Bella figura

El Teatro Nacional São João produce este montaje a partir del texto firmado por Yasmina Reza en el que vuelve a diseminar las cuitas de la clase media

No decir ya nada y empeñarse en caer una y otra vez en la misma cuestión es un camino que me resulta tan tedioso como la vida de esos individuos que deambulan por su burguesía fracasada. La redundancia en los diálogos con los que Yasmina Reza nos interpela en Bella figura llegan a ser exasperantes. Qué arranque, qué seudodesarrollo circular de unos tipos que no nos aportan nada. Cabreos tontorrones de amantes que no entienden su papel subalterno y encuentros fortuitos con una pareja y la madre de él para establecer la consabida suspicacia en las comparativas. Nada original, ni tampoco gracioso como, al menos, ocurría con los grandes éxitos de la dramaturga: Un dios salvaje o Arte (esta última más inteligente que la primera, pues aquella se parece más a esta que nos compete). Al principio, contamos con Boris, un João Melo que nos surte con displicencia de hombre a punto de arruinarse; pero que aún sostiene cierto hálito vital que lo lleva a reunirse con su querida. El personaje de Andrea (ya lo dice su etimología) parece contener una energía más lúcida y espontánea ―también es cierto que trabaja como manceba en una farmacia que le pone a mano drogas de lo más variadas―; propia de alguien que va de menos a más, que no necesita aparentar tanto porque pertenece a esa «masa mediocre» que se contenta con lo que posee, una vez tiene garantizada la supervivencia. Maria Leite acoge su papel con gran frescura y pundonor, y es uno de los elementos discordantes. Es indudable que para el resto puede tener un aire de fulana, por su vestimenta, por su ligereza en las formas; y aunque sea simbólicamente sí que juega con esa postura. La necesidad de «venderse» un poco si se quiere salir de los barrios del extrarradio donde vive. Pero ahora resulta que se encuentra saliendo con un tío que empieza a flaquear, pues su empresa se va a pique debido a que ha cometido un grave error en la construcción de unas terrazas (o marquesinas) que le han encargado. La acción o el conflicto comienza cuando se topan con François, una amiga de la infancia de la esposa de Boris. Margarida Carvalho le impone un rictus de cabreo y malquerencia a esta mujer arrastrada por las circunstancias y expuesta, después, a unos celos que dan buena cuenta de la decadencia en su propia relación. Viene acompañando a Èric, alguien que parece saber de contabilidad y que, además, tiene contactos. Una persona positiva y echada para adelante que Afonso Santos encarna con un tono de cierto cinismo, como si se viera en la tesitura de destacar ante unos desconocidos que claramente inferiores a él. Que se dedique al alquiler de helicópteros, implica una rareza suficientemente atractiva. La intención de este es celebrar el cumpleaños de su madre. La señora es una anciana cargada de achaques y que nos propicia algunos momentos cómicos, aunque no terminan de ser desbordantes. Ana Brandão acomete su personaje con una vetusta ingenuidad que rompe con las convenciones y que le lleva a perder el cuidado a la hora de sopesar las diversas envidias. Por eso, entabla buena sintonía con Andrea, devenida consejera en farmacopea y dealer improvisada. Las raciones de ansiolíticos que salen del bolso de la joven, mangados seguramente de la farmacia, suavizan la tristeza y el decaimiento para atisbar el nuevo día. Debemos imaginarnos que toda la función transcurre en un restaurante y en el parking exterior, donde, por cierto, se ubica una charca con ranas que croan sin parar, como si anunciaran una batracomiomaquia. Porque la escenografía de F Ribeiro es de lo más simple, pues apenas ha situado cuatro sillas y un ordenador portátil en el suelo del que suena ―como una cortinilla entre embate y embate― el tema de los Rolling Stones, «You can’t always get what you want», que es una declaración de intenciones. Otra cuestión es el muro de focos que decoran el fondo del escenario y que cuando fulgen arrasan la vista del espectador como si asistiera a un ensayo nuclear o a una explosión solar. Únicamente al final de la función, tras una hora de idas y de venidas con diálogos que redundan en los efectos del quiero y no puedo, y de la cotidianidad amargante en una ciudad de provincias francesa, parece que la droga hace su efecto y el alcohol, más que soltar la lengua, despoja súbitamente a sus personajes de todo posible ropaje hasta el despelote, sin mediar lubricidad. Un acto de sinceridad, de desvelamiento de esa mascarada que es el vivir. No obstante, es una disposición que se antoja excesiva para una cena donde los protagonistas escasamente generan un conflicto agónico. Y es que la estupidez de los aspirantes a clase media (real) es una pesadez, no solo para ellos, sino para todos los que se empeñan en auscultarla, seguramente para consolarse en su propia melancolía. El mal de muchos…, ya se sabe. Gente que carece de interés favorece una obra de la que no se pueden extraer más interpretaciones que las consabidas. Si Bella figura, en la propuesta de Nuno Cardoso, posee algún atractivo es por el trabajo de los actores, pues su entrega consigue extraer mucho más de lo que el texto contiene.

Bella figura

Autora: Yasmina Reza

Dirección: Nuno Cardoso

Traducción: Alexandra Moreira da Silva

Reparto: Ana Brandão, Afonso Santos, João Melo, Maria Leite y Margarida Carvalho

Asistencia de dirección y movimiento: Mafalda Lencastre

Escenografía: F Ribeiro

Diseño de iluminación: José Álvaro Correia

Styling: Nelson Vieira

Música: Pedro Lima

Traducción para subtítulos: Ainhoa Rayo

Producción: Teatro Nacional São João

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 3 de noviembre de 2019

Calificación: ♦♦

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