El texto de Ignacio Amestoy queda convertido en un ejercicio de sobreactuación bajo la batuta de Magüi Mira
Cuesta comprender por qué la experimentada directora Magüi Mira, quien ha demostrado grandes trabajos en esta tesitura profesional a lo largo del último decenio en distintos géneros (véanse, por ejemplo, Los mojigatos o Consentimiento o Festen), ha implementado este tono al texto de Ignacio Amestoy. Por momentos, me vi inmerso en un capítulo trascendental (uno de tantos) de Dallas o de Falcon Crest. Sí, el aire de engolamiento, de sentenciosidad, a veces, realmente decimonónico, con tanto «usted» por aquí y por allá, sin alcanzar la sátira o el sabor vitriólico se impone de forma artificiosa. Debido a esto, las actuaciones de las dos protagonistas se aprecian desnortadas, descabaladas y llevadas con una tensión que no permite el crecimiento de los personajes. Una única responsable, entonces, observo; pues Olivia Molina interpretó Tristana y Luisa Martín, quien viene se encarnar a Herodías, en la Salomé (un verdadero desastre), también dirigida por Mira, ha dejado verdaderas muestras de su buen hacer actoral tanto en televisión como en escena (así lo hizo en El arte de la entrevista).
Directos, in medias res, nos hallamos en una reunión un tanto atropellada, en el salón de una acaudalada mujer. Victoria, la señora Burton, dueña de una importantísima empresa española recibe a una joven treintañera, una abogada exitosísima, a cargo de su propio bufete, y que muestra un ímpetu del todo inverosímil para alguien acostumbrado a las tensiones de gran calibre. Mala señal, desde luego, si se nos lanza una anagnórisis (ese desvelamiento sorpresivo y definitorio que encontramos en Edipo; pero, también, en las telenovelas venezolanas o turcas) que marca el rumbo de la función. Son madre e hija. A partir de ahí conocemos los avatares vitales de cada de una de ellas. La carrera fulgurante de María y el tutelaje en la sombra de su auténtica progenitora. Reconozco que, en algunos instantes, parece que estéticamente el espectáculo se va a adentrar en la extravagante viscosidad que frecuentaba Pinter o en ciertos efluvios surrealistas. Beben, se abrazan de modo soez, se hacen algún gesto estrafalario… No obstante, apenas son destellos, guiños que no van más allá y que no discurren por vericuetos más aviesos, pues todo resulta aclarado. Tampoco parece que aporte demasiado la plataforma giratoria que han montado Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán, para que las contendientes se congelen, como en algunas películas setenteras, y se den un voltio.
Ir a saco durante los casi cincuenta y cinco minutos de montaje no deja oxígeno para que las artistas puedan redondear sus roles, para que puedan escapar del estereotipo tan acendrado que arrastran y puedan dialogar con la realidad que las circunda más allá de sus cápsulas de aviones privados que van de acá para allá. No hay freno en sus embates, en sus acusaciones, en los gritos de una y en las defensas cínicas de la otra. Una está en la búsqueda de la verdad con la pulsión del odio a flor de piel, con el rictus de la autoexigencia y con los pesares existenciales impidiéndola avanzar; mientras que la otra pretende reconducir su vida aprovechando la coyuntura de su negocio: ahí tiene por fin a su heredera.
El espectador se ve arrastrado hacia una segunda anagnórisis que, de alguna manera, resulta esperable; pues el dramaturgo se ha encargado de ir introduciendo ─con algo de calzador─ los intereses acerca de la mitología griega de esta potentada. No faltan las remisiones al nombrado esposo-hijo de Yocasta, a Electra, a Agamenón y hasta a las amazonas. Queda rara esa insistencia. Por su parte, la letrada se sostiene en el pragmatismo romano, en la auctoritas y en la potestas. Esas claves simbólicas, insisto, no se elaboran con suficiente profundidad en el enfrentamiento. Lo narrativo se va imponiendo para darnos cuenta de los diferentes hitos de estas mujeres que, evidentemente, calzan tacones. Los tejemanejes de la clase alta, de esa burguesía de enriquecimiento sin fin, se manifiestan con aspiraciones soberanas. Si nos fijamos, por ejemplo, en la exitosa serie Succession, convendremos que esta propuesta teatral que contemplamos en el Bellas Artes se torna algo viejuna.
Quizás del texto de Ignacio Amestoy se podrían sacar otras conclusiones; aunque las indudables conexiones políticas con el contexto nacional están ausentes, y eso que el escritor se dedica profusamente a escarbar en la historia patria en sus creaciones (véase Dionisio Ridruejo. Una pasión española o la publicación reciente sobre los Borbones). El supuesto universalismo de lo representado, con esas tendencias freudianas se percibe inconcluso. Probablemente con otra dirección, con otro tono, esta obra hubiera podido ofrecernos una idea distinta de por dónde se mueven las altas esferas.
Autor: Ignacio Amestoy
Versión y dirección: Magüi Mira
Reparto: Luisa Martín y Olivia Molina
Ayudante de dirección: Antonio Sansano
Escenografía: Curt Allen y Leticia Gañán (Estudio Dedos Aaee)
Iluminación: José Manuel Guerra
Diseño de vestuario: Gabriela Salaverri
Jefe técnico: Ignacio Huerta
Jefe de producción: Juan Pedro Campoy
Ayudante de producción: Paloma Parejo
Gerente: Guillermo Delgado
Técnico de iluminación: Marc Jardí
Técnico de sonido: Felix Botana
Maquinista: José Herradón
Diseño de cartel: David Sueiro
Fotografía de cartel: Javier Naval
Productor: Jesús Cimarro
Una producción de Pentación Espectáculos
Teatro Bellas Artes (Madrid)
Hasta el 20 octubre de 2024
Calificación: ♦♦
Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:
