Instrucciones para sobrevivir en lo oscuro

El Club Caníbal ofrece un episodio más de la estupidez ibérica en un espectáculo tan gracioso como sesgado políticamente

Instrucciones para sobrevivir en lo oscuro - Foto de Vanessa Rabade
Foto de Vanessa Rabade

Tengo en mente dos referencias cuando me aproximo a este espectáculo. Por un lado, claro, la trilogía Crónicas ibéricas (este último montaje podría ampliar el proyecto a tetralogía) que estaban compuestas por Desde aquí veo sucia la plaza, Herederos del ocaso y Algún día todo esto será tuyo. Hechos verídicos de nuestra historia, repletos de picaresca, cutrerío, barbarie y todo ese folclore tan propio. La sátira y la farsa que han puesto al Club Caníbal como adalides de un estilo berlanguiano, que se actualiza con la parodia más desenfrenada para situarnos frente al espejo cóncavo. La otra referencia es Coronada y el toro, con la dirección de Rakel Camacho, que se realizó en la misma sala del Matadero el año anterior, y que consideré el mejor montaje de la temporada. Ahí teníamos una crítica a lo carpetovetónico con un halo que alcanzaba el presente. Sugestivo; pero anclado en el momento de su escritura, allá por 1974. Y he aquí la clave que echa al traste este espectáculo que tenemos delante y que hace, nunca mejor dicho, aguas por varios flancos (en realidad, solo por uno). Las obras a las que he señalado hablan de una España que va desapareciendo rápidamente y que se ha tornado en otra cosa muy diferente y, a la vez, muy parecida a otros países. Nuestra sociedad de consumo, de la información, del postcapitalismo y de la globalización permea todo. Pretender seguir haciendo comedia como si el catetismo (y mira que repiten lo de «cateto») fuera una seña de identidad española o auténtica del mundo rural es continuar con el josemotaísmo y con aquel gañán de Ernesto Sevilla en Muchacha Nui. O sea, el humor manchego de los últimos tiempos. Esto me atufa un tanto a pijería ya pasada, pues lo hacen con ironía. Lógicamente, no son Marianico el Corto, que era genuino, aunque nos disguste. Digamos que acogerse con insistencia a la figura del cateto, me puede hacer gracia (y me la hace); pero si rasco en el trasfondo político, vuelvo a toparme con la sacrosanta superioridad moral de la izquierda. Un poco de autocrítica en la coctelera nunca viene mal; a pesar de que sea con mensajes rozagantes y aceptables como los de Pantomima Full, cuando catalogan a los figurones urbanitas (catetos, indudablemente, muchos de ellos).

El Club Caníbal exprime el estereotipo anticuado como si aquí no hubiera pasado nada, tanto para lo bueno (lo civilizatorio), como para lo malo (la burricie esparcida en cada barrio y centro de las ciudades). Porque recurrir a una aparición mariana, como ocurre al principio, con los típicos pastorcillos viendo de nuevo a Fátima, resulta irrisorio y muy chusco, desde luego, y más si se incide en el fraude tan burdo. No obstante, tirar de ese hilo, con ciertos visos de verosimilitud dentro de la sátira, termina por ser demasiado tendencioso. Eso es precisamente en lo que se cae de una manera excesivamente sectaria. Qué podemos hacer con el Rey en patinete, Bertín Osborne y su «Buenas noches, señora», el Papa (no Bergoglio, por supuesto, uno más tirando a Ratzinger) y, para más inri, una presidenta de Comunidad que es un todo en uno: de nombre evidente, con pelucón rubio a lo Cifuentes y con traje rojo como aquel que lució Esperanza Aguirre como un hada madrina. Solo faltaban las estrellas de la bandera.

Estamos en un pueblo y de Bruselas llegan directrices inapelables sobre el uso del agua, sobre la gestión de los parques nacionales. Horadar la tierra para obtener un pozo es una ilegalidad insostenible y un desprecio a las posturas contra el cambio climático; sin embargo, ¿qué va a ser de los agricultores que requieren esas fresas todo el año para ganarse la vida? Habría que responder que existen uno consumidores, muchos de los cuales no saben ni de dónde salen esos productos que abarrotan los estantes de los supermercados. O como decía hace poco Juan Roig, mientras obviaba que en su Mercadona se vendían fresas contaminadas de Marruecos: «Somos una tierra de naranja, mi familia era naranjera. Pero si queremos tomar zumo de naranja en verano, o la traemos de fuera o no podemos beber zumo de naranja en verano. Si pudiéramos comprar el 100% en España y Portugal lo compraríamos, pero la tenemos que comprar fuera».

El pozo, entonces, se convierte en un símbolo de rebeldía, de lucha que se torna populista y desesperada. Nuevamente tenemos a Juan Vinuesa manejándose con soltura sagaz en ese terreno de la ingenuidad y de la estulticia, del ímpetu por liderar una buena obra y la ambición desmesurada que brota en aquellos que alcanzan el poder. Él será el alcalde dispuesto a lo que sea, más allá de dictámenes. Y enloquecerá hasta proyectar un parque acuático dedicado a María Santísima. Ahí es nada. Dicho de esta manera, el argumento suena tan estrafalario que podríamos haber entrado en un torbellino desopilante; pero, insisto, se quiere derivar en exceso hacia unos signos políticos demasiado maniqueos. Ahora, esto no quita para que se den toda una serie de escenas fenomenales, donde se pierde el norte y uno se adentra en la farsa plenamente. Ocurre cuando Font García, que hace de asesor del gobierno autonómico, un hombre fuerte, relata cómo actuaría Liam Neeson en alguna de sus películas de acción. Puro individualismo soberbio. Sirve de cuento ejemplar. El actor lleva el sarcasmo con envidiable agilidad. Luego, Vito Sanz se queda, otra vez, con uno de esos personajes patéticos, malhadados, un pobrecico que hace vídeos por redes sociales, en un rollo queer muy paleto. En verdad, los tres se acogen a papeles que de modo similar ya han empleado en otras piezas, y por eso sus seguidores los podemos reconocer con más facilidad. Además, Pablo Peña continúa como dj sui géneris para poner sonidos y voces. Todas esas tonadas, esos cantes con dulzaina y tamboril que nos remiten al folclore convertido en refrito chabacano realmente gracioso. Y mucha agua y toboganes hinchables con más agua todavía en un derroche insolente para hacer remontar una función al final después de distintos altibajos.

Nos quedan ya en el olvido esos megaproyectos, que afortunadamente se quedaron por el camino, con aquello del Eurovegas de Sheldon Adelson o los casinos para los Monegros (no hubieran estado mal traídos aquí). Resulta, entonces, inevitable observar el espectáculo sin tener en cuenta la tractorada que acabamos de vivir en España, donde se ha comprobado la división social, el ninguneo de los sindicatos, donde parecía que miles y miles de grandes terratenientes, como si fueran marqueses, habían tomado las carreteras, donde el verde habitual en muchas prendas ya es incuestionablemente voxero, y el fachaleco inapelable. Así funciona la polarización, mientras, los veggies malasañeros teorizan sobre la ecología y un planeta trufado de arcoíris. Para eso está en escena la heroína climática Greta Thunberg (a la que también se hace referencia ahora en el Teatro Valle-Inclán). Esta vez la ficción no supera la realidad.

Instrucciones para sobrevivir en lo oscuro

Dirección y dramaturgia: Chiqui Carabante

Texto: Juan Vinuesa, Vito Sanz, Font García y Chiqui Carabante

Reparto: Font García, Vito Sanz y Juan Vinuesa

Diseño de espacio escénico: Walter Arias

Ayudante de espacio escénico: Víctor Longás

Diseño de vestuario: Salvador Carabante

Diseño de iluminación: Benito Jiménez

Composición musical y ejecución en directo: Pablo Peña

Movimiento: María Cabeza de Vaca

Dirección de producción (Club Caníbal): Marisa Pino

Una producción de Teatro Español y Triple F

Naves del Español en Matadero (Madrid)

Hasta el 7 de abril de 2024

Calificación: ♦♦

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5 comentarios en “Instrucciones para sobrevivir en lo oscuro

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