Alfredo Sanzol presenta su último ingenio en el Valle-Inclán
Suele ocurrir que las comedias se toman por intrascendentes y se juzgan más por el divertimento que procuran que por sus engranajes ocultos. Pero los maestros, como lo fue Billy Wilder, conseguían conjugar la melancolía y la nostalgia con el escape humorístico decorado con ironía. De la misma forma, Alfredo Sanzol va construyendo con mimbres propios toda una carrera en este género. Si en sus primeras obras (Sí, pero no lo soy o Días estupendos) optó por el tejido de escenas casi independientes, casi de sketchs, de un tiempo a esta parte (Aventura!, la temporada anterior), sus textos se ofrecen abigarrados y mucho más serios; preparando la conflagración. En La calma mágica —tras un preludio musical absolutamente sugeridor de las comedias y teleseries anglosajonas de larga tradición—, partimos de una entrevista de trabajo y de unas setas alucinógenas que el entrevistado traga sin muchas contemplaciones, como si tal ofrecimiento fuera casi lo que necesitaba. A partir de ahí, el discurrir enteógeno, inspirado, no por un dios, si no por su padre fallecido, lo lanza a una experiencia que parte de la insignificante grabación de un vídeo en el que él mismo sale durmiendo para, bastante después, terminar en Kenia, tras haber luchado con su némesis, un empresario sin demasiados escrúpulos. En pleno ascenso onírico, los símbolos se suceden, ocultos, en la concatenación de situaciones cómicas y extrañas, trufadas de tópicos de nuestra modernidad como el ecologismo, la defensa de los animales, la transgresión de nuestra intimidad, los miedos a la vida adulta y el turismo de advenedizos. Entre la simbología más evidente, un elefante rosa, el Ganesha hindú, cuerpo de hombre, cabeza de paquidermo, ahuyentador de obstáculos. Sigue leyendo →