La compañía ex_límite continúa su andadura teatral con otra propuesta enormemente sugestiva sobre los límites de la realidad a través del arte

La gente que está metida aquí viene demostrando su desparpajo y su humor, su desvarío y su pujanza juvenil, en los últimos tiempos. La compañía ex_límite, que tiene su guarida en la sala del mismo nombre en Usera, ha ido entregando proyectos de cierta dimensión como Cluster. Ahora se lanzan con Ficciones, y rápidamente debemos pensar en Borges, el cual también aparece en escena. Dentro del susodicho libro de relatos debemos extraer Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, toda una exacerbación del idealismo frente al materialismo, donde la cabalgata de personajes reales e inventados es tan imparable como nuestra función. «Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres», afirma en su cuento el escritor argentino. No obstante, como estamos para rizar el rizo en el rizoma de las ficciones ─la estructura posmoderna, no lo olvidemos, la ponen Barthes, con La muerte del autor, y Baudrillard, con su teoría del simulacro─ yo creo que la referencia ineludible, en cualquier caso, es Agustín Fernández Mallo con El hacedor (de Borges), Remake. Todo un collage textual. Recordemos que María Kodama hizo lo indecible para defenestrar de las librerías esta novelita vanguardista por plagiar a un plagiador.
Somos texto. La vida es texto. La realidad es texto. Y lo que haga el dramaturgo, es decir, Fernando Delgado-Hierro (responsable de Los Remedios), poco debe importar; aunque en verdad sea otro fingimiento. La ficción va por su cuenta, como el cerebro de nosotros, que somos muy cultos, y de cada emisión se producen múltiples conexiones culturales en un bucle infinito. Si esto se convirtiera en un engrudo, en una Nocilla sin sentido, sin la más mínima trama, estaríamos otra vez en el todo vale; pero no es así. Por lo tanto, estamos ante una de las grandes obras de la temporada; aunque debería expurgarse levemente. En algunos cuadros se les ha ido la mano. La mayor pega que encuentro es el descenso al populismo, a la escenita chabacana, al exabrupto poco antes del desenlace. ¿A qué viene ese monologazo de Macarena Sanz sobre tópicos y rasgos de todo tipo de la sociedad española expresados con la fisionomía de Marine Le Pen? La obra no tenía esas incursiones políticas. El elenco parece, en ese instante, sometido por el espíritu de José y sus Hermanas, o por la propia Beatriz Jaén, que ha estado enfrascada, nuevamente, con Breve historia del ferrocarril español, que también tiene sus dosis de cinismo españolazo. Y, ¿por qué seguir con el «Dígale», de David Bisbal, si el asunto estaba siendo mucho más original y peculiar? Ese karaoke sobra, es populachero de más.
La propia Sanz, que se desenvuelve, como nos tiene acostumbrados, con total entrega, se acoge a una de las tres historias principales. Ella es una actriz ingenua venida del pueblo a Madrid. Se ve sometida por el terror que le infunden los castings. Hasta tal punto, que vomita sin remisión. Una «potadora» célebre en el mundillo, y por eso su agente la tiene que opacar. Esta es Ángela Boix, quien tiene distintas actuaciones estelares, y que se muestra estrafalaria, una Cruela cargada de inquina. Fenomenal. Luego, la venganza en los Goya de nuestra pequeña perdedora es digna de Álex de la Iglesia. Otro momento culmen de la pieza.
Pero es que antes de llegar a esto hallamos un preludio que es un correcalles con cada uno de los personajes que nos visitarán. Muchísimos. Primero se desenvuelven con el mambo de Pérez Prado, mientras nos sentamos; y, después, con la Guaracha U.F.O. (No estamos solos…), de los Meridian Brothers. Lo que implica un destino misterioso. Pastiche friki. Automáticamente pienso en Fellini, en sus espíritus, en su onirismo y crisis creativa en 8 y medio, y en las colecciones de personajillos de su filmografía. Y la presencia de Nino Rota y su orquesta, y la sicodelia de El guateque, con Peter Sellers; y La sala de baile, de Ettore Scola. El propio director, Juan Ceacero, en vídeo, plantea el conflicto con su colega el dramaturgo. No debemos verlo, claro, como un tema personal, sino literario, propio de la posmodernidad. Que luego sujeten el tratado de Hans-Thies Lehmann, Teatro postdramático, es toda una declaración de intenciones. Que las actrices se vayan encarnando en el director con sus lunares característicos, para elucubrar sobre la deriva del espectáculo, es otra marca de metaironía.
Afortunadamente, insisto, tenemos entramado en el caos. Así, el segundo relato, quizás el más flojo, tiene a Leticia Etala como protagonista ─me gusta más en otros papeles dentro de la obra, como María Calas─ hace de una profesora de alfarería fascinada por el dolor de los demás, por las enfermedades, por los pruritos, las escaras, las quemaduras… todo ello la excita sexualmente, así que decide quedar con un hombre de piel bubónica (a lo Eduardo Casanova con Diane Arbus). Por otra parte, la tercera vertiente corre a cargo Beatriz Jaén, una escritora, también en crisis, que, de manera grotesca, como si hubiera sido poseída por David Cronenberg y El almuerzo desnudo, observa cómo le crece una cabeza en el costado, un hijo, un interlocutor, una conciencia literaria, una voz para dialogar sobre películas. Igualmente ella, que encarna este papel con más comedimiento, brilla en los otros caracteres que toma, pues se permite más esperpentización.
Y es que el elenco se mete en la piel de todos esos seres que cruzan como una exhalación, en un carrusel tremendamente divertido, con un humor sagaz, irónico e inteligente, y muy atrayente para todos aquellos que queramos hallar indirectas a todas las emulsiones culturales y artísticas. Por eso, Javier Ballesteros hace una labor fundamental. Primero porque coge el micrófono para narrar, en ciertos momentos, con muchísima soltura y elocuencia; y, segundo, porque sus «imitaciones» son soberbias. Lo que hace con Michi Panero (sí, salen, además, Leopoldo María y su madre Felicidad Blanc en pleno desencanto) es tan soberbio como otras tantas rarezas. No puedo detallarlas todas. Verdaderamente están magníficos.
Añadamos que la escenografía de Pablo Menor, ese salón de tono apagado resulta tan creíble como útil. Y que el trabajo desempeñado por Ikerne Giménez es gigantesco, pues los cambios de prendas son irrefrenables. También, ya se ha dicho, el espacio sonoro de Daniel Jumillas es tan imprescindible para el montaje, como el movimiento de sus intervinientes (el asesor ha sido Ángel Perabá).
Podría pasarme horas rebuscando y rebuscando en las influencias. Me parece un espectáculo muy sugestivo. Salvo esas escenillas que he señalado y que, desde mi punto de vista, sobran, el resto es extraordinario.
Concepción y dirección: Juan Ceacero
Texto: Fernando Delgado-Hierro
Creación: Juan Ceacero, Fernando Delgado-Hierro y el elenco de La_Compañía
Elenco: Javier Ballesteros, Ángela Boix, Leticia Etala, Beatriz Jaén y Macarena Sanz / Belén de Santiago
Escenografía: Pablo Menor Palomo
Vestuario: Ikerne Giménez
Iluminación: Rodrigo Ortega
Espacio sonoro: Daniel Jumillas
Ayudante de dirección y regiduría: Majo Moreno
Auxiliar de dirección: Inés Gasset
Coordinador técnico: Enrique Chueca
Asesor de movimiento: Ángel Perabá
Comunicación y vídeo: Inés Sánchez
Fotografías: Carla Maró
Cartelería y diseño gráfico: Estudio creativo [La dalia negra]
Asesor artístico: Gérard Imbert
Distribución: Iñaki Díez
Producción: María Martínez Rivas
Dirección de producción: Elena Martínez
Una producción de La_Compañía exlímite en coproducción con Teatros del Canal
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 19 de mayo de 2024
Calificación: ♦♦♦♦
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