Juana de Arco

Marta Pazos vuelve a centrarse en la expresión de su estilo para trazar una performance con poca sustancia argumental

Juana de Arco - Foto de Jesús Ugalde
Foto de Jesús Ugalde

Una de las películas más subyugantes de la historia del cine es La pasión de Juana de Arco, de Dreyer. En ella, el cineasta se preocupa, con esos primeros planos tan célebres, de relatar el martirio de la joven con los mínimos elementos, con las fotografías más esenciales y tan verdaderas. Si uno la visiona, además, con la música que compusieron Jesper Kyd, Ole Schmidt, Victor Alix y Léo Pouget, entonces la experiencia estética, efectivamente, te aproximará a esa agonía. Y esto es lo que no consigue Marta Pazos, pues, nuevamente, como hemos podido comprobar en algunos de sus últimos montajes (Comedia sin título, Safo,…) se centra en desarrollar su estilo.

Su interés por la inclusión de artefactos sonoros y visuales que sigan aplicando las características de sus signos predilectos sigue orillando otros aspectos como el empleo del texto. No hay más que ver el aporte de Sergio Martínez Vila, que más parece accesorio. Salvo en el juicio, donde Lucía Juárez tiene la oportunidad de expresar todas las acusaciones sobre la interfecta con una potencia repleta de vesania (como ya demostró en Asesinato y adolescencia). Ahí todavía existe un discurso, una moral que engarzaría con un argumento que no llega a acontecer del todo. Somos nosotros los que aportaremos con nuestros conocimientos el relato.

Desde luego, si el espectador se adentra en la performance como si asistiera a la creación de un videoclip, sin duda puede disfrutar de la «sustancia» ígnea que se pone en confluencia con la escenografía de imperante minimalismo de Max Glaenzel. El rojo borgoñón, el cariz señero del Espíritu Santo y la sangre de aquella Guerra de los cien años se compactan con los tules bermejos que translucen los cuerpos jóvenes de un elenco absolutamente femenino. Las chicas al poder; pero con demasiados gestos de impostación varonil que se aproximan a la caricatura. Así observamos lo que se le exige a Macarena García con una pequeña prótesis en el interior de la boca para trastocar la voz al hacer de Carlos VII y con dibujar ademanes algo cómicos en su coronación.

Otra cuestión muy distinta, y tiene que ver enormemente con el movimiento, son las distintas coreografías que disfrutamos en el montaje ideadas por Belén Martí Lluch. El preámbulo me parece muy sugestivo. Esa manera que tiene todo el grupo de representar el fuego y el entusiasmo extático que iluminará a nuestra santa. Más de diez minutos de compactación y dispersión, de armonía y de seducción, de organicidad y de chisporroteo erotizante. Katalin Arana se emplea con enjundia y aumenta la amplitud gestual, como después sucede cuando se envista de algo así como una amazona que inspire a la futura guerrera. Igualmente, Bea de Paz electriza el espacio y «ayuda» a las actrices menos duchas en el baile. Por supuesto, la música de Hugo Torres se torna esencial. Una composición de ambient con toques de trip hop, que resulta esotérica en la emisión de ese coro sampleado que se cuela en distintos momentos. Propician una energía que luego se deslavaza. Quizás el espectáculo hubiera sido más impactante en la pura performance fuera de la dramaticidad y de la dialéctica. Porque se baja mucho el tono con esas canciones infantiles que poco aportan y que favorecen el meollo naíf.

Posteriormente, Ana Polvorosa, con un rictus algo frío, se entrecuela por los grandes telones del fondo, como si levitara, en un efecto un tanto onírico, para inspirar religiosamente a la gran heroína. Fueron bien conocidos sus «encuentros» con san Miguel, santa Margarita y, sobre todo, con santa Catalina de Siena que, al igual que nuestra santa Teresa, su hagiografía fue todo un modelo para las mujeres en la cristiandad católica. Por su parte, Joana Vilapuig cumple con el prototipo de doncella inocente y briosa, ingenua; pero llena de vigor. Mantiene el pulso con gran arrojo principalmente cuando se encuentra entre los nobles, como ocurre con Georgina Amorós, que intenta atisbar una apostura hombruna (está mejor en su entrega dancística). El vestuario de Leonardo Cano, que logra modernizar con diferentes guiños las vestimentas del siglo XV, de un modo muy acorde a la propuesta general.

Como pasa en otros espectáculos comandados por Marta Pazos, las ínfulas conceptuales, repletas de temas extrateatrales que se emplean para mentalizar al público, quedan subsumidas en la eficacia de los elementos artísticos que se ponen en juego, su gran baza. Definitivamente, su particular visión sobre Juana de Arco, ya fuera como emblema queer o trans o yo qué sé, a partir de una feminidad absoluta, se opaca. Raramente, a tenor de lo observado, nos podremos desprender de las ideas legendarias que arrastra esta iluminada que ondeaba el gran estandarte repleto de lirios para representaban su pureza.

Juana de Arco

Autoría: Sergio Martínez Vila y Marta Pazos

Texto: Sergio Martínez Vila

Dramaturgia y dirección: Marta Pazos

Reparto: Georgina Amorós, Katalin Arana, Macarena García, Lucía Juárez, Bea de Paz, Ana Polvorosa y Joana Vilapuig

Coreografía: Belén Martí Lluch

Diseño de espacio escénico: Max Glaenzel

Diseño de iluminación: Nuno Meira

Diseño de sonido y composición de música: original: Hugo Torres

Diseño de vestuario: Leandro Cano

Ayudante de vestuario: Lourdes Escalante

Ayudante de dirección: Emilio Manzano

Asistente artístico: Víctor Barahona

Una producción de Nave 10 Matadero

Nave 10 Matadero (Madrid)

Hasta el 3 de noviembre de 2024

Calificación: ♦♦

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Un comentario en “Juana de Arco

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