Rafael Álvarez «El Brujo» toma como excusa el tema del actor y su importancia en los Siglos de Oro para insistir en sus búsquedas existenciales

Apenas hace un año estrenaba el Brujo su espectáculo Los dioses y Dios. Ahora, por fin se sube a las tablas del Teatro de la Comedia para profundizar en la síntesis que a él realmente le fascina. Es decir, el misterio de la vida, esa verdad inasible que intenta hallar en los místicos de todo tiempo y lugar, y que, en realidad, va acotando en el arte, en la belleza, en la experiencia estética. Él mismo, como actor, como ese bululú que recorre los caminos de España —así nos ilustra luego con todas las clásicas agrupaciones actorales que detalla Agustín de Rojas en El viaje entretenido— sería un médium de esa verdad a la que somos destinados a través de su interpretación, de su palabra revelada, de la fascinación que encontramos en lo imaginario, la confluencia de los mundos posibles entreverados por lo verosímil.
Los que acudimos fielmente a sus espectáculos —una legión— ya sabemos que volveremos a escuchar anécdotas resabidas y que muchos de sus guiños humorísticos reverberarán igualmente y, aun así, la acumulación de vericuetos por nuestros Siglos de Oro no se frena y se renueva con ese entronque que establece con el presente más acuciante, como un bufón incisivo que no deja a nadie indiferente. Aquí toma la excusa metateatral —todo en su estilo es un peculiar acto metateatral; porque se sustenta en esos orígenes callejeros, cínicos, del juglar que se presenta ante las gentes muy cara a cara con función apelativa— del actor como «monstruo fiero», según metaforiza Lope de Vega en esa célebre loa que se le atribuye y que nuestro guía nos va intercalando como una adivinanza. Y este efecto permite un leve cañamazo al que regresar, cuando, como sabemos, don Rafael se irá por los cerros de Úbeda hasta lugares que nos pueden desconcertar. Ese desconcierto implica, en ocasiones, y esto también es un mérito, atreverse a la erudición, a la densidad gnóstica y a «plagiarse», pues, al final, sus montajes son esto tan contemporáneo de la intertextualidad. Aquí resuenan fábulas que nos manifiesta entre el secretismo apócrifo y el desvelamiento inusitado que hemos escuchado en Teresa o el sol por dentro o Misterios del Quijote.
Posee el Brujo esa genuina capacidad de acogerse a especulaciones de bibliófilo para olvidarse de la cuestión que nos ha llevado allí y aseverar que Cervantes quiso homenajear a San Juan de la Cruz, mientras que a la Santa la relaciona con la Magdalena; para cambiar de tercio sorpresivamente y recitar con su forma bufonesco y tan expresivo sonetos que todo el mundo conoce de Quevedo o de Lope, o volver a La vida es sueño o al Romeo y Julieta de Shakespeare (vaya leña le da al amante Montesco). El público se puede sentir aliviado; puesto que, a diferencia de sus últimas propuestas, el dramaturgo no se excede en la duración y cierra el asunto en el momento preciso. Además, afortunadamente —lo hace con mucho tino— es capaz de bajar hasta la más chabacana actualidad para caer en chistes sobre los partidos políticos, sin hacer distingos abultados.
Ahora, de cómo salta hasta a los siglos XVI y XVII desde el entierro de Fernando Fernán Gómez en su habitual prólogo interminable (cargado de un humor negro fascinante), es la gran manera que tiene de hacer un homenaje no solo a un gran actor, sino a toda la profesión del presente. Sigue siendo admirable la energía que le pone el Brujo en escena, cómo ha perfilado su estilo hasta el punto de ser único en su especie actualmente en el panorama teatral español, cómo sigue haciendo gracia y mucha con su edad, porque, aunque tiene bromas facilonas, además es muy punzante.
Acompañado por el músico Javier Alejano, quien, en esta ocasión, parece menos activo y se limita a puntualizar con distintos sonidos de violín o de percusión los instantes más vigorosos. Pero también es cierto que cuando has visto muchas obras suyas su palimpsesto pierde fuerza. La sorpresa, la incertidumbre se desvanecen y solo puedes esperar algún detalle en su biografía vital transfigurada de performance. Y eso ya sería suficiente como para deleitarse una vez al año —a este ritmo va— con algún pequeño paso en su viaje de descubrimiento de esa luz de la que tanto nos habla.
Dirección y versión: el Brujo
Reparto: Rafael Álvarez, «el Brujo»
Músico en directo: Javier Alejano
Escenografía: Equipo Escenográfico PEB
Diseño de iluminación: Miguel Ángel Camacho
Vestuario: Georgina Moustellier
Director musical: Javier Alejano
Directora de producción: Herminia Pascual
Ayudante de producción: Ana Gardeta
Jefe técnico: Oskar Adiego
Diseño gráfico: H&R
Redes sociales: Óscar Larriba y Alicia Díez (Xatcom)
Distribución: Gestión y Producción Bakty, S.L.
Producción: Gestión y Producción Bakty, S.L.
Teatro de la Comedia (Madrid)
Hasta el 26 de marzo de 2023
Calificación: ♦♦♦
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