Misericordia

La directora y dramaturga Denise Despeyroux plantea una dramedia autoficcional sobre el exilio en el Teatro Valle-Inclán

Misericordia - Foto de Geraldine Leloutre
Foto de Geraldine Leloutre

Es un poco lastimoso para mí reconocer que Denise Despeyroux ha perdido punch para la comedia. La melancolía se adentra en dirección a un nihilismo desencantado. Las cuitas existenciales de los personajes se enmascaran con aficiones frikis o espurias, que no se sustentan en algo más profundo y sólido que pueda determinar una vida feliz. Mucho de eso ya lo hemos percibido en los últimos espectáculos de la autora. Ya fuera Canción para volver a casa, que se representó en esta misma sala del Valle-Inclán, o Un tercer lugar, estrenada en 2017. Cuando se tiende al humor más desenfrenado, los espectadores ganamos, como así ocurría con La omisión del si bemol 3 o Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales. Por no señalar de nuevo que Carne viva continúa siendo su obra maestra. Desde luego, merecería revisitarla en un formato similar, como en aquella añorada Pensión de las Pulgas.

Por lo tanto, en Misericordia tenemos esencialmente dos problemas. El principal de todos es que el relato que vibra en el fondo queda demasiado soterrado. Hablar de la dictadura uruguaya y definirla por comparación con la argentina y la chilena, es decir, sin idiosincrasia, sin las pertinentes descripciones cruentas, es dejar el tema del exilio no como un desgarro si no como «simple» viaje de huida. Hablamos de aquellos niños que se subieron a un avión en 1983 con rumbo a España. Así como aquel Éxodo 1947 en el que tantos judíos buscaron las tierras de Palestina tras el Holocausto (regresaremos sobre la cuestión hebrea). Sí que es cierto que son emotivas las imágenes en un vídeo doméstico de la propia firmante del asunto, cuando tenía pocos años y se marchó a su tierra natal para reencontrarse con sus familiares, a los que apenas recordaba, dada la temprana edad a la que se vino para nuestro país. Además, resulta conmovedor su presencia en escena haciendo de ella misma. La directora ha sufrido un ictus hace unos meses (todo el aliento desde aquí) y aparece para aconsejar a Darío, un dramaturgo que tiene unas dudas terribles ante su próximo debut en el María Guerrero. Este, para requeteforzar los mecanismos del ya insoportable teatro autoficcional (con la participación en vídeo del mismísimo Sergio Blanco, otro dramaturgo de la autoficción) lo interpreta Pablo Messiez, que, entiendo, le han puesto un jergón en alguna sala de ensayo, pues hasta hace unas semanas él estaba representando ahí al lado su obra Los gestos. El director-actor comienza algo anquilosado con sus estrambóticas explicaciones; pero después se va manejando con aire más enérgico para ganar protagonismo y convencernos. Dialoga este con Dante, otro escritor teatral en proceso de abandono y acogido a las bondades de la dieta keto. Transformado en un youtuber, aunque no tan histriónico como el célebre doctor Bayter. Cristóbal Suárez pone su entusiasmo y su bonhomía seductora al servicio de un tipo que también busca familia, apoyo y compañía. Ambos representan ese otro «problema» al que me refería antes. ¿Cuántas veces tenemos que escuchar el mismo peloteo, la misma ristra de chistitos e ironías de consumo interno sobre el mundo teatral y, concretamente, sobre estrenar en el CDN? La frase «estrenar en el CDN» pronunciada en alguna de las sedes del CDN rompe cualquier magia. Es la tercera o cuarta vez que la escucho en menos de un año (véase Algunos días o Pequeño cúmulo de abismos, por ejemplo). Pongámonos en la piel de todos esos dramaturgos y dramaturgas que jamás van a ser programados en el Centro Dramático Nacional; porque ni siquiera consiguen estar en la órbita en la que hay que estar para ser centripetado (hablo de los talentosos), o de esos espectadores que no son acérrimos teatristas, es decir, no forman parte de esa «élite cultural» que acude de manera impenitente a los estrenos y conoce (y pertenece a) la farándula. ¡Ya está bien! Si es que hasta la conveniente escenografía de Alessio Meloni, un piso con dos plantas, y una pantalla alentadora, está pintada de amarillo (sí como el vestido de la niña), el color corporativo del Dramático.

Por otra parte, Natalia Hernández conjuga con excelente ambigüedad ese halo que se ha impuesto de celebrar distintas festividades judías como una auténtica experta, además de introducir la cábala en sus sesiones de psicoanálisis lacaniana. Efectivamente, en ella vemos uno de los detalles más genuinos de Despeyroux, esa forma de comicidad a través del detallismo estricto en áreas desconocidos para el común de los mortales que tanto domina. Que ella y Dante se den clase, me sobra un poco; porque alarga demasiado un planteamiento de estos caracteres que ya quedaba claro y que, sin embargo, disuade en exceso los temas esenciales como el desarraigo y, sobre todo, la ausencia real y simbólica del padre, que «vigila» desde la urna funeraria en la mesilla central. Otro tanto podemos afirmar de la infantilizada Dunia, una mujer anclada en los efluvios de su Yuna, la protagonista del Final Fantasy X. En cualquier caso, ella se dedica, también, al diseño de videojuegos. Marta Velilla mantiene su papel con esa sutil distorsión de joven enamorada que requiere protección paternal.

En el montaje destaca el vestuario de Guadalupe Valero. La diseñadora se ha esmerado en los elegantes vestidos de Natalia, que nos remiten a Sybila o a Amaya Arzuaga. Luego está el porte de Marisa Echarri, quien nos destina a esa ambientación cosplay que provoca la estupefacción del personal y aumenta la gracia de la pieza en el desenlace. Un choque de sensaciones acibaradas, como se podrá comprobar.

Por supuesto, Denise Despeyroux ha metido mucha miga en su trabajo. Sin embargo, algunas ideas no terminan de fraguar; ya que la conjugación de comedia (con tanta satisfactoria ironía) y de drama no alcanza un mejor equilibrio. Quizás debido a que los personajes se llegan a parecer demasiado. Ahora, creo que es un espectáculo con varios atractivos que merecen ser atendidos.

Misericordia

Texto y dirección: Denise Despeyroux

Reparto: Denise Despeyroux, Natalia Hernández, Pablo Messiez, Cristóbal Suárez y Marta Velilla

Voz en off: Sergio Blanco

Voces infantiles: Marta Despeyroux y David Despeyroux

Escenografía: Alessio Meloni (AAPEE)

Iluminación: David Picazo (AAI)

Vestuario: Guadalupe Valero

Música y sonido: Pablo Despeyroux

Vídeo: Emilio Valenzuela y Máximo A. Huerta

Ayudante de dirección: María García de Oteyza

Ayudante de escenografía y vestuario: Igone Teso (AAPEE)

Realización de escenografía: Readest (AAPEE)

Realización de utilería: Rocío Barreto (cordero)

Confección vestuario: Ángela Lozano y Juliet García

Ambientación de vestuario Final Fantasy: Marisa Echarri

Fotografía: Geraldine Leloutre

Tráiler: Bárbara Sánchez Palomero

Diseño de cartel: Equipo SOPA

Producción: Centro Dramático Nacional y Showprime

Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Hasta el 25 de febrero de 2024

Calificación: ♦♦

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