Una comedia burguesa sobre la amistad en nuestro mundo estetizado, dirigida por Miguel del Arco

Arte no va de arte, y es una pena que una obra teatral, aunque sea mediante la comedia no profundice sobre este hecho tan muerto como Dios (Arthur C. Danto dixit); sino de amistad. ¿Qué más da el cuadro blanco, absolutamente blanco, que se ha comprado Sergio? Ahí tenemos la pintura Blanco sobre blanco de Malevich de su serie de 1918. Sencillamente es llevarlo un poco más al extremo. Lo que quiero decir es que la discusión que ocupa gran parte del texto tiene como causante la envidia («Que Sergio se haya comprado ese cuadro me supera, me inquieta, me provoca una angustia indefinida.»), la irritación que supone que un amigo nos inflame con su soberbia, con su aparente saber, con su nueva adquisición: un coche, un chalé, un reloj; o con su nuevo viaje —siempre más lejos, más exótico, más inalcanzable. Por eso Marcos se parte de risa cuando sabe que aquella tela pulquérrima ha costado treinta mil del ala, porque está seguro de aquello no es arte, está plenamente convencido. El público se carcajea. ¿Y por qué es arte la Capilla Sixtina con esos tipos musculosos? ¿Y por qué es arte una ruina como el Partenón? ¿Seguiríamos pensando lo mismo si recuperara su aspecto original en rojo y azul? ¿Merece el esfuerzo hacer cola para ver un mural con objetos «mal pintados» llamado Guernica? ¿Es Arte una obra de arte? La obra de Yasmina Reza, más allá de sus posibles intenciones, trata sobre el cuñadismo. Ninguno de los tres protagonistas sabe expresar epistemológicamente si aquella compra debe tomarse en serio; pero los tres opinan y lo hacen con suficiencia. «¡¿Has pagado treinta mil euros por esta mierda?!». «Cuando se dice que tal cosa es una mierda, es que se tiene un criterio de valor para apreciar esa cosa», comenta Cristóbal Suárez con frescura y refinamiento. Ahí quedará la cosa, ya depende de nosotros. Resulta muy interesante comprobar cómo alguien tan tajante en términos de «crítica artística», alivie sus nervios con homeopatía. Un detalle inteligentísimo que nos perfila excelentemente el carácter de Marcos, a quien Roberto Enríquez aporta esa moderada tensión con sabiduría. Porque Miguel del Arco ha manejado con pericia los niveles y los tonos para que el tercero de los amigos, Iván, rompa la disputa rebosando el tema. Él es Jorge Usón, un tío bonachón, aquiescente y que cumple con el estereotipo de hombre común, alejado de los esnobismos de sus compadres. Gracias a su pundonor y, fundamentalmente, a la escena en la que su vida personal arrasa con cualquier disquisición estética: «Superdramático, problema insoluble, dramático, las dos consuegras quieren figurar en la participación de boda…»; una parrafada descacharrante en la que Usón está inmenso, inconmensurable, también favorecido por los matices que le había dado con anterioridad a su personaje, con su postura, con su actitud. En ese punto uno se da cuenta de que son tres historias donde los tres se miran al ombligo. Lo único que desean —como casi todo el mundo— es la aceptación de los otros, sin cuestionamiento. Así, Arte funciona como un engranaje perfecto, medido, anclado en la poética neoclásica de Beaumarchais y Marivaux (El juego del amor y del azar), que por estos lares hemos conocido sobre todo, por la obsesión de Flotats, quien también se ocupó de adaptar al español esta obra que nos compete y con la que tuvo un enorme éxito allá 1998. Ya sabemos que estas comedias, tan reglamentadas (tres pisos, tres amigos, un equilibrio total de los apartes de cada uno de ellos), marcadas por la campana de un ring de boxeo, con una contextualización que permiten llevar lo concreto (la acción puede ocurrir en muchas capitales europeas o mundiales) a lo universal, suelen pecar, o bien de moralistas (fijémonos en Serlo o no, de Jean-Claude Grumberg) o, como en este caso (o en Un dios salvaje, de la propia autora), de reduccionistas, por no decir falaces. Al fin y al cabo, la dramaturga se retira antes de la sangre con su pretendida equidistancia, como si quisiera darle a cada espectador un surtido de respuestas en absoluto angustiantes; pero sin haber aplicado las preguntas verdaderamente pertinentes. Termina por ser un juego de niños, de hombrecitos compitiendo por ser el número uno de la banda. Por eso resulta irónico que Sergio le recomiende leer a Séneca a su amigo Marcos, nada más y nada menos que Sobre la felicidad. Yasmina Reza encaja en el prototipo de francesa altiva que con su comedia burguesa aspira a encerrarnos en su artilugio de divertimento onanista. Acudir al teatro aún posee esa aura cultureta. La factura del espectáculo es coherente con los planteamientos originales; el minimalismo necesario para que el cuadro blanco habite con satisfacción. Alessio Meloni se encarga de la escenografía y nos entrega en el fondo las pinturas que cada uno posee en su casa y que tanto determinan su personalidad. Lo que no entiendo es por qué no se ha utilizado el mismo vestuario que los actores portan en el programa de mano, cuando estéticamente cumplirían mucho mejor con esa igualdad de la diferencia. Lo que llevan en escena es demasiado evidente. Por lo demás, el equipo habitual de Kamikaze resuelve estupendamente, ya sea en la iluminación cuidada de Pau Fullana y en la música pertinente de Arnau Vilà. Sí, Arte mantiene su atractivo y el público va a disfrutar; y si alguien ha quedado a disgusto, puede ir a meditar a la Rothko Chapel.
Autora: Yasmina Reza
Director: Miguel del Arco
Traducción: Fernando Gómez Grande y Rodolf Sirera
Reparto: Roberto Enríquez, Cristóbal Suárez y Jorge Usón
Dirección de producción: Jordi Buxó y Aitor Tejada
Producción ejecutiva: Pablo Ramos Escola
Escenografía y vestuario: Alessio Meloni
Iluminación: Pau Fullana
Diseño de sonido: Sandra Vicente (Studio 340)
Música: Arnau Vilà
Fotografía: Vanessa Rábade
Diseño gráfico: Patricia Portela
Realización de escenografía: Mambo Decorados
Ayudante de dirección: Gabriel Fuentes
Producción: El Pavón Teatro Kamikaze
El Pavón Teatro Kamikaze (Madrid)
Hasta el 30 de julio de 2017
Calificación: ♦♦♦
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