Un drama sobre la inmortalidad y la memoria representada a través de una fábula futurista
Ante todo, es innegable que la Compañía del Sr. Smith posee un estilo que es reconocible, como pudimos observar con su anterior trabajo La piel del lagarto, y que se caracteriza por una inclinación a lo fabulístico, al desarrollo imaginario de otros mundos posibles, cierto infantilismo que termina por ser naíf y un humor juguetón sobre la crítica de nuestras costumbres. La noche del Sr. Smith nos sumerge en la mente quebrada de un enfermo de Alzheimer que, desde el hospital, lucha contra la tergiversación de sus recuerdos. Esa paradoja por la cual estos pacientes «se convierten» en niños, ancianos que regresan a la infancia, a sus primeras experiencias —seguramente reconfiguradas por nuestro engañoso cerebro— encaja perfectamente con el tono un tanto sensible y aniñado con el que procede el resto del elenco. Digamos que la idea y la propuesta dramatúrgica son interesantes, porque nos atenaza desde una perspectiva peculiar, insólita; pero, desgraciadamente, el meollo, el propio acontecer performativo del montaje, está trufado de tópicos extraídos de la ciencia-ficción. De esta forma descubrimos a ocho jóvenes conviviendo en una especie de institución, de residencia destinada a los nuevos inmortales, sometidos a una rutina invariable bajo la dosis idónea de opiáceos que los disuaden de la decadencia lógica de una vida sin incentivos. La distopía se hace patente enseguida y la reconocemos, puesto que remite a todas esas historias, ya sea en la literatura con Un mundo feliz de Huxley o, en el cine, con La isla (2005), de Michael Bay —por poner unos ejemplos—; donde todo parece pautado, donde la existencia es producto de un determinismo atroz. El grupo hila anécdotas sobre el primer enamoramiento o de sus primeros chispazos de conciencia. Representan el automatismo de sus desayunos y de sus comidas; de un ocio angosto. Y, luego, el escaneo biorrítmico a través del cual conocemos el estado de su ánimo: particularmente depresivo. Poco novedoso. Da la impresión de que Javier Hernando Herráez, como responsable de la dramaturgia, y Pedro Casas, en la dirección, han apostado por una visión muy estrecha y prototípica de un futuro en el que la inmortalidad o el alargamiento de la vida sea posible, como si eso implicara que íbamos a ser, también, invulnerables. Las secuencias resultan bastante repetitivas, como si no quisieran acogerse a una trama, como si debieran rellenar su concepto hasta llegar a un desenlace, en cierta medida, sorpresivo. Entiendo que la repetición es coherente bajo su planteamiento; pero me parece una torpeza trufar la función de explicaciones, de esas que se exponen en las películas para resumirnos las nuevas condiciones en las que viven los terrícolas respecto al momento presente del espectador. En realidad, la serie Black Mirror, las predicciones de futurólogos del entorno al posthumanismo como Ray Kurzweil o el reciente ensayo del profesor Antonio Dieguez titulado El transhumanismo, amplían demasiado la cuestión como para aceptar un reduccionismo de tal calibre. Paradójicamente, La noche del Sr. Smith, en cuanto al futurismo, queda bastante anquilosada en visiones pretéritas. Esto no quita para que teatralmente posea otras virtudes que el público puede admirar. El reparto funciona en sus movimientos, en su transmisión, con notables intervenciones como la de Verónica Moreno, que aporta toques de humor con su leve histrionismo o la timidez reconcentrada de Andrés Acebedo o la seguridad de Isabel Alguacil. Pero también nos conmueve la obra cuando, tras la envoltura de la estructura maquinal, se resuelve —no podía ser de otra manera— por las vías del amor. La emoción por encima del racionalismo vacuo y determinista. Paula Ruiz y Alejandro Pastor ofrecen el punto justo de sensualidad y de cariño para conseguir una deriva en esta historia que consigue remontar las carencias antes expuestas. El resto de actores se conjunta excelentemente en su cometido coral gracias a la pertinente labor coreográfica establecida por Jordi Vilaseca. Tanto Salvador Bosch, en su estupefacción, como el encanto de Alba Loureiro (ambos tuvieron mucho más protagonismo en la obra anterior de la compañía). Y, finalmente, Ricardo Lacámara que, micrófono en ristre —recurso que se vuelve innecesario y molesto en otros personajes—, interpreta al propio Señor Smith; y aunque estuvo algo dubitativo en varios instantes, su presencia genera un contrapunto magnífico frente a los demás. En conclusión, creo que el público puede sentir una confortable ternura que lo atrapará más que el devenir robótico de gran parte del espectáculo. No deja de ser un clásico relato romántico, donde el amor prevalece frente a esa insensata «victoria» del humano contra la parca.
Dramaturgia: Javier Hernando Herráez
Dirección: Pedro Casas
Intérpretes: Andrés Acebedo, Isabel Alguacil, Salvador Bosch, Ricardo Lacámara, Alba Loureiro, Verónica Moreno, Alejandro Pastor, Paula Ruiz y Sergio Torres
Escenografía y vestuario: María Iciz
Diseño iluminación: Pablo Garnacho
Asesoría de movimiento: Jordi Vilaseca
Espacio sonoro: Salvador Bosch
Diseño cartel y marketing: Álvaro Espinosa
Producción y distribución: Cía. del Sr. Smith
Sala Cuarta Pared (Madrid)
Hasta el 25 de noviembre de 2017
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “La noche del Sr. Smith”