Milo Rau cierra su trilogía sobre Europa con una propuesta antiteatral donde conocemos la vida de cuatro actores emigrantes
Nos encontramos ante la última parte de una trilogía sobre Europa (sus movimientos, sus ruinas, sus ciudadanos) que el dramaturgo Milo Rau lleva pergeñando en los últimos años, junto a otros proyectos de carácter político como Five Easy Pieces. Y, para empezar, debemos manifestar que la propia mecánica del espectáculo resulta agotadora y desmotivante. Uno está postrado en su butaca durante dos horas marcando la vista (¿algún polígloto en la sala?) en la barra de los subtítulos que se sostienen bajo la pantalla. Texto y más texto. Narraciones, viajes, descripciones. Y texto y más texto. El rechazo consabido del diálogo de cierto teatro postdramático acaba en el uso abusivo del monólogo (o monólogos) que funciona ajeno a otras interacciones. Los actores comparten espacio y experiencias similares; pero parecen vivir en coordenadas temporales diferentes. O, si se quiere, actúan como espectros que han sido convocados para intercalarse en sus alocuciones. Es tal el hieratismo que se impone y la imposibilidad de bajar la mirada (daría igual, pues están quietos en unas sillas), que los intérpretes se convierten en seres prescindibles una vez que su rostro recogido por una cámara es emitido a través de una pantalla (en un frío blanco y negro). No puedo afirmar tajantemente que no estuviera grabado (no lo estaba, pero también daría igual). Empire termina por ser un documental, donde las pocas imágenes que no son aquellas cabezas parlantes podrían perfectamente desaparecer y quedarse en un archivo sonoro, en un podcast que podrías escuchar mientras vas por la calle. Un antiteatro que se implosiona formalmente para devenir innecesario; porque el contexto de medios audiovisuales conectados a la red lo deja sin fuste espectacular. Los youtubers en modo confesional pre-suicidio, los reportajes de revistas dominicales con periodistas merodeando por las zonas de guerra, la población anestesiada con vídeos virales estúpidos que nos disuaden de acontecimientos catastróficos con cientos de víctimas que, a su vez, serán superados por subsiguientes eventos quizás más terroríficos. Empire son las semblanzas conmovedoras de un cuarteto; pero que en su asepsia aparente resultan bastante inofensivas. Ante nosotros la escenografía ideada por Anton Lukas: una casa de dos pisos en ruinas ―bastante desaprovechada―, que gira para mostrarnos una cocina hiperrealista con una mesa a la que se sientan los protagonistas. Es mínimo el empleo del balcón al que se sube la única mujer del elenco, que observamos, también a través de la pantalla, mientras es grabada en cámara. Ramo Ali toma asiento, es un actor nacido en 1985 en el Kusdistán sirio, que tomó la decisión de marcharse a Alemania. Su periplo para salir ―nos enseña un vídeo tomado por él a escondidas por el Tigris―; para después irnos detallando su relación con su extensa familia y con su padre, y de cómo tuvo que observar la destrucción de su país y de los suyos en la distancia. Entre medias, se van colando los demás. Como el veterano actor griego Akillas Karazisis, quien atesora una ingente filmografía, y que narra igualmente su peculiar visión de una Europa repleta de contradicciones. Otro tanto ocurre con Rami Khalaf, otro actor sirio. Finalmente, Maia Morgenstern acompaña su discurso con alguna que otra imagen de la película La mirada de Ulises, de Theo Angelopoulos, en la que ella participa (suena la música de Eleni Karaindrou). La Odisea homérica es la gran metáfora de referencia. La actriz rumana es bastante conocida por su participación en el film de Mel Gibson, La pasión de Cristo. Su viaje de migración está absolutamente determinado por la dictadura de Ceaușescu. En cierta medida, podemos relacionar esta propuesta con Clean City, el teatro-documento que situaba a cuatro migrantes (reales) describiendo sus avatares hasta convertirse en limpiadoras establecidas en Grecia. Lo real anula la ficción; aunque, en verdad, la cuestiona. El simulacro a la Baudrillard resitúa los hechos con herramientas mínimas de lo escénico. Observando Empire ―con el tedio a cuestas; a pesar de que esas vidas merezcan toda nuestra atención―, podemos reconocer que los trucajes de Orestes en Mosul, la obra del dramaturgo suizo que pudimos ver hace bien poco en los Teatros del Canal, al menos nos situaban ante fuerzas épicas repletas de contemporaneidad. Aquí cuesta encontrar más significancias aparte de lo manifestado, lo estético se subsume miserablemente para desactivar el discurso y la protesta políticas.
Concepto, texto y dirección: Milo Rau
Texto e interpretación: Ramo Ali, Akillas Karazisis, Rami Khalaf y Maia Morgenstern
Dramaturgia e investigación: Stefan Bläske, Mirjam Knapp
Escenografía y vestuario: Anton Lukas
Vídeo: Marc Stephan
Música: Eleni Karaindrou
Diseño de sonido: Jens Baudisch
Técnico: Aymrik Pech
Asistente de dirección: Anna Königshofer
Asistente de escenografía y vestuario: Sarah Hoemske
Prácticas en dirección: Laura Locher
Prácticas en dramaturgia: Marie Roth, Riccardo Raschi
Subtítulos: Mirjam Knapp (Operadora), IIPM (Traducción)
En gira: STETTING
Iluminación: Aymrik Pech, Jurgen Kolb
Vídeo y sonido: Jens Baudisch, Sebastian König
Subtítutos: Raman Khalaf
Dirección de producción: Mascha Euchner-Martinez, Eva-Karen Tittmann
Producción: IIPM – International Institute of Political Murder
En colaboración con: Zürcher Theater Spektakel, Schaubühne am Lehniner Platz Berlin y steirischer herbst festival Graz
Patrocinado por: The Governing Mayor of Berlin – Senate Chancellery – Cultural Affairs, Hauptstadtkulturfonds Berlin, Pro Helvetia y Migros-Kulturprozent
Amablemente apoyado por: R Kulturförderung Kanton St.Gallen y Schauspielhaus Graz
Naves del Matadero (Madrid)
Hasta el 18 de enero de 2020
Calificación: ♦♦
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