Medea´s Children

Milo Rau nos expone a la crueldad de una madre sobre sus hijos en este paralelo con la tragedia de Eurípides

Foto de Michiel Devijver

Milo Rau lleva años mostrándonos el horror humano sin ambages, utilizando todas las técnicas dramatúrgicas de nuestro tiempo a su servicio. Su interés no radica en mostrarnos una investigación para esclarecer los hechos. Sus montajes no pertenecen al exitoso género del true crime. Sus propuestas han recalado en España en estas últimas temporadas (Everywoman, Antigone in the Amazon,…); pero está claro que esta pieza se conecta directamente con Five Easy Pieces, puesto que en aquella empleaba infantes y, de alguna manera, por la crudeza. También se dan ciertos elementos de asimilación estética con Familie, que trataba de aquel suicidio grupal, un episodio asimismo chocante. Sigue leyendo

Vudú (3318) Blixen

La artista Angélica Liddell alcanza la hondura máxima en este ritual de amor y de muerte en una performance de más de cinco horas

Vudú (3318) Blixen - Luca del PiaNo importan ya los vericuetos que haya atravesado Angélica Liddell en su carrera más que para avisarnos de que, al contrario que muchos otros, es capaz de alcanzar la mayor cota de virtuosismo a una edad madura; aunque con desfachatez juvenil. Uno debe rendirse a ese cosmos tan complejo que elabora, desde tantas tradiciones y con tantos elementos puestos en juego, para que esta misa vudú cumpla su efecto tanto en ella como en nosotros. Sigue leyendo

Antigone in the Amazon

El clásico griego de Sófocles se imbrica con las luchas sociales de los trabajadores brasileños en este montaje de Milo Rau

Antigone in the Amazon - FotoMilo Rau es de los dramaturgos más interesantes del panorama europeo (me interesa). Estuvo en este mismo escenario del Conde Duque la temporada anterior con Familie. Vuelve a relacionar realidades contemporáneas, gravosas, con las tragedias griegas, como ya realizó con Orestes in Mosul. Creo que esta Antigone in the Amazon alcanza cotas elevadas de tensión y de activismo político. En cualquier caso, pienso que, por el momento, su montaje más insidioso sigue siendo Five Easy Pieces, por encima, también, de Empire. Sigue leyendo

Una isla

La Agrupación Señor Serrano se acoge al Chat GPT para pergeñar una perfomance desde cero en el Centro CondeDuque

Una isla - Foto de Leafhopper
Foto de Leafhopper

Partamos de una aseveración: nos hemos vuelto locos demasiado pronto con el Chat GPT (y otras IA). No dejamos de ser probadores (como así hacemos con Windows mismamente); para que la maquinita aumente las posibilidades. Muy lejos de algo que se pueda denominar inteligencia humana. Muy lejos de que integre existencialmente la pérdida física (presbicia, mutilación de extremidades, etc.), psicológica (demencia)… El aparato «vive» sin riesgo en su infinitud. Además, no incluye las auténticas derivas de la imaginación como el absurdo o el surrealismo. Sigue leyendo

Una imagen interior

El Conde de Torrefiel sigue exprimiendo su concepción de «ultraficción» en otra performance donde prima la banalidad

Una imagen interior - FotoEl empeño contemporáneo del arte por obcecarse con el marco despreciando la obra en sí, regodeándose en la metáfisica con una racanería filosófica patente, hace de los actos ficticios un acontecimiento de maravilla ingenua destinado a los que necesitan que se les recuerde lo indiscutible. Esto de que El Conde de Torrefiel te espute —por escrito, todo por escrito— que estamos donde estamos, es decir, en un teatro, ante una obra de ficción, es la constante del metateatro imparable. Y esa insistencia en los primeros minutos viene a ser la directriz fundamental; porque el resto es vagar como lo hacemos en los lugares que habitamos con una cotidianidad insignificante.

Si nosotros tenemos que adoptar la mirada límpida que pedía Bruno Latour en La vida en el laboratorio; entonces uno ya no sabe qué hace en un teatro. Porque esa perspectiva es filosófica, no artística. A mí me parece que se debe hacer metarrecepción. O sea, el espectador acrítico debería recibir un golpe de gracia divina para despertar y preguntarse si lo obvio es lo obvio y ya está. ¿Por qué ante el mural que elevan al principio unos técnicos y que nos deja ese azaroso mejunje de borratajos no afirmamos ya directamente lo que al final debemos aseverar? Sí, es que, en la coda, como no podía ser de otra forma, los churretones se esparcen al tuntún (dejemos de hacer la comparación con el dripping de Pollock, que el asunto no va por ahí) sobre un grandísimo tapiz blanco, que luego pliegan para provocar la simetría, y, después, despliegan para colgarlo como al inicio —entiendo que ese será el «lienzo» que emplearán en la siguiente función—. Observamos la broma naíf. Este ejercicio lo realizan a diario miles de niños en los colegios y luego salen tan contentos a regalárselo a sus padres. Si algún centro educativo se empeñara también podría soltar un rollo en el patio de 30 metros por 15, y suspenderlo con drones de juguete (ojalá los ciudadanos puedan intuir una paloma de la paz).

A mí me parece que lo más coherente hubiera sido dejar el retablo en blanco para que la élite cultural que se sienta en las butacas pudiera ver las «maravillas» que ahí aparecen y no estrujarse los sesos con alguna descabalada respuesta a un test de Rorschach. Quizás Gisbert-Chanfalla y Beyeler-Chirinos sean unos pícaros y no es que estén a descubrir quiénes son hijos bastardos o judíos conversos, sino a revelar moderneques snobs que siguen sin darse cuenta de que se la están colando.

A los espectadores nos toca leer sobretítulos (no escucharemos a los actores en ningún momento) como si hubiéramos perdido las sinapsis neuronales y hubiéramos alcanzado la tabula rasa, y ahora alguien tuviera que poner nombre a todo eso que ya sabemos cómo se llama: ESCENARIO, ILUMINACIÓN, etc. Leemos lo innecesario a la espera de que podamos hallar algo valioso en esas palabras. La primera estación es el Museo de Historia Natural, donde una copia de algunas pinturas prehistóricas de hace cuarenta y cinco mil años se debe imaginar en el telar antes comentado. No se exprime la idea de copia, ni se va más allá de la contemplación de unos visitantes que, digamos, alguno tiene gracia. Pues uno se dedica a escrutar una publicidad del MediaMarkt (él no es tonto), que prefiere a ese vestigio que tiene delante. Todo un futurista. Diríamos que un iPhone «rugiente» es más «hermoso» que unos bisontes rupestres.

Adentrarse en el supermercado a que no pase nada relevante y la performance se reduzca al azul plasticoso o al naranja en unos territorios de banalidad cavernosa, donde los individuos que allí pululan poco actúan, más bien están, ni siquiera a la espera de algo en el bailecito inesforzado, ralentizado, con la electrónica atronadora que llega al punto previo a la molestia. Uno se pregunta ciertamente qué hace ahí ante tanta evidencia.

Lo que no parece muy apropiado en El Conde de Torrefiel es emplear el término de «ultraficción», como una especie de concepto inventado, cuando, en realidad, únicamente se mantienen en el palimpsesto de Gérard Genette, explotado por Barthes o Baudrillard. Tampoco esto es el Ultrashow, de Noguera, o el ultrarracionalismo, de Homo Velamine. Es insistir en las coordenadas ya manidas de la metaficción a las puertas del metaverso huidizo. Volveremos a la duda metódica cartesiana con babosos balbuceos.

Solo puedo entender este montaje desde la distancia irónica. Asumiendo el absurdo de lo que ocurre delante de mis ojos y, sobre todo, de aquello que no ocurre y que no podría ocurrir, pues en el tapiz no se muestra el mínimo andamiaje conceptual ante el que pudiéramos ofrecer nuestra exégesis.

Tanay Beyeler y Pablo Gisbert viven de todos esos filósofos y filósofas que afirman leer (y que nos lanzan para no sé qué, con gratuidad manifiesta), sin profundizar en nada potente, soltando respuestas vagarosas a preguntas inanes. Es el mundo de capillita no ya para los entendidos, de esta deshumanización de no se sabe qué humanidad previa —como afirmaba Ortega—, sino para los que tienen fe en la epifanía que realmente no llega. Muchedumbre de butacas que no se atreve a afirmar que en el retablo no hay nada.

Una imagen interior

Idea y creación: El Conde de Torrefiel en colaboración con los intérpretes

Dirección dramaturgia: Tanya Beyeler y Pablo Gisbert

Texto: Pablo Gisbert y Tanya Beyeler

Performers: Gloria March Chulvi, Julian Hackenberg, Mauro Molina, David Mallols, Anaïs Doménech y Carmen Collado

Diseño de luces: Manoly Rubio García

Escenografía: Maria Alejandre y Estel Cristià

Esculturas: Mireia Donat Melús

Robótica: José Brotons Plà

Espacio escénico y vestuario: Maria Alejandre y Estel Cristià

Diseño de sonido: Rebecca Praga y Uriel Ireland

Dirección y coordinación técnica: Isaac Torres

Técnicos en gira: Roberto Baldinelli, Uriel Ireland, Guillem Bonfill

Producción: Uli Vandenberghe

Administración: Mireia Donat

Producción ejecutiva: Cielo Drive SL

Distribución: Alessandra Simeoni

Con la ayuda a la producción de ICEC – Generalitat de Catalunya Co-producción Wiener Festwochen (Viena) Festival d’Avignon Kunstenfestivaldesarts (Brussels) Centro Cultural Conde Duque (Madrid) Festival GREC (Barcelona) Festival delle colline torinesi (Torino) Grütli – centre de diffusion et production des arts vivants (Génève) Points communs – Nouvelle scène national de Cergy-Pointoise-Val d’Oise Festival d’Automne (Paris).

Con el apoyo de: Teatre el Musical, Valencia Centro Párraga, Murcia.

Centro Conde Duque (Madrid)

Hasta el 19 de marzo de 2023

Calificación:

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Quién mató a mi padre

Édouard Louis se pone a las órdenes de Thomas Ostermeier para insistir sobre su vida autoficcionada en un espectáculo manido

Quién mató a mi padre - Foto de Jean Louis Fernandez
Foto de Jean Louis Fernandez

Hace poco más de un año presentaba La Joven en el Teatro de La Abadía su versión sobre la exitosa novela autobiográfica Para matar a Eddy Bellegueule, de Édouard Louis. El proyecto ha continuado girando en los últimos meses y muchos jóvenes han asistido a diferentes representaciones. En ese espectáculo se nos detallaba —así aparece en el libro— la difícil adolescencia del escritor en una zona postindustrial y depauperada de Francia. En esas circunstancias de paro y de alcoholismo, su latente homosexualidad era una diana indeleble para toda esa sociedad repleta de cafres e insolentes. Toda esa agresividad aparecía en el instituto; pero también dentro de su casa. A partir de esa obra ya se nos había dado cuenta, en gran medida, de la relación que tenía con su padre. Uno ya se hacía a la idea de cómo era vivir con un hombre que no tenía nada más que hacer que estar sentado en el sofá frente al televisor o con los amigotes bebiendo. Sigue leyendo

Barbados en 2022

Pablo Remón ha decidido reescribir su obra de 2017 para intentar revitalizar un texto que discurre en mero descubrimiento de las palabras

Barbados en 2022 - Vanessa Rabade
Foto de Vanessa Rabade

Como nos viene a demostrar Pablo Remón, aquella propuesta que presentó en el 2017 en el ambigú del Teatro Pavón Kamikaze, titulada Barbados, etcétera, favorece, no solo una revisión, sino una plena reconstrucción; pues supone un artefacto que se fagocita mientras crece ad infinitum en un éter de vacuidad. En el fondo, aunque no sea estrictamente la misma obra, no hay gran diferencia, pues el mecanismo sigue funcionando igual; siquiera se da una estilización que nos aleja de la genuina pulsión metateatral que poseía aquella. Aquí, en el Condeduque todo parece más alejado; pero también más masificado, pues la escenografía de Monica Boromello nos remite al caos desde el que propenden esos humanoides que se presentan delante de nosotros: la caja escénica es ocupada por la ruina, con los focos por el suelo, arenilla, humo, escombro; excepto, por una elipse para la acción coronada por una gran luminaria que los sitúa en una especie de planetario que nos induce a pensar en una galaxia desconocida. Sigue leyendo

Explore el jardín de los Cárpatos

El tercer espectáculo de José y sus Hermanas explora la historia de nuestro turismo a través de un collage satírico muy elocuente

Explore el Jardín de los Cárpatos - FotoDebía comprobar si a la tercera oportunidad la compañía José y sus Hermanas había alcanzado esa supuesta categoría de enfant terribles, con la que fueron anunciados con su primer proyecto: Los bancos regalan sandwicheras y chorizos. Luego llegaría Arma de construcción masiva y, ahora, diría que se superan con esta nueva pieza y que van puliendo su estilo, tan deudo de gente como Rodrigo García y su verborrea de crítica social ironizante. Pero siguen muy empeñados en derivar de Franco nuestros últimos cuarenta y siete años. Y sí, de aquellos barros algunos de nuestros lodos; aunque me parece un tanto grueso finalizar el espectáculo volviendo a mentar a la bicha. Al menos no han sido tan machacones como en otras ocasiones. Sigue leyendo

Hacer noche

Bárbara Bañuelos continúa su andadura por el teatro performativo y autoficcional para descubrirse a través de un paciente con diagnóstico siquiátrico

Hacer noche - FotoBárbara Bañuelos (aka Bárbara Fournier) nos convoca de nuevo para seguir hablando de ella desde el sentido de culpa propio de una pecadora posmoderna. Una continuación de su Mi padre no era un famoso escritor ruso tomando como «chivo expiatorio» a un tipo que podría ser bastante sugerente, como uno de esos individuos tan invisibles y marginales que nos rozan a diario o que hormiguean en la ciudad con nocturnidad, pero sin alevosía. No obstante, insisto en que aquí hemos venido a hablar otra vez de Bárbara Bañuelos. Es lo que ocurre cuando se traslada a la escena esa pantomima televisiva donde las entrevistas, en pos de la amabilidad que tanto requerimos para las estrellas y los famosos, se trasforman en «conversaciones». Por eso, Risto Mejide, Mercedes Milá, Pablo Motos o Sánchez Dragó llevan decenios autoentrevistándose a través de otros. Ya saben, para darle confianza al protagonista, el entrevistador cuenta algo de su vida. En Hacer noche, la artista nos vuelve a dar pinceladas de su vida con ese candor dubitativo repleto de bonhomía que la caracteriza. Sigue leyendo