsesionada con la filosofía y con tendencias a psicoanalizar a sus clientes por el método lacaniano. Con este personaje la actriz está estupenda, graciosa y muestra una ironía inteligentísima. En sus frases, mientras va desmontando supuestas falacias lógicas con falacias aún más flagrantes, aparecen Hume, Berkeley y Wittgenstein para abducir a Pietro Olivera, que hace de florista en paro, con su habitual soltura. Bien, pues su encuentro da para un sketch, aunque no para que tenga continuidad. Resulta repetitivo el gag, cuando luego se insiste en él. Otro tanto ocurre con Samuel y Cordelia. Él es el más neurótico de todos los personajes; se dedica a espiar a su vecina con mini robots; a la vez que diseña la maqueta con la casa de sus sueños. Giovanni Bosso recoge excelentemente el gesto del niño pequeño que quiere jugar y que no entiende que lo que hace es sencillamente acoso. Ella, Vanessa Rasero, se queda con el papel más breve y lo resuelve con entereza. No se puede negar que Despeyroux ha escrito un texto divertido y perspicaz —si obviamos el prólogo musical y danzístico que parece bastante ridículo—; aunque hay que reconocer que es un montaje más suave. Ha reducido la inclusión de temas tan extravagantes como había abordado en Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales o en Ternura negra, en las que el esoterismo desmadrado nos dirigía por terrenos inéditos en nuestra dramaturgia. Se observa mayor moderación, y en esto se acerca más a las últimas creaciones de Alfredo Sanzol —no hay más que fijarse en La respiración—; es decir, un reconocimiento emocional más cándido y hasta romántico. Hace referencia la autora a Peter Handke para definirnos qué sería ese tercer lugar, como el espacio extraño y diferente donde el hombre y la mujer se hallan antes de volverse «una pareja de ensueño». Si seguimos con la filosofía, sería —desde el punto de vista hegeliano— la síntesis a la que llegan los amantes en la dialéctica de la tesis y de la antítesis. Este movimiento de vaivén y de desarrollo se contempla muy bien en esta obra y es, de alguna manera, la fuerza que nos arrastra hasta el final. Por otra parte, la dramaturga ha contado con un magnífico equipo. Primeramente, Eduardo Moreno que ha montado una escenografía bastante sugerente para ese reducto: una gran estantería de objetos, pero, sobre todo, abarrotada de libros; y una gran pantalla al fondo en la que se proyectan los títulos de cada episodio. Y, luego, la iluminación de Pau Fullana es propicia para dar sentido a esa amalgama de sentimientos y, fundamentalmente, para cargar las tintas sobre los diferentes focos de actuación. En definitiva, Un tercer lugar, no es tan extravagante como otras propuestas de la directora; pero posee el suficiente encanto como para atraer al público sensible.

Un tercer lugar

Texto y dirección: Denise Despeyroux

Intérpretes: Jesús Noguero, Vanessa Rasero, Giovanni Bosso, Sara Torres, Prieto Olivera y Lorena López

Escenografía: Eduardo Moreno

Música: Pablo Despeyroux

Espacio sonoro: Mariano García

Música: Pablo Despeyroux

Iluminación: Pau Fullana

Fotos: Sergio Parra

Vestuario: Paola de Diego

Diseño de imagen: Sergio Parra

Ayudante de dirección: Paula Foncea

Voces en off: Bárbara Lennie y Pablo Messiez

Una Producción del Teatro Español

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 17 de diciembre de 2017

Calificación: ♦♦♦

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Un comentario en “Un tercer lugar

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