Hacer noche

Bárbara Bañuelos continúa su andadura por el teatro performativo y autoficcional para descubrirse a través de un paciente con diagnóstico siquiátrico

Hacer noche - FotoBárbara Bañuelos (aka Bárbara Fournier) nos convoca de nuevo para seguir hablando de ella desde el sentido de culpa propio de una pecadora posmoderna. Una continuación de su Mi padre no era un famoso escritor ruso tomando como «chivo expiatorio» a un tipo que podría ser bastante sugerente, como uno de esos individuos tan invisibles y marginales que nos rozan a diario o que hormiguean en la ciudad con nocturnidad, pero sin alevosía. No obstante, insisto en que aquí hemos venido a hablar otra vez de Bárbara Bañuelos. Es lo que ocurre cuando se traslada a la escena esa pantomima televisiva donde las entrevistas, en pos de la amabilidad que tanto requerimos para las estrellas y los famosos, se trasforman en «conversaciones». Por eso, Risto Mejide, Mercedes Milá, Pablo Motos o Sánchez Dragó llevan decenios autoentrevistándose a través de otros. Ya saben, para darle confianza al protagonista, el entrevistador cuenta algo de su vida. En Hacer noche, la artista nos vuelve a dar pinceladas de su vida con ese candor dubitativo repleto de bonhomía que la caracteriza.

Se encuadra este espectáculo en esa deriva posdramática donde lo teatral se reduce a la mínima expresión y lo documental, lo autoficcional, lo periodístico, lo corriente y lo «imperiosamente verdadero» se conjugan entre sí para ofrecernos unos fragmentos del diario de Carles Albert Gasulla y varios bloques de charlas trasladadas aquí de la manera más íntima posible. Ni más, ni menos. O bueno, sí, se dan varios gestos simbólicos al descomponer la escueta escenografía, en la deconstrucción vital que se pretende ofrecer. Véase: descolgar unos fluorescentes y «derruir» unas columnas de tela. Debemos imaginar que estamos en un parking. Y tengo que reconocer que la disposición de los elementos nos mete de lleno en su charla. Puede parecer nimio; aunque sí se logra una atmósfera tan suficiente como propicia. Porque los espectadores ocupamos circular y desordenadamente el escenario del Conde Duque sentados en sillas de pinza rodeando a los intervinientes, quienes van cambiando de lugar en cada episodio. Esta intención mínima es una característica del teatro de Bañuelos que, en cierta medida, también hallamos en otros de parecido estilo, como Pablo Fidalgo.

Por eso lo importante —si es que hay algo importante— debe darse, no tanto en lo escuchado, sino en los conceptos que se intentan entreverar para, a su vez, propiciar una conceptualización performativa. Es decir, alcanzar la catarsis personal, la purificación, a través del propio tratamiento de ciertos temas íntimos que surgen en la sincera confesión. Es, en sí, una confesión para purgar. Y esto lo sostengo porque, verán ustedes, qué se puede afirmar de un montaje donde lo que más suena y resuena es algo así como «esto es ejercer violencia contra los cuerpos». Ya saben, lenguaje foucaultiano. Y lo mismo vale para la violencia directa, que para la «violencia» por «colonización» del espacio o del país, o violencia a través de la precarización, o violencia por patologizar a priori cualquier trastorno mental, o violencia, también, por no desear sexualmente a un esquizofrénico. Detengámonos un momento en este punto. ¿Qué clase de moral se maneja aquí si la propia dramaturga se siente mal ya que al rozarse (un pelín brazo) un día con su compañero Carles tuvo un efluvio erótico, pero internamente lo repudió puesto que consideró que no podría tener nada sexual con él por ser como es? Este cuestionamiento, amigos, es «ejercer violencia contra el cuerpo».

Si vamos a otros meollos, me cunden las sospechas. Por un lado, pienso que Bárbara está en pos de la beatificación. Ella es una «privilegiada», porque puede dedicarse artísticamente a lo que anhela, ya que, en el fondo, podría recurrir a una familia bien avenida que podría sustentarla. Esto de que ahora ser una privilegiada sea estar un poco mejor que otros es de un retorcimiento bárbaro, que lleva a muchos bien pensantes a pedir perdón por haber nacido con piernas y brazos; si ya son blancos, ya ni te cuento. Por eso, debemos dar la palabra a Carles. De él escuchamos un diario bastante anodino (pero que merece ser escuchado, ya que es testimonio de lo que implican tantos empleos alienantes), donde nos habla de sus días en el trabajo y sus anécdotas con algunos de sus compañeros. Luego, van llegando las conversaciones. Inicialmente, me pregunto: ¿Hubiera elegido Bárbara Bañuelos a otro enfermo mental si este no tuviera una amplia cultura como Carles? Porque, claro, suena muy erudito esto de charlar sobre las guerras, las colonizaciones, los trabajos de «mierda», la eugenesia (retorciendo, eso sí, a Darwin con tópicos sobrepasados), la siquiatría como medicina en pañales, los antidepresivos, los abusos laborales, el aburrimiento en el parking donde trabaja cuarenta horas a la semana por seiscientos pavos. Reconozco que son cuestiones de interés intelectual y que me parecen más sugerentes que las vaguedades habituales de tantas obras de teatro contemporáneas. Aunque, claro, con Carles no hay debate, sino opinión más o menos fundamentada, pero que se podría contraponer a otras visiones que fácilmente a uno le surgen. Al montaje se le da sustento intelectual trayendo a colación nombres como Frantz Fanon, David Graeber, Donna Haraway, Foucault y, sobre todo, a Louis-Ferdinand Céline, el novelista maldito (filonazi). Y es que la novela Viaje al fin de la noche, además de ser la novela favorita de Carles, viene muy a cuento por el relato; no obstante, se desaprovecha totalmente su estética sucia y malvada y, sobre todo, ese acercamiento a la realidad difuso, precisamente aquel que es tan propio de aquellos que tienen alterados sus estados de conciencia por alguna enfermedad mental.

Nuestro protagonista es traductor, ha trabajado de intérprete para la policía, le hubiera gustado hacerlo para la ONU o algún organismo por el estilo, aunque no ha tenido los contactos necesarios ni ha estado en el momento y lugar correctos. Un gran lector, alguien con curiosidad que debe ganarse la vida con un curro antihumano. Alguien con un diagnóstico indeleble sobre su estado mental, y medicado, probablemente de por vida. Alguien interesante que no se exprime más; puesto que el teatro de Bañuelos debe ser como la existencia misma y debe regresar a ella; porque debe hablarnos de sus empleos también precarios, de sus andaduras en Grecia como cooperante y de su pensamiento sobre esto y aquello. Esperémonos al siguiente episodio, quizás haya purgado sus pecados originales y ya no esté tan preocupada por «ejercer violencia en los cuerpos» o quizás no, y para el próximo espectáculo logre la santidad.

Hacer noche

Creación y dirección: Bárbara Bañuelos

Dramaturgia: Carles A. Gasulla y Bárbara Bañuelos

Vínculo narrativo, diálogo, reflexiones y cuerpo escénico: Carles A. Gasulla y Bárbara Bañuelos

Espacio escénico: Antoine Hertenberger y Marwan Zouein

Iluminación: David Picazo

Asistencia técnica y de producción: Javier Espada

Audiovisual y comunicación: Mamifero

Fotos: @unfotomatón y @marwanzouein

Compañía: Bárbara Bañuelos y Bárbara Fournier

Centro Conde Duque (Madrid)

Hasta el 21 de mayo de 2022

Calificación: ♦♦

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