El director italiano, Marco Carniti, nos ofrece una comedia shakesperiana repleta de canciones, sustentada por un elenco de altura
Al principio, cuando aparece una jaula para luchadores, ante un gigantesco Rothko, todo es poder, energía y hasta sobriedad escénica. También desde el principio, Beatriz Argüello, la grandísima protagonista, la excepcional y versátil actriz de la que disfrutamos hace unos meses en Kafka enamorado, se predispone a comandar, a dirigir el cotarro, a verbalizar cada estrofa de Shakespeare como si ella misma estuviera improvisando en estado de gracia. Luego, cuando desparecen las jaulas y comienzan los cánticos con el estilo propio de los musicales, con su batería, con su órgano, con su base electrónica, con el gorgorito retumbando por todo el Valle-Inclán, entonces, uno debe contradecir a su director porque no se puede considerar una «comedia con música para actores» a una sucesión casi constante de cancioncillas a lo Moulin Rouge que, excepto algunas interpretaciones a coro como ocurre al final, creo que se debe estar entrenado para apreciarlo en su justa medida. Otra cuestión que, a medida que transcurre la obra, no resulta coherente es la escenografía y el vestuario. Pasamos de una serie de elementos como láminas blancas verticales que llenan el escenario para representar el bosque de Arden o unas chaises longues minimalistas que funcionan elegantemente, a unos atavíos como de una secta extraterrestre del bosque; un punto kitsch que se agarra a la escena hasta el término. A pesar de todo, encontramos durante la función (casi tres horas) momentos de pura teatralidad, por ejemplo, al finalizar la primera parte, se unen varios elementos que compactan extraordinariamente: un breve monólogo filosófico de Edu Soto, sin música, en el máximo silencio, con una blancura que inunda todo el escenario con gran sencillez, maravilloso. Ese personaje ascético y misterioso es Jacques: «¡El mundo es un gran escenario y simples comediantes los hombres y mujeres! Y tienen marcados los mutis y las apariciones…». Con él, Shakespeare eleva el tono de una comedia que vaga por los cauces del canon. En verdad, los que disfrutan con los musicales estarán encantados, los que no, podrán encontrar un elenco que está muy bien dirigido, en general, sus actores ofrecen interpretaciones ágiles y, en particular, además de los dos señalados, brilla y destaca por su gracia, naturalidad y desenvoltura escénica Alberto Castrillo-Ferrer en su papel de Parragón, un personaje secundario que da muchísimo juego a la comedia y con un texto más profundo de lo que pudiera aparentar. En fin, Shakespeare, grandes actores y… música.
Autor: William Shakespeare
Traducción y versión: María Fernández Ache
Dramaturgia y dirección: Marco Carniti
Reparto: Beatriz Argüello, Carmen Barrantes, Alberto Castrillo-Ferrer, Victoria Di Pace, Roberto Enríquez, Alberto Frías, Karina Garantivá, Pedro G. de las Heras, Iván Hermes, Carlos Jiménez-Alfaro, Pedro Miguel Martínez, Manu Mencía Calvo, Sergio Reques, Verónica Ronda, Mitxel Santamarina, Edu Soto y Víctor Ullate Roche
Música: Arturo Anenecchino
Escenografía y vestuario: Elisa Sanz
Iluminación: Felipe Ramos
Vídeo: Emilio Valenzuela
Dirección musical vocal: Francesco Lori y Miguel Tubía
Letras de canciones: Alice Sforza
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 15 de junio de 2014
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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