Coronada y el toro, de Francisco Nieva, dirigida por Rakel Camacho; y La madre de Frankenstein, adaptación de la novela de Almudena Grandes, sobresalen en un año teatral que ha mostrado decenas de propuestas carentes de atrevimiento
Convengamos en que es agotador seguir cada año hablando de la crisis del teatro, de la precariedad, de la censura y, ahora, de los concejales de algún partido extremo que demandan otros contenidos. Pero es que resulta muy difícil descubrir espectáculos que no redunden en la insignificancia y que no ansíen complacer a un público que, reconozcámoslo, cada vez es más escaso y menos exigente.
Con mi alter ego Kritilo he deglutido ciento cuarenta montajes este 2023, la cantidad, qué quieren, también es importante, para que no se piensen que se elaboran los dictámenes con cuatro piezas sin más. Me he regocijado, ante todo, con la visión rompedora de Rakel Camacho a la hora de versionar a Francisco Nieva con su Coronada y el toro. Una obra que recoge de manera grotesca la zafiedad del folclore español para esputárselo a los espectadores del presente, quienes, en este caldo de nihilismo, se ven influidos por nuevas formas de expresión desabrida en las redes.
Magnífica me ha parecido la adaptación que han emprendido Anna Maria Ricart y Carme Portaceli de la novela de Almudena Grandes La madre de Frankenstein. Creo que han logrado potenciar el perspectivismo gracias a tres protagonistas bien compensados, que nos conceden visiones desde un manicomio en el contexto de posguerra franquista.
Entre lo mejor de lo mejor, me gustaría destacar El silencio, de Ingmar Bergman, que dirigió en los Teatros del Canal Bush Moukarzel. Una conjunción de cine y representación escénica repleta de capas y de fantasmagorías. Un espectáculo donde la tecnología se ponía al servicio de la ficción de un modo muy poderoso. Observando este tipo de propuestas uno echa en falta proyectos de similar calibre en nuestro país.
Ya sé que Castroponce, de Pablo Rosal, fue presentada antes del año que termina; aunque yo la he disfrutado hace pocos meses en el Teatro del Barrio, y me parece que es de esos textos que rebosan tanta inteligencia que merecen subrayarse. Puro humor en la línea de José Luis Cuerda y otros absurdos maravillosos. Reflexión sobre el propio teatro que vale en sí como crítica profunda. Debe regresar y deben verla.
Después está la labor que ha desempeñado Lluís Homar con La discreta enamorada. Ha puesto en primera fila a los jóvenes (y para los jóvenes); pero sin concesiones. Gran profesionalidad y búsqueda del intérprete versátil para hacer un Lope y lo que venga más adelante en otros ámbitos artísticos. Estoy seguro de que iremos viendo los frutos.
Por supuesto, hemos encontrado otras funciones de gran valía. Muchos espectadores han podido extasiarse con el repertorio que han devuelto a los escenarios los de Atalaya, con El avaro, Elektra.25 o Marat-Sade. Además, el Teatro Español ha conmemorado sus 440º con una sugerente comedia, Arder y no quemarse, de Grumelot y Jose Padilla, en la que se iba más allá del recorrido histórico de ese antiguo corral llamado del Príncipe.
Aunque sea tímidamente hay que reconocer algunas decepciones como Los gestos, de Pablo Messiez (estoy convencido de que retomará veredas estéticas más fértiles) y el Liebestod, de Angélica Liddell, que nos entregó un chorreo autocomplaciente que no aportó nada. O Fundamentalmente fantasías para la resistencia, de Alfredo Sanzol, quien elaboró una comedia con la guerra de Ucrania al fondo sin suficiente fuste político.
Otro asunto han sido ciertas insolvencias escénicas que han resultado tan sonrojantes como inenarrables. Véanse, por ejemplo, ese Alegría Station, que comandó Natalia Menéndez, que era una cursilada insoportable; o ese Romeo y Julieta despiertan… que pusieron a los mismísimos Ana Belén y José Luis Gómez a elaborar un patético remedo shakesperiano.
No quiero caer en el absoluto pesimismo. Pongo mis esperanzas en gente que, en cierta medida, no son de mi cuerda; sin embargo, me parece que se han consolidado a través de ideas y manifestaciones controvertidas y rompedoras. Así han seguido su andadura los catalanes de José y sus Hermanas, que nos dejaron el breve Concurso de malos talentos.
Recordemos finalmente que hace poco nos dejó Concha Velasco. Me quedo con esa Reina Juana en el Teatro de La Abadía con la que triunfó en 2016. Desde luego, hubiera sido un gran colofón a su extensa carrera.
Esperemos, en cualquier caso, nuevos bríos y atrevimientos para el 2024; un arte tan frágil y efímero lo requiere. También la ciudadanía ha de ser concitada a la controversia antes de que las censuras de unos y otros, las evidentes y las tácitas, constriñan aún más la libertad de expresión.
TEXTO PUBLICADO ORIGINALMENTE EN LA REVISTA LA LECTURA DE EL MUNDO