Un fraude paralímpico se muestra como crónica ejemplar de nuestras miserias patrias

El Club Caníbal continúa sus andanzas por nuestro carpetovetónico lema: «Esto solo pasa en España», tan propio de la tradición picaresca. Esta segunda parte de sus Crónicas ibéricas mantiene la estética rancia de su anterior trabajo, Desde aquí veo sucia la plaza, que marcó una dirección y un estilo humorísticos a tener en consideración. La dificultad para mantener el nivel y garantizar las expectativas ha sido máxima. Esta vez, con Herederos del ocaso, partían de aquel bochornoso fraude ocurrido en los Juegos Paralímpicos de Sidney 2000, cuando diez de los doce jugadores del equipo de baloncesto no presentaban ningún grado de discapacidad y fueron descubiertos después de que se alzaran con el oro. Es considerado uno de los mayores engaños del deporte mundial. En la función, manteniendo esa historia levemente en paralelo, se lo montan de forma parecida con el tenis de mesa. Un esperpento que redunda en las deformaciones y en lo caricaturesco, donde una fundación dirigida por un bastardo del Rey Juan Carlos, Leandro, el cuadragésimo quinto en la línea de sucesión, prepara el cambalache junto al presidente de la federación. Hay que ganar el oro para que llegue el dinerito. Volvemos, de nuevo, a una estructura que parte de lo patrio, incluso de lo local, y que avanza hasta escapar de nuestras fronteras —Australia, nada menos— para demostrar que a listillos no nos gana nadie, hasta que nos pillan. Antes de adentrarnos en todas las bondades de la función, vamos a detenernos en esos ajustes que parece que necesita el montaje. Por una parte, las dimensiones con las que aceptan jugar resultan válidas en varios momentos del espectáculo, como las propias partidas de tenis, pero ralentiza mucho la circunstancia de que los tres actores se tengan que cambiar tantas veces de ropa y en unas distancias algo excesivas (un par de burros con prendas se disponen al fondo); o que deban recorrer con torpeza o con un silla de ruedas un recorrido que frena el ritmo que se requiere (ya veremos durante la temporada en qué teatro se alojan y a qué proporciones se tienen que ajustar). De aquí también se debe deducir que la duración es excesiva (el prólogo se extiende más de lo necesario y, después, le cuesta algo llegar al meollo, cuando verdaderamente discurren sus diálogos). Estoy seguro de que con el tiempo la cadencia aumentará y la obra fluirá con suficiente agilidad. De lo que no puede haber pega es de la entrega, a veces insensata, de los tres individuos que se metamorfosean en todo tipo de personajes, sin distinguir entre clase, sexo y condición. A diferencia del anterior episodio, en esta, inicialmente Font García y, luego, Juan Vinuesa, se quedan con algunos de los momentos álgidos del espectáculo. El primero, como presidente de la federación, retuerce el rol hasta lo grotesco y nos lleva hasta el desparrame con su historia del café en Japón; luego, en otros personajes se adentra en lo asqueroso y lo soez con un regusto provocador. El segundo, Vinuesa, se lanza sin red hacia el patetismo, se despelota hasta la ridiculez, explota su vis cómica en una actuación musical que es la pura parodia de lo políticamente correcto (máxime cuando se pasan toda la obra diciendo «subnormal», entre otras lindezas sobre los minusválidos. Si el teatro tuviera más repercusión, hoy, quizás, le darían un toque). Pero, sobre todo, es Juan Alegría, el auténtico protagonista, el que se ha de pasar por «especial», todo un campeón de Castilla-La Mancha en ping-pong (perdón, tenis de mesa). Encarna a la perfección ese punto intermedio entre el hombre raro, alguien que se quiere autoafirmar desde la decadencia vital y alguien que podría llegar a dar el pego si pone cara de pasmado con la boca «abierta». Ambos actores parecen alentados por el espíritu sobado del Señor Barragán o por la comicidad absurda de Pedro Reyes. Por otra parte, el tercero en discordia, es Vito Sanz, que se mete en el papel del bastardo, un individuo algo marcado y un tanto redundante, me gusta mucho más cuando interpreta al médico fraudulento o a uno de los jugadores discapacitados, con ellos le funcionan bastante mejor sus gestos tan particulares y tan expresivos, y, fundamentalmente, la ironía. Seguramente a Herederos del ocaso le falte redondear e, incluso, potenciar a algunos de esos personajes secundarios como la mujer de Juan, para acentuar ciertas subtramas e hilar con el resto. Chiqui Carabante, el director, a pesar de lo afirmado, ha logrado que en muchas fases de la muestra el público se adentre con verdadero disfrute en el retorcimiento surrealista y psicotrópico al que se va llegando. Además, ha vuelto a contar con un equipo técnico que lo ha proveído de una iluminación diseñada por Nerea Castresana, que ha marcado muy bien los diferentes focos de interés, de una escenografía en la que Walter Arias se ha recreado con los elementos más cutres posibles (sobre todo unos magníficos y útiles interfonos), a los que se ha sumado el vestuario de Salvador Carabante, una exploración vintage-castiza. Por supuesto, acompañando desde el primer instante a los tres intérpretes, Pablo Peña se ha encargado de colorear con sus musiquitas, himnos, sonidillos y hasta ruidos ensordecedores cada una de las astracanadas de sus compañeros. Alto nivel humorístico para esta segunda entrega. Afortunadamente, desde la ficción, se han atrevido a utilizar un lenguaje irreverente y hasta irrespetuoso con el que este tipo de texto debe trabajar (en estos tiempos de censura por ambos lados, se agradece), más la sorna con la que es caricaturizada la familia real. Es cierto que aún le falta mayor cohesión en las diferentes piezas, pero el entramado está listo para convertirse en otra de las citas ineludibles de la próxima temporada.
A cargo de Club Caníbal
Dirección: Chiqui Carabante
Intérpretes: Font García, Vito Sanz y Juan Vinuesa
Iluminación: Nerea Castresana
Escenografía: Walter Arias
Vestuario: Salvador Carabante
Música: Pablo Peña
Asistente de producción: Silvia Rey
Producción: Club Caníbal
Naves del Español – Matadero (Madrid)
Hasta el 2 de julio de 2016
Calificación: ♦♦♦
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