Quiero colapsar a tu lado

La Rueda Teatro configura un espectáculo dinámico y entretenido sobre distintas cuestiones ecológicas

Quiero colapsar a tu lado - FotoQue la cuestión climática salte a escena tiene su lógica; aunque lo cierto es que hasta ahora los dramaturgos y las compañías no se han puesto manos a la obra. La Rueda Teatro ha triunfado con su propuesta y su proyecto ecologista y a mí me sorprende que alguien haya llegado a algún tipo de conclusión o, incluso, de reflexión más o menos elaborada sobre lo que aquí se trata. Hablo, evidentemente, de superar las consabidas consignas sobre el calentamiento global que, hoy en día, son un totum revolutum, donde entra la contaminación en las ciudades y en el mundo, el decrecimiento, el anticonsumismo, la ecología idealista y fantasiosa, el uso del agua, etc. El agujero de ozono se cierra, subirán lo océanos, unos continentes de bolsas permanecen anclados en distintos mares, el deshielo de los polos parece que sigue su proceso… Añadámosles conspiraciones como los cheimtrails o la pasada pandemia para que vivamos en la suprema incertidumbre que algunos sufren con el rimbombante término de ecoansiedad.

El popurrí que han organizado se desvanece a cada instante, dentro del caos escénico que Vanessa Actif ha diseñado: un sofá, una mesa central de carpintero (por lo menos), una montañita de arena, algunas cubetas de agua, piedras diversas y una gran roca suspendida sobre sus cabezas como una espada de Damocles donde se reproducen vídeos que van ilustrando sus avatares; y, sobre todo, un váter que da su juego. Por otra parte, Rakel Camacho dirige la función para que el aparente correteo se recomponga por momentos; no obstante, la dispersión es manifiesta. Los tres componentes ─se comunican en femenino, por supuesto, entiendo que serán ecofeministas, que es un plus─ van intercalando con enorme fluidez frases e historias que enhebran sin fin. No hablamos de un argumento, sino de una exposición entre autoficcional, teatro-documento y comedia desenfada. Pasamos de un breve prólogo alegórico, ellos hablan desde su posición de animales, plantas o hasta la mismísima Temperatura. Rápidamente se portan sus estrafalarias vestimentas, que son, en cierta medida, otra mezcolanza más, con forro polar incluido. Fernando Gallego da comienzo a su viaje y él será el ejemplo de cómo se llega a desaprovechar un acontecimiento que daría para una obra entera. Recrea el encuentro en Malasia con Yeo Bee Yin, quien fue Ministra de Ciencia, y que llegó a devolver contenedores enteros repletos de plásticos a sus dueños (véase Estados Unidos o Europa). Estos, como sabemos, se dedican (nos dedicamos) a esparcir nuestros desperdicios por países que tienen más márgenes en sus cuotas pactadas. Todo un negocio para que no tengamos que forzar la máquina de la eficiencia o del reciclaje. Sobre este tema, las sospechas de que las empresas de reciclado se manejan torticeramente con las legislaciones parece indudable. En cualquier caso, nos quedamos ahí porque se pasa a una fugaz entrevista con un experto, que únicamente nos vale para comenzar a definir una de las claves de todo este asunto: la responsabilidad individual, es decir, el nuevo pecado. La respuesta a todo es tan compleja que se ha optado claramente por el autofustigamiento. A falta de una nueva religión, una vez abandonado el catolicismo, bien está sentirte pecador, no ya por si tiras un papel al suelo, si no que ahora debes llevar un marcador en tu móvil donde se refleje tu huella de carbono. Coger el coche te debe hacer sentir como si fueras un terrorista climático, tomar un avión exige una penitencia tan radical como subir de rodillas algún monte prístino de la zona, el consumo de carne es un atentado de calibres inconmensurables, etc. Tener un hijo implica lanzar a un contaminador más al mundo.

Si debemos continuar con un traslado a Extremadura y proceder sobre los recursos hídricos y los pozos de sondeo (véase también el reciente proyecto Instrucciones para sobrevivir en lo oscuro) es para asentar esa culpabilidad. Quizás en el último tramo se incida con más inquina en los incendios ocurridos en la provincia de Zamora, en la Sierra de la Culebra, hará dos años (vi el desastre con mis propios ojos). El mismo Gallego, vendado de arriba abajo, podría estar interpretando a Ángel Martín, un vecino de Tábara, que se sufrió quemaduras muy graves por abrir un cortafuegos y que, finalmente, terminó muriendo. La cuestión la resuelven un tanto a la remanguillé, pues se lanzan acusaciones al alcalde, a las autoridades de Castilla y León, quienes realmente no enviaron efectivos suficientes; porque todavía no era la época en la que debía estar activado el plan antiincendios (merece la pena escuchar el debate sobre el cambio climático en The Wild Project, sobre todo a partir de las 2 horas y 12 minutos, en el que se trata este último asunto). Pero, sobre todo, para que no dudemos de que la causa principal y factor inequívoco fue el calentamiento global, del que nosotros somos los responsables esenciales.

No llego a comprender el epílogo, lo reconozco. Tendremos que tomarlo como una metáfora, Nos sitúan en 1518, en Estrasburgo, donde se dio una «epidemia de baile», un evento de histeria colectiva, ya fuera por el hambre que estaban pasando o por ingerir algún alucinógeno. Sandra Arpa y Laura Presa Fox, quienes durante todo el montaje han estado muy activas y persuasivas, se entregan a la danza junto a su compañero para darlo todo como si estuvieran en una eco-rave con la música electrónica de Enrique Vaz Oliver a punto de colapsar. Resulta animado y conecta ambientalmente con el público.

Entre las explicaciones, el didactismo y el pasar de puntillas por temas tan complejos, pongo en duda el cometido de este espectáculo. Su activismo emplea las técnicas teatrales para hacer digeribles contradicciones inevitables que no llegan a permear con efusión. Uno se entretiene, incluso se divierte; sin embargo, la reflexión no llega.

Quiero colapsar a tu lado

Dirección de escena: Rakel Camacho

Idea original y dramaturgia: Fernando Gallego, Sandra Arpa y Laura Presa Fox

Intérpretes: Sandra Arpa, Fernando Gallego y Laura Presa Fox

Diseño de escenografía y vestuario: Vanessa Actif

Videoescena: Davitxun Martínez

Músico compositor y espacio sonoro: Enrique Vaz Oliver

Iluminador: Carlos Marcos.

Colabora distribución: Carlos M. Carbonell – CREMILO

Asesor de producción y distribución: Jorge Silvestre Granda

Fotografía y vídeo: Nacho Goytre

Diseño gráfico: Elisa Forcano

Técnico de iluminación y sonido: Carlos Marcos

Asistente de escenografía y vestuario: Almudena Jorge

Apoyo en producción: Miguel Frutos

Construcción de roca: Miguel Ángel Infante (Utilería y Atrezzo)

Confección y diseño vestuario y máscara gorrión: Zaloa Basaldua

Una producción de: Compañía Nueveuno y La Rueda Teatro Social

Sala Cuarta Pared (Madrid)

Hasta el 27 de abril de 2024

Calificación: ♦♦

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