Silvia Marsó comanda una función desvitalizada sobre la obra de Tennessee Williams
Es la historia de Tennessee Williams, narrada por su álter ego, Tom Wingfield. Fue escribiendo la obra durante los años treinta y la terminó en 1944. El dramaturgo había regresado a su hogar cuando poco antes a su hermana Rose le habían practicado una lobotomía. Bajo esa tristeza (el escritor la consideraba su obra más triste) terminó El zoo de cristal y alcanzó el éxito. Apenas cuatro personajes trenzan el melodrama. Al principio, Tom, encarnado por Alejandro Arestegui, nos presenta en un breve discurso el marco en el que va a transcurrir el relato. De la misma forma, cierra la obra en un monólogo emotivo que gana en fuerza interpretativa. De hecho, Arestegui, sobre todo cuando está enfurecido debido a su frustración por no conseguir cumplir con sus sueños, logra los mejores momentos. Junto a él, Silvia Marsó, la madre, Amanda, en un papel que mezcla desesperación y vitalidad (no duda en animar a su hijo a que se levante para conquistar el mundo, aunque sea trabajando en una zapatería), demuestra que es una actriz capaz de matizar su personaje con gran seguridad escénica. Funciona el enfrentamiento entre la madre y el hijo. Ahí se vislumbran las fuerzas antagónicas que desencadenan el meollo del texto. Tom quiere volar, quiere dar alas a su imaginación, a su creatividad, quiere ver y crear un mundo que no está en el San Luis de los años 30 en plena depresión. Mientras, Amanda, abandonada por su marido, busca desesperadamente un novio para su hija, una pobre cojita, tímida, a la que da vida Pilar Gil. El ilusorio pretendiente, un muchacho al que, curiosamente, se hace referencia durante una conversación entre la madre y la muchacha y que, curiosamente también, es compañero de trabajo en la zapatería donde trabaja Tom. Este joven, interpretado por Carlos García Cortázar, asiste a cenar a casa de los Wingfield sin saber lo que le espera. Allí se topa con Laura, que apenas puede disimular su vergüenza, al encontrarse con aquel chico del que se enamoró en el instituto. Juntos protagonizan una de las escenas más largas y que debería poseer una intensidad inversamente proporcional a la coincidencia tan increíble que el señor Tennessee Williams nos ha preparado. Pero no es el caso. Las frases se sueltan de una en una y los silencios ralentizan de forma antinatural la catarsis de una joven anclada a su frágil zoo de cristal. Quizás el problema de esta obra tan representada estribe en que el fondo es mucho más profundo que la superficie que se expone; y que para elevar ese fondo se necesita una cohesión dramática inapelable.
El zoo de cristal
Autor: Tennessee Williams
Dirección: Francisco Vidal
Adaptación: Eduardo Galán
Reparto: Silvia Marsó, Carlos García Cortázar, Alejandro Arestegui y Pilar Gil.
Escenografía: Andrea D’Odorico
Iluminación: Nicolás Fischtel
Vestuario: Cristina Martínez
Sonido: Tuti Fernández
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 30 de noviembre de 2014
Calificación: ♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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Un comentario en “El zoo de cristal”