Ester Bellver se pone al frente de esta crítica a los nuevos héroes de la sociedad de consumo firmada por el filósofo Agustín García Calvo

La vida deviene paradoja cuando menos te lo esperas y en la misma tarde que asisto a Pasión (Farsa trágica). Iker Casillas, otrora héroe nacional, besuqueador patrio que sujetó en sus manos la copa dorada de campeones del mundo sufre un infarto. En escena, Enrique (recordemos su etimología germánica como ‘jefe de la patria’) aspira a conseguir el «gallo de oro», cuando ascienda la cucaña de la manera más rápida y elegante aprovechándose de sus técnicas animales. En él se focalizan las ilusiones simbólicas del pueblo. Él es el fetiche del orgullo de una sociedad. El deportista como nuevo Aquiles o Hércules, tótem de la fortaleza y el honor de una masa que carece de proyecto vital personal. El aire de farsa enseguida nos remite a lo valleinclanesco y al guiñol lorquiano. La esperpentización de los personajes-tipo, esas figuras bajo el foco expresionista y con el reflejo del público en un espejo deformador de rostros y de cuerpos. Cariz algo infantil. Y propulsión didáctica con cercanía rural, como cuadro viviente de marionetas. Da la impresión de que la cuestión y el argumento no permiten ocupar hora y media; y uno tiende a pensar en una posible pieza ―mucho más breve―, de un retablo. Podemos relacionar esta obra por su tratamiento y por una serie de elementos satíricos y humorísticos, con el trabajo que lleva realizando en los últimos años el Club Caníbal, fundamentalmente con Herederos del ocaso. Para cualquiera que conozca en cierta medida al ¿autor? (siempre un interrogante para él), sabrá que se mueve filosóficamente en la corriente ácrata del anarquismo, muy crítico con el Capital y con el dios Dinero. Agustín García Calvo (1926-2012), uno de los escritores más peculiares que ha dado este país, grandísimo lingüista (experto en lenguas clásicas, gran traductor de la Ilíada o de los sonetos de Shakespeare), filósofo, poeta y dramaturgo; construye en Pasión (Farsa trágica) ―haciendo valer las diversas acepciones del término―, una especie de Vía Crucis (como zamorano sabía bien lo que significaba la Semana de Pasión). Inicialmente, la presencia de la policía en el sentido más represor del Estado, como unos centuriones que sospechan de ese ungido desastrado, y nos sitúan ante la evidencia del poder. José Troncoso encarna al protagonista y adopta una posición repleta de ambigüedad. Por un lado, demuestra suficiencia de atleta que cumple disciplinariamente con su entrenamiento, con su deber; por otro lado, se deja tentar por la sicalíptica Fulana (en clara similitud con María Magdalena, que Charo Gallego acoge con folclorismo y chulería callejera); cuando este mantiene una relación seria con la tierna y, algo pacata, Marialba, una Rosa Herrera muñequizada y tímida. Además, al héroe se le observa taciturno, como si barruntara el terrible desenlace. Subir la cucaña, como una escalera de Jacob, es la metáfora sobre ese Elegido que puede llegar al Cielo o convertirse en un ángel caído. Lidia Otón toma el papel de la madre, tan grotesca como limitada en las ambiciones, se desenvuelve con gran desparpajo, se resignifica en la Pietà ante ese gran palo ensebado. Junto a ella vive el primo, Yoni, a quien Asier Tartás lo bosqueja con el tópico del lector despistado, inmerso en las fantasías de sus libros (por sus ropajes, esa camisa sobre camisa nos podría recordar al propio autor, raro también en sus pintas). Por otra parte, contamos con un dúo de ministros, un par de bufones, si se quiere, que aprovechan la coyuntura, para salirse de la cuarta pared e insistir metateatralmente en el hecho de la verdad y de la ficción; aunque de una manera algo tosca, sin alcanzar su cometido más que de generar una ruptura inconsecuente. José Luis Sendarrubias extrema el ramalazo en su personaje para darle la réplica a su compadre, un patillero y firme Daniel Moreno quien, en ciertos momentos, toma la batuta del espectáculo. Finalmente, Felipe García Vélez se enmascara en el Padre del pueblo para ser el estrafalario dictador de ese espíritu que se ha de materializar en ese genuino y telúrico ritual. Todo el elenco recita sus parlamentos con ese verso (distintas estructuras de la versificación griega) que a nuestro oído funciona perfectamente, pues recalca muy bien las diferentes ironías y juegos de palabras. Pablo Menor Palomo es el encargado de la escenografía y así ha situado el planteamiento en el punto intermedio entre el círculo de acción ficcional y los alrededores como una sala de ensayo o camerino donde se van cambiando o, incluso, se elaboran parte de los sonidos que puntualizan las escenas. Espejo al fondo, cucaña en el medio. Más interesante es el vestuario que lo tiene a él también de responsable. Indumentarias carnavalescas, maquillajes circenses e impostaciones diversas para que lo grotesco se acomode a la atmósfera de la hipérbole. Desde luego, hay que felicitar a Ester Bellver por su empeño a la hora de llevar esta obra a escena y de incidir en la importancia de A. G. C.; no obstante, creo que es necesario reconocer que el montaje parece un poco anticuado, tanto en su apariencia como en su denuncia. En la primera aseveración, porque hace referencia a una forma de teatro bastante artesanal; y en el segundo aspecto, puesto la filosofía de las últimas décadas ―pensemos en Guy Debord o en Lipovetsky―, lleva tiempo criticando la sociedad de consumo y sus nuevos adalides, desde una perspectiva más sofisticada. Es decir, el asunto es más complejo que en esta alegoría. Además de ello, el ritmo podría ser más elevado, ya que le falta carga cómica dentro de la farsa. A pesar de esto, lógicamente es una propuesta, en su conjunto, valiosa e inteligente.
Texto: ¿Agustín García Calvo?
Dirección: Ester Bellver
Reparto: Charo Gallego, Felipe Garcia Vélez, Rosa Herrera, Daniel Moreno, Lidia Otón, José Luis Sendarrubias, Asier Tartás Landera y José Troncoso
Escenografía y vestuario: Pablo Menor Palomo
Iluminación: Jesús Almendro (AAI)
Música: Pablo Cediel
Asesor de verso: Roberto García Tomé
Ayudante de dirección: Laura Velman
Fotografía: marcosGpunto
Diseño de cartel: Javier Jaén
Agradecimientos: Laurence Aliganga y Nacho Limpoy
Producción: Centro Dramático Nacional
Un proyecto de investigación dramatúrgica del Laboratorio Rivas Cherif
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 5 de mayo de 2019
Calificación: ♦♦♦
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